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Quiero mi cafecito yo

Desde hace cosa de año y medio, ha hecho su aparición en nuestra colonia un hombre necesitado. Siempre anda peludo, sucio, con ropa que le queda muy grande y que también está sucia. Suele cargar algunos bultos de no se sabe qué. Quizás carga sus escasas pertenencias y cosas que va recaudando en sus caminatas por la ciudad. Quién sabe. Cuando aparece en nuestro portón, se anuncia con un sonoro “buenos días” o “buenas tardes”, porque al tipo le gusta gritar. Quiere hacerse notar por una de nuestras vecinas en particular. “¡Quiero mi cafecito yo! ¡Quiero mi cafecito yo!”, grita a pulmón partido. Lo dice exactamente con esas palabras. Luego grita el por favor y otro montón de peticiones que dependen del horario en que aparece. Pide dinero para comprar pupusas si es la hora de la cena. Si viene a media tarde, nos recuerda que es la hora del cafecito y del pan. Si pasa a media mañana o cerca del mediodía, quiere un plato de comida. Algunas veces dice frases muy largas que …

Esperando justicia

Escribo esta columna el domingo 26 de mayo. Es mediodía. Acabo de regresar de una concentración realizada en el Monumento a la Constitución. Organizaciones sociales y de derechos humanos convocaron a la población a compartir sus testimonios en la búsqueda de la justicia para desaparecidos y muertos durante la guerra civil salvadoreña. Esto en vista de las discusiones en la Asamblea Legislativa sobre una nueva ley, que eufemísticamente llaman Ley de Reconciliación Nacional, pero cuya ejecución y práctica implicarían una nueva forma de amnistía. Llego algo tarde pero no quería dejar de ir. Hay pocas personas. Cincuenta o sesenta a lo sumo. En todo caso, somos pocos. Pensé que por ser domingo habría más gente que en otras actividades recientes realizadas en horario laboral. Para llegar a la Constitución pasamos antes por la zona del estadio. Hoy se juega la final de fútbol. El taxista, que es aliancista, viene hablando con entusiasmo del partido. Hablamos de los elevados precios de los boletos. Todo el mundo se quejó. Pero a las 10 de la mañana, ya …

“Para leerte mejor” (taller para lectores)

Convocatoria: Abierta del 13 de julio al 13 de agosto 2018 (o hasta llenar cupos). Duración del taller: Del 18 de agosto al 22 de septiembre. Reuniones cada sábado de 10:00 a.m. a 1:00 p.m. (6 sesiones). Procedimiento para inscribirse y participar: 1.-Enviar correo de motivación explicando su interés por participar en el taller a jacintario@gmail.com. Cuente desde cuándo lee, por qué le gusta leer, qué quiere lograr asistiendo a este taller y sus lecturas favoritas. 2.-Recibirá una respuesta confirmando (o no) su inscripción. Me reservo el derecho de admisión. 3.-Cancelará el importe del taller el primer día del taller (18 de agosto), minutos antes de la primera sesión, directamente a mi persona. 4.-Listo. Descripción del taller: En casi todos mis talleres de escritura se apuntan personas que se auto definen como lectoras. Su interés en incorporarse a talleres literarios no es escribir sino tener elementos para mejorar sus lecturas y comprender qué hace a un libro o autor mejor que otro. Los participantes de este taller recibirán herramientas que permitan evaluar sus lecturas, no …

Tarde de sábado

El rostro de la mujer con la que estoy hablando está cruzado por una intrincada trama de arrugas. Es el resultado del sol que ha tenido que soportar durante toda una vida como vendedora ambulante. Compartimos la sombra de uno de los pocos árboles que el alcalde capitalino ha dejado en pie, en la plaza de El Salvador del Mundo. No es de extrañar que el alcalde fuera apodado como “El leñador”, en un grafiti que vi hace tiempo en un muro del centro de gobierno, por su obsesión de derribar todos los árboles posibles en los espacios públicos. Estoy entretenida con una minuta de limón, sal y chile, viendo el ir y venir del tráfico y la gente. Me he negado desde hace años a volver a poner un pie en este lugar, ahora convertido en un espacio inclemente, donde el cemento refracta el calor y el resplandor solar, donde no hay espacios de sombra ni bancas donde sentarse, donde el ruido y el humo del tráfico son intolerables y donde el paisaje alrededor …

La última canción de la sequía

Me despertaba un ruido. Al comienzo se escuchaba a un volumen tan bajo que me preguntaba si lo había soñado. Pero después era evidente: escuchaba un tambor. Sonaba lejano. Un redoble seco, corto, solitario. Momentos después se escuchaba una estridencia. Una trompeta rasgaba el silencio de la noche con su grito doloroso, interrumpiendo de manera obscena la plática amorosa de los grillos. Era la Procesión del Silencio que salía de la Iglesia de Fátima y avanzaba a paso lento hasta llegar al entonces conocido como Hospital Neumológico, a un kilómetro de la casa familiar en Los Planes de Renderos. Cuando escuchaba que el cortejo se aproximaba a la casa, me levantaba, iba a la sala y me subía sobre una silla para ver la procesión desde una ventana alta que daba a la calle. Desde ahí lograba ver todo sin el estorbo de la cerca que bordeaba el jardín frontal. Primero pasaban unos pocos hombres. Luego el grupo se iba compactando. Todos, o la mayoría, vestidos de camisa blanca. Nadie hablaba. Sólo se escuchaban los …