Muerte lenta por murmullos
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. La primera vez que leí la frase fue a la luz de un par de quinqués, reunida la familia en la mesa del comedor. Días antes, los empleados de la Compañía de Alumbrado Eléctrico estaban en huelga en demanda de mejoras salariales. Como método de presión, habían comenzado a ejecutar apagones de una a dos horas en toda la capital, particularmente de noche. Era 1977 o 1978, los días en que la violencia política comenzó a superar la censura y el miedo. Íbamos camino a la guerra, sin saberlo. Comenzábamos a tomar conciencia de que esa sería nuestra normalidad durante los años por venir.