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Balada de Lisa Island, René Rodas

(Falleció ayer en México el poeta salvadoreño René Rodas. Nunca nos conocimos, aunque creo haber intercambiado un par de correos con él. Autor de varios poemarios, el que leí y me impresionó mucho fue “Balada de Lisa Island”, publicado por la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) en el 2004. En aquel entonces tenía una modesta columna de 300 palabras en la desaparecida sección cultural de La Prensa Gráfica. La columna se llamaba “Vicio-nes”. A finales de agosto del 2004, publiqué mis impresiones sobre aquellos poemas que ahora reproduzco, a forma de homenaje).   Pensé que nada más hojearía sus poemas, con el cansancio de quien, durante años, ha tenido que digerir y decepcionarse ante la constante/común/creciente avalancha de malos versos que algunos tienen la pretensión de llamar “poesía”. Pero pasó un milagro. Pasó de alguien que me cuenta una historia de amor en poemas, casi todos de cuatro líneas. Este poeta me habla de alguien llamada Lisa y me deja atisbar en la vida de esta mujer, de sus padres, de su guitarra, de …

“Lento poema de los mares”, Ricardo Lindo

Para Zipacná de León Yo quisiera escribir un poema del mar, Un lento, largo poema de los mares, De todos los mares del mundo, De los que conozco y de los que me quedan por conocer, Porque han estado más lejos de mis manos y mis pies, Y del tiempo que me ha tocado vivir. Yo quisiera escribir un poema del mar de mi tierra, Y de todos los mares de todas las tierras, Del planeta que gira en la pecera de cristal del espacio, Pez redondo rodeado de sí mismo hasta el aire, Navegando en el lento mar del espacio. Yo recuerdo una noche, Y estoy tan lejos de mí mismo que aún me queda una noche Yo recuerdo una noche hecha del tejido de sí misma hasta el aire, Donde el mar resplandece de plancton como habitado Por astros innumerables y diminutos, Suspendidos sobre la superficie de las aguas En el horizonte del aire. Cada gota está habitada por un pequeño dios luminoso, O por muchos millones de dioses luminosos. Levanto cien en …

The Negro Speaks of Rivers, Langston Hughes

I’ve known rivers: I’ve known rivers ancient as the world and older than the flow of human blood in human veins. My soul has grown deep like the rivers. I bathed in the Euphrates when dawns were young. I built my hut near the Congo and it lulled me to sleep. I looked upon the Nile and raised the pyramids above it. I heard the singing of the Mississippi when Abe Lincoln went down to New Orleans, and I’ve seen its muddy bosom turn all golden in the sunset. I’ve known rivers: Ancient, dusky rivers. My soul has grown deep like the rivers.

“Una especie de pérdida”, Ingeborg Bachman

Usados en común: estaciones del año, libros y una música. Las llaves, los boles de té, la panera, sábanas y una cama. Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, empleados, gastados. Un reglamento de casa observado. Dicho. Hecho. Y siempre alargada la mano. De inviernos, de un septeto vienés y de veranos me he enamorado. De mapas, de un poblacho de montaña, de una playa y de una cama. Con fechas he hecho un culto, promesas he declarado irrevocables, he adornado un algo y he sido devota delante de una nada, (-de un periódico doblado, de las cenizas frías, del papel con un apunte) impávida ante la religión, porque la iglesia era esta cama. De la vista de un lago surgió mi pintura inagotable. Desde el balcón había que saludar a los pueblos, mis vecinos. Junto al fuego de la chimenea, en la seguridad, mi cabello tenía su color más intenso. La llamada a la puerta era la alarma para mi alegría. No te he perdido a ti, sino al mundo. (De Invocación a la Osa …

“Discurso en el depósito de objetos perdidos”, Wislawa Szymborska

Perdí algunas diosas en el camino de sur a norte, y también muchos dioses en el camino de este a oeste. Se me apagaron para siempre un par de estrellas, ábrete cielo. Se me hundió en el mar una isla, otra. Ni siquiera sé exactamente dónde dejé las garras, quién trae mi piel, quién vive en mi concha. Mis hermanos murieron cuando me arrastré a la orilla y sólo algún huesito celebra en mí ese aniversario. Salté de mi pellejo, perdí vértebras y piernas, me alejé de mis sentidos muchísimas veces. Desde hace mucho cerré mi tercer ojo ante todo esto, me despedí de todo con la aleta, me encogí de ramas. Se esfumó, se perdió, se dispersó a los cuatro vientos. Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó de mí: un individuo aislado, del género humano por ahora, que sólo perdió su paraguas ayer en el tranvía. (De Si acaso, 1978, versión de Gerardo Beltrán).

“Race horse”, Jorge Galán

Y mira tú, muchacha, de quién viniste a enamorarte, a quién viniste a amar para toda la vida, a quién decidiste no olvidar: es un caballo de carreras, ese muchacho es un caballo de carreras y corre siempre junto a la barda colmada por espinos y sus músculos inflamados siempre a punto de reventarse. ¿Quién lo conduce? Sus estribos son ríos a los cuales muerde para intentar romper. Sus ojos ven un horizonte de fuego al que no puede dejar de dirigirse. Sus cascos son de un cristal incorruptible que aniquila a la piedra. Su crin es el viento azotado por el relámpago. Una tormenta tiene donde debió tener un breve corazón, una tormenta a la cual teme incluso el invierno mismo. Su imaginación es la misma que la de la montaña y la del grito que corta el silencio de la montaña desolada. No es de fiar. ¿Quién confiaría su alma a una tormenta? ¿Quién brindaría su piel al cuchillo de fuego o su voz al silencio de la flauta quebrada por el odio? …

“Miniatura asombrosa”, Jorge Galán

Alguien puso unas semillas en mi mano: treinta árboles mañana, un bosque cincuenta años más tarde; aves encontrarán el sur en esos árboles y lobos encontrarán cobijo y las hormigas crecerán como un cuerpo entre las raíces ciegas y soñolientas y alguna vez una casa y otra casa construirán esas maderas y el invierno bajará en sedimentos y el otoño con su total hastío pondrá sus pies pesados sobre los troncos gruesos y no los vencerá. Nada hará que se quiebren. Y dentro de cien años cien hombres serán hombres felices amando a sus mujeres bajo esos techos amplios, un perfume de bosque flotará todavía en los hijos que lleguen, el mundo será el mundo y la noche la noche las lechuzas de entonces tendrán ojos más grandes y comerán gorriones lo mismo que alacranes y el ratón será mínimo como un insecto extraño, su pálida pelambre lo volverá invisible de noviembre a febrero, y no tendrá enemigo: ni el águila ni el hombre, si acaso, la serpiente. Treinta árboles mañana, flores malvas y rojas …

“Cosas”, Jorge Luis Borges

El volumen caído que los otros ocultan en la hondura del estante y que los días y las noches cubren de lento polvo silencioso. El ancla de Sidón que los mares de Inglaterra oprimen en su abismo ciego y blando. El espejo que no repite a nadie cuando la casa se ha quedado sola. Las limaduras de uña que dejamos a lo largo del tiempo y del espacio. El polvo indescifrable que fue Shakespeare. Las modificaciones de la nube. La simétrica rosa momentánea que el azar dio una vez a los ocultos cristales del pueril calidoscopio. Los remos de Argos, la primera nave. Las pisadas de arena que la ola soñolienta y fatal borra en la playa. Los colores de Turner cuando apagan las luces en la recta galería y no resuena un paso en la alta noche. El revés del prolijo mapamundi. La tenue telaraña en la pirámide. La piedra ciega y la curiosa mano. El sueño que he tenido antes del alba y que olvidé cuando clareaba el día. El principio y el …

“No sé, me importa un pito que las mujeres…”, Oliverio Girondo

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de sorportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres… ¡Con qué impaciencia yo esperaba que …