(Falleció ayer en México el poeta salvadoreño René Rodas. Nunca nos conocimos, aunque creo haber intercambiado un par de correos con él. Autor de varios poemarios, el que leí y me impresionó mucho fue “Balada de Lisa Island”, publicado por la Dirección de Publicaciones e Impresos (DPI) en el 2004. En aquel entonces tenía una modesta columna de 300 palabras en la desaparecida sección cultural de La Prensa Gráfica. La columna se llamaba “Vicio-nes”. A finales de agosto del 2004, publiqué mis impresiones sobre aquellos poemas que ahora reproduzco, a forma de homenaje).
Pensé que nada más hojearía sus poemas, con el cansancio de quien, durante años, ha tenido que digerir y decepcionarse ante la constante/común/creciente avalancha de malos versos que algunos tienen la pretensión de llamar “poesía”. Pero pasó un milagro.
Pasó de alguien que me cuenta una historia de amor en poemas, casi todos de cuatro líneas. Este poeta me habla de alguien llamada Lisa y me deja atisbar en la vida de esta mujer, de sus padres, de su guitarra, de los ires y venires de ambos. Porque cuando se ama, hay alguien que se abre y alguien que recibe el agua de los recuerdos; y porque cuando se ama se aprende a ver en las tragedias del otro, en los detalles cotidianos, grandes y pequeños, motivos para amar. Y motivos para ser mejor y motivos, por supuesto, para escribir.
Con una capacidad de síntesis asombrosa, con una claridad de lenguaje que borra la frontera entre la poesía y la narración para crear un ambiente cálido y personalísimo, con evocaciones de la música folk estadounidense (no por gusto acuden a mi mente Leonard Cohen, Bob Dylan o Arlo Guthrie), el salvadoreño René Rodas ha plasmado en Balada de Lisa Island (publicado por la Dirección de Publicaciones e Impresos) un mundo poético exquisito, donde el amor y la melancolía se encuentran, alejándonos aunque sea por unos instantes del mundo de shock y de grotesco en el que naufraga nuestra cordura todos los días.
Pensé, al terminar de leer, hechizada, que el libro era un imán que no podía destrabarme de las manos. Hacía años, literalmente, que no me entusiasmaba un poemario de esa manera. Y pensé también que cada hombre que lea estos versos querrá encontrar a una Lisa. Y que cada mujer que lo lea, querrá ser amada como esa Lisa.