Gabinete Caligari

La realidad según Orwell

En alguna reciente crisis de insomnio, recordé que tenía una edición de la novela 1984, de George Orwell, que todavía no leía. Es una edición en inglés publicada en 1998 por Penguin Books, que compré en algún viaje.

A pesar de ya tener una versión en español, compré ese ejemplar porque está en su idioma original y porque la portada me pareció turbadora pero acertada para el contenido. Es un acercamiento a un par de ojos y una parte del arco de la nariz de un hombre. Trabajada en tonos de verde y granulada para dar la impresión de un acercamiento a una pantalla televisiva, la mirada del sujeto de la portada puede interpretarse de varias maneras. Podrían ser los ojos del Big Brother o Gran Hermano. Podrían ser los ojos anónimos de alguien que nos vigila, de un censurador, de un verdugo. También podrían ser los ojos de Winston Smith, el protagonista de la historia.

1984 es una novela que he leído tantas veces que ya perdí la cuenta. Lo más interesante de cada una de mis relecturas (hechas antes, durante y después del año en mención), es que siempre me vuelve a impresionar y siempre descubro aspectos que no había ponderado en mis lecturas anteriores.

La primera lectura, a los 12 o 13 años, me impactó por dos motivos. Uno, porque la posibilidad de que el futuro llegara a ser tan opresivo y gris como lo planteaba el escritor era angustiante. Dos, porque si yo no moría antes por alguna circunstancia fortuita, tenía la posibilidad biológica de llegar a vivir el año de 1984. La realidad según Orwell no era una que me apetecía experimentar pero concluí que cuando llegara el año en cuestión, sería interesante verificar si la novela cumplió su profecía.

Fue un ritual obligado leer el libro en el año correspondiente. Había ediciones masivas de 1984 por doquier. Compré una en México, en español. Esa segunda lectura fue algo tranquilizadora. Aunque estábamos en plena guerra, aunque el ambiente de la Guerra Fría era tenso, aunque existía la tortura, la represión, la censura, el espionaje y la traición, y la propaganda política de izquierdas y derechas se encargaba de señalar a malos y buenos por doquier, no pensaba que estábamos tan mal como en la novela de Orwell. La maldad tenía otros rostros, pero no eran aquellos vaticinados por el autor.

Volví a leer la novela un par de veces más, en preparación para alguno de mis talleres; esa sensación de tranquilidad mencionada antes y de que la novela seguía siendo una historia imaginaria a futuro, continuó. Pero la lectura durante mi reciente crisis insomne fue brutal. La leí en medio de este tiempo de hipervigilancia voluntaria que vivimos a través de la hiperconexión en internet y aparatos móviles. Por supuesto, hay una Gran Hermano que ya nos vigila aunque no conozcamos su rostro o aunque ese Gran Hermano sean en realidad muchos seres o instituciones cumpliendo la función de tenernos vigilados y controlados en pensamiento, emoción y acción.

No es ningún secreto que toda la información que subimos a la red va creando un registro de cada uno de nosotros. Esa información, en manos de un algoritmo, puede hacer un retrato fiel de cada quien. Se dice que los algoritmos incluso pueden conocernos mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. Esto no es invento ni especulación. Es algo que ya ocurre.

Para su campaña electoral, el ahora presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, contrató una empresa llamada Cambridge Analytica para conocer a fondo los perfiles de los ciudadanos aptos para votar. Estamos hablando de 250 millones de perfiles. Con dicha información o big data, los algoritmos podían redactar el tipo de mensajes que seducirían al votante para hacerle creer que Trump era idóneo para la presidencia.

No sólo Trump utiliza este tipo de métodos. Barack Obama también utilizó el big data para manejar su campaña política, lo que fue un factor determinante para que ganara la presidencia dos veces. Es un procedimiento común en grandes empresas y consorcios que buscan aumentar sus ganancias económicas o lograr otro tipo de objetivos, como la  manipulación de la opinión pública.

No en vano se dice que la información es poder. La información que proporcionamos en nuestras interacciones en la web, desde un like hasta los artículos que leemos, termina siendo manipulada y retroalimentada a nosotros en formas insospechadas. Rendimos nuestra información para permitir que nos laven el cerebro en beneficio ajeno.

Durante la primera semana de la presidencia de Donald Trump, 1984 se convirtió en el libro más vendido de Amazon. Se cree que la declaración de la asesora presidencial Kellyanne Conway sobre “hechos alternativos” (en referencia a la supuesta asistencia masiva de público a la toma presidencial de Trump), disparó la necesidad colectiva de leer la novela de Orwell, acaso porque su protagonista, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad, modificando la información histórica de acuerdo a las órdenes que recibe. Borra a algún personaje de una foto grupal, suprime nombres de quienes antes fueron héroes y ahora son considerados traidores, borra eventos y escribe sobre sucesos que nunca ocurrieron.

Cuando la realidad nos sobrepasa y sabemos que la información está siendo manipulada, censurada y distorsionada, podemos y debemos recurrir a la literatura para buscar alguna explicación creíble que nos permita verificar nuestro sentir. Porque la buena literatura, aunque cuente una historia desde la más profunda imaginación, suele hablar de lo que calla la versión oficial de las cosas.

Orwell publicó la novela en 1949 y pasó la docena previa de años concibiendo y escribiendo la trama. Según Orwell, su motivo para escribirla fue advertir sobre los peligros del fascismo y del totalitarismo. Pero hay libros que llegan a ser proféticos sin que su autor se haya planteado tal objetivo. Lo más inquietante de 1984 es que su distopía se ha ido transformando, desde su publicación hasta hoy, en una desconcertante realidad.

(Publicada domingo 12 de febrero 2017 en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica de El Salvador. Foto de portadilla: portada de la edición mencionada de 1984 de Penguin Books. Foto propia).

1 Comment

  1. Ufff ni me recuerdes el insomnio Jacinta el domingo pasado me acuesto como siempre a las 10, dan las 11, dan las 12, da la una, dan las 2, las 3 y yo todavía dando vueltas en la cama solo escuchaba la alarma del reloj marcando cada hora, por cierto es increíble lo cortas que siento las horas cuando tengo insomnio, pareciera que la alarma horaria suena cada media hora, y este domingo (ayer) lo mismo. Siempre muy interesante tus publicaciones, saludos.

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