Como ya se nos ha hecho costumbre cada vez que hay un nuevo nombramiento en la Secretaría de Cultura de la Presidencia, revivimos un ritual enfermizo: todos celebran el anuncio, se destacan las cualidades positivas del recién nombrado, las esperanzas se renuevan, se observa con detenimiento la nueva gestión, pasa el tiempo, no ocurre mayor cosa, el funcionario se retira o es retirado del cargo, se destaca todo lo negativo de la persona saliente, se espera el siguiente nombramiento y, cuando ocurre, vuelta a comenzar.
En esa rueda de caballitos de la esperanza, muchos nos hemos desentendido de las actividades de la Secretaría de Cultura, porque la alta rotación de funcionarios, los pocos resultados y la incapacidad de lanzar propuestas novedosas y atractivas, han terminado por desgastar la credibilidad de dicha institución.
A pesar de ello, muchos trabajadores culturales participamos en las discusiones convocadas por el FMLN sobre las necesidades en dicha área, destacándose la aprobación de una ley de cultura así como la creación de un ministerio. Tanta importancia se le dio al asunto en ese momento que el entonces candidato, y ahora Presidente de la República, lo convirtió en promesa de campaña. A poco de cumplir dos años de gobierno, no sólo no se han concretado ambas promesas sino que ya no se habla demasiado del asunto. Suponemos que antes que termine la actual administración, tendremos novedades. Pero quién sabe. La discusión de la propuesta de la Ley de Cultura va a paso de tortuga dentro de la comisión correspondiente en la Asamblea Nacional.
Pero para encontrar la solución de los problemas de la administración de cultura por parte del gobierno salvadoreño, hay que ver más allá del funcionario de turno en el cargo, y examinar a conciencia la concepción y estructura de la Secretaría.
En las dos administraciones del FMLN hemos visto pasar a cuatro secretarios de cultura diferentes y recién conocemos el nombramiento de una quinta persona, la licenciada Silvia Elena Regalado. Habiendo nombrado a cinco personas en el mismo puesto, y habiendo obtenido resultados tan pobres, ¿por qué nadie se pregunta si lo que está funcionando mal no es la institución misma? ¿Por qué nadie se pregunta si lo que anda mal no es la perversa burocracia estatal, donde una institución o ley de otro ministerio, limita u obstaculiza la ejecución o modernización de las propuestas de la Secretaría de Cultura? ¿Por qué nadie revisa todos y cada uno de los puestos del área administrativa de la Secretaría para determinar si son imprescindibles? ¿Por qué nadie tiene la audacia de hacer los cambios radicales que esa institución necesita, es decir, una refundación total?
Uno de los errores de la administración de cultura es pensar que los puestos claves deben ser ocupados por artistas, a menos que éstos tengan estudios o amplia experiencia en la gestión administrativa cultural. También es un error ejecutar el trabajo administrativo de cultura de espaldas a las discusiones globales y a las necesidades reales de los diferentes grupos sociales del país, limitándose a trabajar en plan de sobrevivencia permanente, es decir, de dar mantenimiento y continuidad a una estructura que anda mal desde hace años.
El trabajo administrativo cultural es uno que requiere de especializaciones y habilidades diferentes para su buen funcionamiento. En ese sentido hace falta formar a personas que sepan de gestión y administración cultural a todo nivel, pero también hace falta formar agentes artísticos y literarios, editores, impresores, historiadores de arte, diseñadores de productos culturales, curadores de exposiciones, urbanistas, paisajistas y tantas otras especialidades que se necesitan con urgencia en el país y que también son parte del complejo entramado de la cultura.
Se necesita de gestores culturales que sepan ejecutar y negociar, pero que a la vez, conozcan lo suficiente del mundo cultural como para transmitir a los gobiernos y organismos donantes la importancia que tiene la inversión en cultura para un país. También hace falta personal administrativo especializado que sepa diseñar instrumentos de planificación, seguimiento y evaluación para las diferentes áreas del quehacer cultural, cada una con dinámicas propias, únicas y cambiantes.
Quienes trabajan en alguna dependencia de la Secretaría lo hacen, las más de las veces, con las manos amarradas y en condiciones paupérrimas. Es cierto que mucho depende de la iniciativa personal, de la capacidad de negociación y de la capacidad individual de establecer buenas relaciones públicas. Algunos pocos directores y gestores son dinámicos, no se dejan vencer por las malas condiciones de trabajo y lo hacen con entusiasmo y efectividad, logrando con ello pequeños oasis culturales en los sitios más insospechados. Son los menos, pero existen. Aunque ellos deberían de ser la regla y no la excepción.
Hay que mencionar que también desde el gobierno hay otras iniciativas que se están impulsando, aunque no desde la Secretaría de Cultura, pero que ofrecen perspectivas mucho más estimulantes. Una de ellas es el Premio Pixels, impulsado por el Ministerio de Economía, que a través de la Dirección de Innovación y Calidad (DICA), y con el apoyo financiero del Fondo de Desarrollo Productivo (FONDEPRO) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), otorga fondos en efectivo para cofinanciar y apoyar el desarrollo de proyectos de creación de videojuegos, cortos animados, documentales y cine de ficción.
Este es un ejemplo de los buenos resultados que la gestión cultural bien enfocada puede lograr. Por desgracia, no es una visión que se comparte en la institución de la cual debería emanar este tipo de estímulos creativos.
Los problemas de la gestión cultural estatal son incontables. Por ende, la solución es compleja. Ojalá se aproveche la creación del Ministerio de Cultura para hacer esa reingeniería absoluta que la institución requiere de forma urgente. Porque si no, sólo se le daría continuidad a los mismos problemas, a las mismas desgastadas y quemadas estructuras, todo ello con el mismo personal desmotivado y con el mismo concepto confuso de cultura, concepto que necesita actualizarse, pero sobre todo, despolitizarse.
(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 31 de enero 2016. Foto: vista del volcán de San Salvador desde un mirador de la carretera de Los Planes de Renderos. Tomada por la autora de este texto).