No todo ha sido malo en el panorama político salvadoreño. De 1992 hasta el presente, los dos partidos mayoritarios, ARENA y FMLN, han tenido la cordura y la madurez para permitir la alternancia en el poder, sin las temidas consecuencias de los tiempos de las dictaduras militares anteriores a los 80, cuando cualquier crítica contra el gobierno implicaba un riesgo real de muerte. Consuela un poco saber que el trauma que la guerra dejó en los salvadoreños, sirvió para lograr avances en la mejoría de los derechos humanos, la libertad de expresión y el ejercicio de la democracia.
Pero hay algo que de tan obvio, se nos olvida: los mencionados partidos fueron creados durante la guerra. Fueron organizaciones concebidas para enfrentar a un rival militar e ideológico, organizaciones creadas para luchar una guerra y ganarla, en el marco de la batalla decisiva entre “el comunismo internacional” y las fuerzas “capitalistas del imperialismo yanki”. Ya sabemos cuál fue el desenlace de ese proceso para nosotros: 75 mil muertos, miles de desaparecidos y exiliados, millones en pérdidas económicas, y el atraso y conmoción social que, irremediablemente, ocasiona un suceso de tal magnitud.
Uno de los enfoques utilizados para atacar a los rivales políticos en la pasada campaña electoral, fue la edad de los candidatos. Hay quienes creen que a partir de cierta edad, el ser humano se convierte en un bulto inútil. Hay otros que creen que porque se es joven no se tiene capacidad para asumir grandes responsabilidades. Buena parte de la ciudadanía repetía aquella frase de que “los dinosaurios” debían irse y dar paso a los jóvenes para gobernar.
Estoy convencida de que el valor del ser humano y sus capacidades laborales no residen en su edad biológica, su sexo, su apariencia, sus haberes, su preferencia sexual, su creencia espiritual, su título universitario o ausencia del mismo. Así es que cuando escucho esa frase de los dinosaurios, quiero pensar que se refiere al hecho de que los políticos que no han sabido modernizar su ideología y que la siguen viviendo igual que en los tiempos de la fundación de su partido, deberían actualizarse, darle una sacudida profunda a sus organizaciones, tomar decisiones audaces y renovar sus propuestas, a la luz de los tiempos actuales.
Por desgracia, los nuevos militantes no entran a los partidos políticos con ideas de renovación, sino que se limitan a aprender y a repetir el discurso de su respectivo partido. Si acaso tienen ideas nuevas, las prácticas del poder dentro de las estructuras partidarias, impiden que muchas propuestas se tomen en cuenta. No se buscan militantes con ideas nuevas: se buscan militantes que repitan el mismo discurso de siempre.
Si bien es cierto los partidos políticos tratan de renovar sus filas atrayendo a jóvenes e involucrándolos un poco más en sus discusiones, siguen siendo los antiguos y más conocidos militantes los que toman las decisiones finales y entre quienes siguen rotándose los cargos de liderazgo. Se supone un asunto de confianza y lealtades incuestionables.
La renovación política no significa un mero cambio de rostros o de colores partidarios. Significa una relectura de las antiguas ideas y su posibilidad de adaptarse al momento actual, pero sobre todo, ejecutar una sacudida real a las viejas prácticas que, con el tiempo, se desgastan. Esto es normal. Nada es permanente, ni las piedras. Lo que funcionó hace 30 años, no necesariamente sigue funcionando en el presente. De los años 80 para acá, el mundo ha cambiado a una velocidad tal que apenas hemos tenido tiempo para recuperar el aliento y asimilarlo. Quien pierda el paso y quede relegado en esta carrera, tendrá serias dificultades para incorporarse a una realidad global que cada día se torna más compleja.
Nuestros partidos políticos se están quedando atrás en esa carrera. La Guerra Fría terminó hace muchísimos años. Estamos en una época de retos enormes y muy diferentes a los del último cuarto del siglo pasado. Pero seguimos escuchando frases que nos transportan en el tiempo y que nos vuelven a recordar el periodo de la guerra.
Nuestro país enfrenta problemas que necesitan soluciones urgentes. La vida política nacional debería estar enfocada en liderar la lucha contra la violencia, la delincuencia, el desempleo, las migraciones, el alto costo de la vida, la depredación del medio ambiente y demás problemas que nos aquejan.
Por desgracia, buena parte de la población piensa que la política es un escenario sucio, donde todos sus participantes son corruptos y mentirosos; que hacen alianzas hasta con el diablo, si eso les conviene; que llevan una vida de viajes, lujos y banquetes con el dinero de los contribuyentes. Por ello no es de extrañar la apatía general de la ciudadanía para participar en política, incluyendo el simple hecho de ir a votar.
En ese sentido, también los ciudadanos estamos estancados en una actitud “dinosauria”. Nos resulta muy cómodo pensar que la solución a los problemas del país depende exclusivamente del gobierno. O de que sean “los demás” quienes hagan algo para cambiar las cosas, mientras yo me quedo en el sofá de mi casa, twitteando con amargura sobre mi decepción por el quehacer cotidiano de los políticos. La Primavera Árabe en Egipto ocurrió con la ayuda de las redes sociales, es cierto, pero quienes la concretaron fueron los miles de ciudadanos que salieron a las calles a manifestar su insatisfacción contra el gobierno de Hosni Mubarak.
Un partido político que sepa adaptarse al cambio de los tiempos sin traicionar sus principios fundamentales, podrá consolidar entre su militancia las herramientas y capacidades para asumir cargos de administración pública y ejercerlos con eficiencia. Esto permitirá tener gobiernos con incidencia real y efectiva a nivel general de la población, sin privilegio exclusivo para militantes partidarios.
Se necesitan políticos nuevos, con propuestas modernas. Con rostros frescos, no quemados por anteriores administraciones o militancias, no ridiculizados ad infinitum con esa crueldad que caracteriza últimamente al salvadoreño que, de tanta decepción, ya no perdona nada ni cree en nadie.
(Publicado el domingo 22 de marzo 2015, en revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica).
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