Gabinete Caligari

La franja gris del desempleo

Hombre buscando empleo en la década de los 30, siglo pasado. Fuente: @HistoricalPics.

Hombre buscando empleo en la década de los 30, siglo pasado. Fuente: @HistoricalPics.

Soy una de tantas personas que amaneció desempleada en 2014. A fines de octubre del 2013, la fundación que subsidiaba el proyecto en el que trabajaba, decidió suspender el financiamiento. La medida se hizo efectiva a partir del 1 de enero.

El equipo de producción del proyecto, donde me desempeño como editora regional para Latinoamérica de una página web con 126 escritores de 60 países, decidimos seguir adelante. Nos parece que el esfuerzo y el trabajo de los últimos 4 años no pueden terminar sin dar la lucha. Pensamos que crear y manejar una red tan grande de personas alrededor del mundo, para escribir sobre temas de globalización y economía, es un gran logro. De hecho hasta ganamos un premio en Alemania por ello. Ahora buscamos financiamiento, alianzas, nuevos modelos de negocios. Sigo teniendo el cargo, pero mi trabajo es voluntario. Así es que debo encontrar un trabajo remunerado. Cuento todo esto para hacer constar que no fui despedida.

Comencé así el calvario de buscar empleo. Me sorprendió la reacción de algunas personas. Al decirles que estoy buscando trabajo, me tratan como si fuera una impertinente. Como si buscar trabajo “a mi edad” fuera un asunto de mal gusto. Algo indigno. Ni preguntan qué pasó ni qué busco. Cambian la plática, se despiden rápidamente o me miran como si lo que ando pidiendo es limosna.

No faltan los oportunistas. Gente que te ofrece un trabajo temporal, a menor precio del que se paga normalmente, donde la decisión de aceptar se debate entre la necesidad y la dignidad.

Busco en las secciones de empleo de periódicos, revistas y páginas web. Todos los trabajos tienen límite de edad. El más generoso era de 40 años, lo común es 35 o 36. El título universitario es una exigencia imprescindible. Hasta para ser secretaria se pide ahora tener por lo menos un par de años de estudio universitario. Como si eso garantizara las capacidades buscadas.

En un mundo ideal, una persona de mi edad estaría comenzando a pensar en su retiro laboral. Por desgracia, también soy de esos miles de personas que, por asuntos que no vienen al caso, no tendrá una pensión. No he dejado de trabajar desde que me gradué de bachiller. He trabajado como bestia. Pero jamás recibiré una pensión ni podré retirarme del mundo laboral. El cuadro idílico de una vejez tranquila no me corresponde. Como no tengo familia que me apoye ni soy escritora de best-sellers, tendré que trabajar hasta morir, conviviendo siempre con el fantasma del desempleo. La idea me resulta agobiante.

Es perverso que personas con talento, inteligencia y experiencia seamos descartadas de trabajar por un criterio tan insustancial como la edad. Como si la edad te convirtiera en incompetente. Como si las personas de 40 a 65 años ya no tenemos nada que ofrecer.

Ese factor nos hace sentir, a los desempleados mayores de 40, como un robot hecho de carne. Somos piezas removibles y desechables. Cuando se nos considera obsoletos, somos liquidados. Ni siquiera lanzados a la basura sino a la invisibilidad, que es peor. Es como si no existiéramos. La compasión y la comprensión para estos casos, no existe. Esas frases hechas de “no te preocupés, ya va a salir algo”, dichas con una palmadita benévola en la espalda, no son tranquilizadoras ni alentadoras.

La gente cree que el desempleado está en su casa, en pijama todo el día, viendo televisión, rascándose la panza, esperando a que el teléfono suene con una oferta de trabajo. Nada más alejado de la realidad. Buscar trabajo es un trabajo en sí. Estoy trabajando más horas que cuando estaba empleada, buscando información, ingeniando alternativas, redactando proyectos, explicando la situación, llamando aquí, visitando allá, todo sin resultado alguno. Esa búsqueda de trabajo también implica gastos económicos adicionales al gasto regular. El raquítico ahorro se agota de manera alarmante.

Algún chistoso me dijo que ahora podría aprovechar el desempleo para escribir mis libros. Como si yo estuviera en vacaciones pagadas. Pero me resulta imposible concentrarme en la escritura teniendo la angustia del desempleo. La escritura de mis libros tendrá que esperar.

Los programas laborales, tanto del sector privado como del público, dan prioridad a los jóvenes y recién graduados. No tengo nada en contra. Pero el sector adulto está en total abandono, quizás porque se encuentra en una suerte de franja gris: el que ya no es considerado “joven” pero que todavía no está en edad (o posibilidad) de pensionarse, los adultos de 40 a 65 años.

La discriminación etaria en el campo laboral está basada en prejuicios absurdos. La sociedad insiste en vendernos un concepto insultante e irreal de los adultos entre 40 y 65 años, ya no se diga de los mayores. El adulto es inútil, enfermizo, olvidadizo, lento, desactualizado, incapaz de aprender algo nuevo. Se plantea la idea de que lo mejor que puede hacer es apartarse del camino y no estorbar en el dinámico y agresivo mundo laboral moderno. El mundo es de y para los jóvenes que vienen pisando fuerte. ¿Pero qué hacemos los mayores de 40? ¿Morirnos ya?

Somos un sector cuyas alternativas y opciones se reducen a medida que se tiene mayor edad. Otros elementos se suman a esa discriminación, como la falta de título universitario (la “meritocracia”, bien gracias), o el hecho de ser mujer. Todas las estadísticas demuestran que el porcentaje de desempleo entre las mujeres es siempre más alto.

Es urgente establecer políticas nacionales de estricto cumplimiento para combatir la discriminación etaria en el campo laboral. Es uno de esos problemas prioritarios a tratar y resolver en el país. Pero de este problema ni se habla porque la población está engolosinada con el circo político y el espectáculo gratuito que ofrece cada día.

Para el pueblo pan y circo, dice el dicho. Pero aquí lo único que hay es circo. Y mientras el pueblo ríe y aplaude a los payasos, los desempleados seguimos en nuestra angustiosa búsqueda por el pan.

(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 16 de febrero, 2014).

6 Comments

  1. Felipe Argueta says

    Yo habité esa zona gris del desempleo por varios meses, es una nebulosa difícil de sobrellevar. Sin ingreso y sin oportunidades claras teniendo 25 años! La vida me dio esa oportunidad y conseguí trabajo y no he parado los últimos 19 años.
    Me entristece pensar que personas con su talento no tengan oportunidades laborales en éste país.
    Espero encuentre algo que se adapte a sus expectativas. Animo!
    Esperaré con ansias el nuevo tema en Gabinete Caligari
    Un abrazo!

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  2. Estimada Jacinta, yo también estoy en ese sector que no tendrá una pensión y comprendo perfectamente de lo que usted habla.

    Mis palabras quizás no le sirvan de nada, pero de todas maneras le mando un abrazo solidario y le deseo de todo corazón que encuentre pronto un empleo digno y a la altura de sus capacidades.

    Postdata:
    Nunca deje de escribir.

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  3. Evelyn Galindo Doucette says

    Qué sistema de trabajo más opresivo. ¿Qué esperanza hay para autorrealizarse si uno tiene el miedo encima de no poder cambiar de trabajo después de los 40 años? ¿Y si uno se mete a una carrera que no le satisface y quiere cambiar? Esto es tan injusto y me da cólera leer que una persona con su talento esté en esta situación. Gracias por escribir esto!

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    • El cuñado de una amiga fue despedido de su banco cuando hicieron un recorte de personal. A él lo despidieron porque pasaba de los 40 años. Se le hizo imposible volver a conseguir trabajo por lo que decidió emigrar. Logró hacerlo gracias a un programa de la Embajada de Canadá y ahora está allá, con toda su familia, trabajando y ya compraron hasta casa. Eso ya fue hace años. Pero como ya sabemos, migrar tampoco es fácil.
      El problema de este país es que ni siquiera hay opciones, posibilidades, salidas. Y en efecto, como toda discriminación, la que se hace por la edad es injusta. Saludos.

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