Columna de opinión

Escribir sobre la humanidad

“Cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, todo el mundo considera que está hablando sobre mujeres; mientras que cuando un hombre escribe una novela protagonizada por un hombre, todo el mundo considera que está hablando sobre el género humano”.

Recordé esta frase de la escritora española Rosa Montero, incluida en el capítulo trece de su libro La loca de la casa, mientras leía las reacciones sobre la obra de la ganadora del premio Nobel de Literatura de este año, la francesa Annie Ernaux.

Las reacciones que leí insistían en destacar su sensibilidad femenina, sus historias sobre ser mujer y su feminismo, pese a que la Academia Sueca que otorga el premio señaló que se le concedió el premio “por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal”. Otras reacciones catalogaban su escritura como auto ficción, pese a que muchos de sus libros (sobre todo a partir de 1984, cuando publicó El lugar), comenzaron a centrarse en sus experiencias personales y son considerados como trabajos autobiográficos.

Para construir el corpus de su obra, Ernaux ha tomado los eventos más significativos de su vida, fragmentándolos en temas específicos, como una especie de disección de su propia experiencia, complementada con el material de sus numerosas agendas y diarios, que comenzó a escribir desde muy joven. Así, sus libros hablan de la infancia, el adulterio, el matrimonio, el aborto y las relaciones familiares, cruzándose con otros tópicos como las clases sociales, la memoria y la educación, entre tantos más.

Pese a que la misma Ernaux se declara feminista, quienes hemos leído su obra hemos encontrado una narrativa mucho más amplia, rica y compleja, que no se limita a lo que se da en llamar “escritura de mujeres”. La reconstrucción de las diferentes etapas de su vida, sobre todo cuando narra su vida en Yvetot, la pequeña población de Normandía, al norte de Francia, donde transcurrieron su infancia y su adolescencia, trascienden lo meramente local y cultural.

El acucioso examen de las relaciones entre las diferentes personas que pueblan su mundo, los olores, las añoranzas, las dudas y demás planteamientos en los libros de Ernaux, obligan al lector a recordar o a reflexionar sobre su propia realidad. La autora coloca en su narrativa múltiples detonantes que despiertan evocaciones personales en quien la lee. Por ello es posible identificarse con el contenido de sus libros, no importando la nacionalidad, la edad ni el género de quien lea. Trascender esos detalles es, precisamente, lo que hace que una escritura sea universal y apela a la humanidad en su conjunto.

Decir que las escritoras escriben historias de mujeres genera una limitación tanto en la apreciación de sus contenidos como en la aproximación a su lectura, ya que se termina creyendo que son historias que sólo le interesaría leer a otras mujeres. Quien opina así debe leer poco o pasa por alto que, desde que las mujeres escriben libros, han incursionado en diversos géneros literarios y han escrito obras maestras en la ciencia ficción (Úrsula K. LeGuin, Octavia Butler), la novela histórica (Hilary Mantel), el thriller psicológico (Patricia Highsmith), el terror (Shirley Jackson, Anne Rice) y muchos otros géneros más.

En años recientes, el impulso de las luchas feministas ha provocado un mayor interés por publicar y leer a autoras de diferentes países. Esto ha permitido conocer a escritoras nuevas que están publicando propuestas muy originales. También ha permitido el rescate de otras que habían sido relegadas a un plano de silencio dentro del mundo editorial y cuyos contenidos (insisto) trascienden lo meramente femenino, lanzando preguntas y reflexiones sobre nuestra relación con la vida y con los demás seres humanos. Delphine de Vigan, Ariana Harwicz, Fernanda Melchor, Samantha Schweblin, Natalia Ginzburg, Lucía Berlin y Diamela Eltit, entre muchas otras más, son un claro ejemplo de todo esto.

Si bien es cierto que la biología impone un tipo de experiencias exclusivamente femeninas (como la menstruación y el embarazo), una de las demandas del ejercicio literario es la utilización de la imaginación como herramienta narrativa. Uno de los grandes retos para cualquier escritor, siendo hombre o mujer, es retratar personajes de todo tipo, incluidos los del sexo opuesto. El ejemplo clásico de esto es Madame Bovary de Gustave Flaubert. Pero pensemos también en Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, donde la autora reconstruye la vida y la muerte del emperador romano Adriano.

Pese a que vivimos un momento editorial en que la obra de numerosas mujeres está teniendo una mejor exposición, todavía quedan muchos espacios que deben equilibrarse (como el acceso a publicaciones, becas, subvenciones creativas y premios literarios), no por un asunto de cuotas de género, sino por un innegable asunto de calidad literaria. El mismo premio Nobel es un ejemplo de ello.

En 121 años de existencia, el Nobel de Literatura apenas ha sido otorgado a 17 mujeres, de las cuales solamente hay una latinoamericana (Gabriela Mistral), una afroamericana (Toni Morrison) y una sudafricana (Nadine Gordimer, quien era hija de padres europeos blancos). Entre esas 17 ganadoras no hay, hasta el momento, ninguna escritora asiática.

Pensar que cuando una mujer escribe lo hace solamente para dirigirse a otras mujeres y que lo único que hace es explorar temas concernientes a lo femenino es seguir perpetuando prejuicios sobre su escritura. Asumir ese concepto empobrece su lectura y limita la riqueza de sus contenidos u otros valores estéticos (como el uso del lenguaje o la estructura narrativa) que puedan tener sus obras.

Según datos de las Naciones Unidas, actualmente el 49.5 % de la población mundial está constituido por mujeres. Esa proporción debería de ser más que suficiente para aceptar que cuando una mujer escribe un libro, está escribiendo sobre la humanidad y para desechar, por completo, el prejuicio facilista de que nuestra escritura o nuestros temas son algo menor o de poca relevancia para la historia de la literatura y de la humanidad en su conjunto.

(Publicado domingo 23 de octubre, 2022, La Prensa Gráfica. Ilustración de Chen en Pixabay).

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