Columna de opinión

Sin importar la edad

Hace pocos días me enteré de que un amigo está desempleado desde hace cuatro meses. El lugar donde trabajaba desde hacía algunos años, hizo un recorte de personal y despidió a varias personas. Mi amigo ha buscado trabajo desde entonces y no ha encontrado nada. Atribuye esto a su edad, ya que pasa de los cincuenta años.

Lo primero que pensé al enterarme de la noticia es que debería ser prohibido despedir a la gente mayor. Un despido a esa edad significa lanzar a la persona a un limbo de incertidumbre en cuanto a su futuro laboral y su estabilidad económica. Por desgracia sabemos que muy pocos lugares emplean a gente mayor de 45-50 años, no importando sus capacidades o estudios, debido a una serie de prejuicios etarios.

No es el primer ni único caso de esta naturaleza que conozco. Para quienes forman parte de dicho rango de edad, encontrar un empleo estable y pagado de acuerdo a su experiencia es extremadamente difícil. Por lo general, deberán conformarse y aceptar trabajos con menor salario, aventurarse a ofrecer servicios temporales o establecer algún tipo de pequeño negocio propio, si cuentan con los recursos para ello. Esos malabares y tomas de decisiones hechas bajo la presión de la carencia económica son el augurio de que, de ahí en adelante, todo va cuesta abajo hacia un futuro de mayores dificultades.

Hay un discurso contradictorio entre lo que se piensa es la calidad de vida de las personas en sus últimas décadas de vida y la realidad. La sociedad nos ha vendido una imagen idílica de personas mayores disfrutando de sus “años dorados”, justificando su retiro del mercado laboral porque “ya deben ir a descansar” y darle paso a los jóvenes. Se ha vendido la idea de que el tiempo de retiro es para que los mayores se dediquen a sus pasatiempos, a sus familias y que vivan con alegría la sabiduría acumulada por sus años de experiencia. Nada más falso que eso.

La esperanza de vida al nacer ha aumentado a nivel mundial. Aunque esto varía según el país, se calcula que la media actual anda entre los 70 y 73 años. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que para el 2050, la cantidad de personas mayores se duplicará a nivel mundial, alcanzando los 2 mil millones de personas. Hace un par de años, la OMS estimó que existen 125 millones de personas, sólo entre el rango de los 80 años o más, una edad que hasta hace poco se consideraba muy avanzada.

En la mayoría de los países, las edades de retiro andan por los 55-65 años, en promedio. Cabe destacar que hay un desbalance de retiro entre hombres y mujeres, ya que ellas pueden retirarse algunos años antes que los varones. La muerte es una lotería, pero si tomamos en cuenta que el promedio de vida anda por los 73 años, las pensiones deberían durar por lo menos una década más, para quien tiene acceso a ellas. Desafortunadamente los sistemas de pensiones de muchos países ofrecen una retribución mensual pequeña, que no alcanza para cubrir las necesidades básicas de los pensionados, sobre todo en América Latina. África es el continente con la peor situación en este sentido. Por otra parte, son mayoría quienes no tendrán acceso a ningún tipo de pensión ni retiro y deberán continuar trabajando hasta morir.

Estos elementos deberían ser tomados en cuenta para ejecutar reformas en múltiples aspectos institucionales y legislativos, ya que ni la sociedad ni el Estado están preparados para amparar a los mayores ni para garantizarles una calidad de vida digna. Por el contrario, se perpetúan múltiples formas de discriminación que van desde el maltrato físico y agresiones sexuales, hasta la invisibilización y la infantilización (como cuando se les llama “abuelitos”). Esto los despoja de su dignidad y su independencia, la cual comienza, justamente, con su separación de las actividades económicas.

Las personas mayores no suelen ser un grupo representado en las tomas de decisiones sociales ni en actividades donde se discute la igualdad de oportunidades y derechos en un país. No escuchar a este grupo etario es parte de su invisibilización y es otra de los múltiples formas de discriminación a las que se enfrentan.

Mejorar las condiciones de vida para los adultos mayores no debe limitarse a los servicios de salud o a lugares de retiro donde puedan ser recluidos, cuando ya las familias no tienen capacidad para atenderlos. También debe incluir un intenso trabajo educativo para superar prejuicios y estereotipos sociales y comprender que, en la medida en que una sociedad dignifica a sus mayores, se dignifica a la ciudadanía en su conjunto.

Hace falta un diálogo intergeneracional permanente, donde todos los estratos etarios intercambien conocimientos y se escuchen entre sí, para comprender y encontrar formas de convivencia decentes. Ese diálogo debería ser un espacio para reflexionar sobre lo que pensamos o deseamos para nuestra propia vejez, sin convertirse en una imposición arrogante o condescendiente entre generaciones. El joven de hoy es el anciano de mañana.

No podemos continuar creyendo en un modelo romántico de viejitos sonrientes que juegan con sus nietos y se dedican, felices y sin preocupación alguna, a sus pasatiempos. Es una realidad que, quizás, sólo corresponde a los millonarios. Para las mayorías, la vejez representa angustias económicas extremas y un deterioro general en sus condiciones de vida, incluyendo la escasez de vivienda, acceso a servicios médicos adecuados, depresión y soledad.

Tampoco podemos seguir tragándonos como ciertos los múltiples e indignantes prejuicios que circulan en torno a los mayores, lo cual no hace más que perpetuar el descuido y negligencia sobre un grupo etario al que deberíamos honrar, procurando lo mejor para sus últimos años entre nosotros.

Es necesario crear una red de solidaridad intergeneracional, donde comprendamos y trabajemos en la construcción de sociedades auténticamente igualitarias, donde todos estemos representados y seamos respetados. Y hacerlo desde la comprensión y la dignidad que todos merecemos, no importando nuestra edad.

(Publicado en la sección de opinión de La Prensa Gráfica, domingo 18 de julio, 2021. Foto de giselaatje en Pixabay).