Debo confesar que me costó mucho leer este libro. No porque esté mal escrito, sino precisamente por todo lo contrario. El colombiano Héctor Abad Faciolince hace un exhaustivo retrato de su padre en El olvido que seremos, pero decir eso es quedarme corta, porque el libro es también la crónica de un amor profundo (el del hijo por el padre y viceversa), el de toda la familia y los años felices, esos años de la infancia y la adolescencia donde la suciedad y el oprobio del mundo parece no nos afectará jamás. Es así mismo un exhaustivo retrato de un hombre que, lo sabemos desde el inicio, será asesinado por sicarios paramilitares en plena calle, por el mismo motivo que han sido asesinados miles no sólo en Colombia, sino en nuestro continente, y por supuesto, en el mundo entero: por denunciar la represión, las injusticias, los desmanes, la corrupción.
El motivo por el que me costó leer este libro es el mismo detalle que lo hace una inigualable pieza de no ficción. Los miembros de la familia de Abad Faciolince ni su rutina de circunstancias de vida se parecen en absoluto a los míos, para nada. Pero Abad Faciolince tiene la virtud de retratar la relación padre-hijo a través de detalles, cotidianos, domésticos, insignificantes quizás. Pero son esos detallitos que, cuando uno mira atrás, se imponen sobre los “grandes momentos”. Y en esos pequeños detalles, en esos sentimientos e imágenes tan vívidos del hombre que se recuerda a sí mismo siendo un niño amando en desmedida a un padre (quien es realmente un personaje único), es que el autor logra conmover al lector. Nuestra vida podrá ser muy diferente de la narrada por el autor, pero finalmente los sentimientos son similares, no importando las diferencias.
Habla por ejemplo de los besos “grandes y sonoros” que le daba su padre y que no hicieron más que recordarme al mío. De los constantes experimentos de injertos en rosas y otras plantas que hacía su padre… y también el mío. Y las rutinas domésticas, el retorno al padre a casa luego de un día de trabajo, la música que escuchaba, las frases que decía… tan diferentes y particulares a la vida de cada quien pero, al ser enumeradas con tanto detalle, pero sobre todo, con la melancolía de la añoranza, obliga al lector a evocar esas circunstancias en el recuerdo propio.
El olvido que seremos, cuyo título alude a un verso de Jorge Luis Borges y cuyo poema completo fuera encontrado en el bolsillo del padre cuando fuera asesinado, es un libro bastante complejo. Es una memoria propia y ajena, escrita con la serenidad que nada más la distancia puede brindar, sobre todo cuando los hechos que motivaron su escritura son tan dolorosos. Veinte años le tomó al autor, desde la muerte del padre, el poder sentarse a escribir un libro emotivo pero jamás sentimentalón, fuerte pero nunca insultante ni lleno de amargura o afán de revancha. Como el mismo autor explica, su intención primordial al escribirlo era simplemente contar la historia, para que se supiera:
Han pasado casi veinte años desde que lo mataron, y durante estos veinte años, cada mes, cada semana, yo he sentido que tenía el deber ineludible, no digo de vengar su muerte, pero sí, al menos, de contarla. (…) Es posible que todo esto no sirva de nada; ninguna palabra podrá resucitarlo, la historia de su vida y de su muerte no le dará nuevo aliento a sus huesos, no va a recuperar sus carcajadas, ni su inmenso valor, ni el habla convincente y vigorosa, pero de todas formas yo necesito contarla. Sus asesinos siguen libres, cada día son más y más poderosos, y mis manos no pueden combatirlos. Solamente mis dedos, hundiendo una tecla tras otra, pueden decir la verdad y declarar la injusticia. Uso su misma arma: las palabras. ¿Para qué? Para nada; o para lo más simple y esencial: para que se sepa. Para alargar su recuerdo un poco más, antes de que llegue el olvido definitivo. (Págs. 254-255).
Este libro retrata la desgracia de un país, una desgracia que hemos vivido de cerca en Centro América. La retrata de la perspectiva de una historia personal, una historia familiar. Lo interesante es que esas historias forman parte del mosaico necesario para comprender un país y la conformación de su memoria y su dolor. O por lo menos, para intentarlo. Eso convierte este libro en uno de imprescindible lectura.