No era el mejor día para presentar un libro. Pero nadie pudo ni imaginar lo que pasaría el 28 de julio en San Salvador.
Por la tarde corrió el rumor de que los mareros habían decretado un toque de queda a partir de las siete de la noche. Fue el segundo día del paro nacional del transporte. La gente estaba enloquecida buscando cómo volver a sus casas antes de las siete. La mayoría de las rutas de buses no trabajaron. El tráfico estaba más endemoniado que nunca. Un trayecto que en un día normal se hace en 25 minutos, tomaba más de dos horas. Nadie llegaba a ninguna parte a tiempo. Muchos prefirieron no salir. Otros regresaron a sus casas. Muchos acataron un toque de queda que nadie confirmó ni negó que existiera.
Fui a un par de lugares durante el día. En cualquier lugar que estaba, no se hablaba de otra cosa. De “la situación”. Miedo. Olí el miedo. “Que fíjese que ahí enfrente de la fulanita, usted la conoce, ahí cabalito fue que mataron a uno de los buseros”. Es un muerto real, uno que me cuentan de primera mano. No lo leí en las noticias, no lo vi en ningún noticiero. Es un muerto real.
Reconocí ese miedo. Era el mismo que olí cuando era niña. La misma tensión que teníamos dos o tres años antes de la guerra. Cuando todo era secretos, silencios, censura, misterios, cosas que se contaban entre corrillos, en voz baja, en el colmo de la confianza, siempre con temor. ¿En quién se podía confiar plenamente? Decir algo inapropiado frente a alguien inconveniente podía costar, literalmente, la vida.
¿Cómo hablar de una novela psicológica que trata sobre la soledad, la depresión y el suicidio, cuando el país está odiándose a sí mismo con particular devoción? ¿Qué diablos puede hacer una novela de 94 páginas, en un país con más de 20 muertos diarios y un túnel de cuyo final no vemos aún ni la insinuación de una luz? ¿Qué diablos puede hacer una novela ante la realidad nacional que evidencia, a cada paso, que no hemos aprendido nada de nuestra historia? ¿Para qué sirve seguir escribiendo cuando la tarea que exige el momento nacional es abrumadora?
Es en noches como ésa, la de la presentación de mi novela El asesino melancólico, donde no puedo evitar sentir que escribir es un acto inoportuno. Que hablar de literatura resulta inapropiado, que hablar de nuestras tragedias íntimas no es urgente, cuando hay tantos problemas que merecen atención inmediata en este país.
Pero si la Literatura no es el espacio para desnudar nuestra fibra humana, nuestras dudas, miserias, miedos, anhelos y sueños, ¿dónde más, cuándo podremos hacerlo?
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Muchos amigos se disculparon aquella noche por no poder asistir. Algunos temieron lo del toque de queda. Otros quedaron atascados en un tráfico imposible. A pesar de ello, estuvimos a sala llena. Un agradecimiento grande para quienes asistieron. Y a quienes no lo lograron, gracias por intentarlo.
Los amigos de La Radio Tomada transmitieron el evento en vivo, vía internet. Les comparto el conversatorio que tuvimos con el escritor Mauricio Orellana Suárez y con el psicólogo Antonio Valencia. Hablamos de historias, de literatura, de biblioterapia, de depresión, de la soledad, de los dolores privados del ser humano.
Mil gracias por su apoyo a Mauricio, Antonio, el Centro Cultural de España, Penguim Random House Grupo Editorial, María del Carmen Deola y Librería La Ceiba. Un agradecimiento especial a La Radio Tomada por compartirnos el audio y la foto que acompaña este texto.