Eran las cuatro de la tarde del 15 de agosto de 1961. El soldado Hans Conrad Schumann, de 19 años, cumplía su turno como centinela en el cruce de la Ruppiner Strasse con la Bernauer Strasse, en Berlín Oriental. Dos días antes, el día 13, el gobierno de la República Democrática Alemana (RDA), había ordenado construir un muro en el perímetro que dividía a Berlín en Oriental y Occidental.
Toda la frontera fue cerrada, algo que se hizo tirando una alambrada de púas y desplegando a cientos de elementos de seguridad para evitar el paso de los ciudadanos. El día 15 comenzaron a colocarse planchas de cemento en algunos lugares, pero había sectores que todavía no estaban totalmente cerrados.
Schumann mantenía la posición asignada cuando comenzó a escuchar que del lado Occidental, la gente le gritaba cosas. “Komm’ rüber”, ven a este lado, decían. Estaba solo en su puesto de vigilancia. Miraba a las personas gritarle, hacer bocina con las manos para que él pudiera escucharles mejor; un par de personas agitaban sus brazos haciendo señas para alentarlo a cruzar. La agitación aumentó cuando un carro de policía se hizo presente y se parqueó cerca del lugar.
Schumann se puso nervioso. Comenzó a fumar en cadena. Recordó su juramento como miembro del ejército. Pensó en sus camaradas. En su familia. También pensó en el niño que pocos días antes había cruzado al lado occidental y que había sido arrastrado de regreso por los soldados del Este. No le pareció correcto. Tampoco le gustaba la idea de que el gobierno impidiera a la gente moverse libremente. No quería vivir encerrado, aunque fuera en su propio país.
Encontró la oportunidad para cambiar su sub ametralladora MPi41 (una variante alemana de la sub ametralladora soviética PPSh-41), por otra que no estaba cargada. Observó su lado de la ciudad. Un par de soldados venían caminando en la acera de enfrente. Si iba a hacerlo, tenía que ser rápido, aprovechando la confusión que la gente en el lado occidental estaba causando. Ya tenían una hora allí y el grupo iba aumentando.
Ocurrió en segundos: Schumann tiró el cigarrillo, se acercó al rollo de alambre, brincó encima y zafó de su hombro derecho la correa del arma con la confianza de que, estando descargada, no se dispararía al golpear el suelo. Corrió directo hacia el carro policial, que ya tenía abierta la puerta, y entró al asiento trasero. La puerta se cerró. El vehículo se alejó a toda prisa.
El hecho fue captado por Peter Leibing, un fotógrafo alemán, también de 19 años, que trabajaba para Contiepress, una agencia de fotos con sede en Hamburgo. Leibing llegó al muro porque la policía le había dado un soplo: era posible que un soldado de la RDA escapara a occidente. También estaba presente un camarógrafo de un noticiero local, que filmó el suceso.
Schumann fue llevado de inmediato a una estación de policía. Lo primero que pidió fue un emparedado de salchichón de hígado y un cigarrillo. La policía lo interrogó exhaustivamente tratando de sacarle toda la información posible sobre lo que pasaba “al otro lado”.
Permaneció un tiempo en Berlín Occidental e intentó vivir con normalidad. No se cambió el nombre, no vivió escondido y concedió entrevistas a los medios, contando la misma historia una y otra vez. Confundido, sin amigos e interrogado interminablemente por la policía occidental, se dio a la bebida. Cuando la policía concluyó que no tenía información valiosa que dar, le compró un pasaje a Baviera para sacarlo de Berlín y alejarlo de la frontera con la RDA.
Mientras tanto, la foto de Leibing daba la vuelta al mundo. Se convirtió en una imagen emblemática de la Guerra Fría. Ganó el premio de la Fotografía del Año de 1961, otorgado por el Overseas Press Club of America (OPC). Fue así como Conrad Schumann llegó a ser conocido como el primer soldado en desertar de Berlín Oriental.
El suceso le trajo fama y atención inesperadas a Schumann. El mundo occidental lo consideraba un héroe y un símbolo de libertad; el gobierno de la RDA, sus ex compañeros de armas y su propia familia, lo consideraban un desertor, un traidor. Esto le causó depresión. Se sentía culpable. Había traicionado su juramento como soldado. Había defraudado a sus familiares, quienes se habían quedado en su natal Sajonia, dando la cara ante todos los que reprochaban su conducta. También vivía con el temor permanente de que la Stasi, el Ministerio para la Seguridad del Estado de la RDA, le hiciera algún daño a él o a su familia.
Se estableció un tiempo en Günzburg, Baviera, donde conoció a quien sería su esposa, una mujer llamada Kunigunde. Mantuvo contacto esporádico con su familia en Sajonia. Cuando el muro cayó a finales de 1989, Schumann dijo sentirse realmente libre por primera vez. Pero la caída del muro no significó la liberación de la culpa ni del estigma, como él había esperado. Familiares y amigos seguían tratándolo con frialdad y considerándolo un traidor. Algunos se negaban a dirigirle la palabra. Nada había sido olvidado ni perdonado.
A pesar de la reunificación de Alemania, Schumann se quedó en Bavaria y regresó en pocas ocasiones a Sajonia. En algún momento se enteró de que las cartas que había recibido de sus familiares, en las que le pedían regresar sin temor porque nadie tomaría represalias contra él, habían sido dictadas por la Stasi. Su paranoia no había sido tan absurda, después de todo.
El 20 de junio de 1998, Hans Conrad Schumann, de 56 años, salió a dar una caminata. Había regresado de unas vacaciones familiares pero estaba deprimido. Aunque aparentaba ser un hombre tranquilo, nunca logró asimilar todo lo ocurrido a partir de aquel salto sobre la alambrada. Al no volver a casa, su esposa Kunigunde se preocupó. Después de un par de horas de búsqueda, lo encontró en un bosque cerca del pueblo de Kipfenberg. Se había colgado de un árbol.
No se encontró nota de suicidio.
(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 16 de agosto 2015. Ilustración: la foto tomada por Peter Leibing a Schumann, al saltar el muro).