Gabinete Caligari

No todos somos tramposos

Sobre el tema de la reciente denuncia de un plagio literario ejecutado por un ganador de los Juegos Florales, me parece importante tomar en consideración algunos detalles adicionales.

Por cualquier lado que examinemos el asunto hay dos cosas que están claras. Uno, el plagio es un delito. Es un robo de propiedad intelectual. Hacer pasar por propio un escrito ajeno no es un hecho del cual alguien se deba sentir orgulloso. El plagiario es un ladrón. El hecho de que el “copy and paste” sea práctica común hoy en día, no lo justifica ni lo atenúa. Es un problema mundial que tiene que ver con el mal uso de internet, sí, pero también con la falta de vergüenza.

Dos, las muchedumbres enardecidas se empeñan en buscar culpables en los lugares equivocados. No nos enredemos. Aquí sólo hay un culpable. Es el plagiario. El que pasó horas ejecutando su plan, convirtiéndolo en algo concreto y llevándolo hasta las últimas consecuencias.

Más constructivo que el deseo de ver rodar cabezas es examinar con detenimiento toda la cadena y detectar dónde falla, desde las convocatorias de los Juegos Florales hasta la publicación del libro mismo. Me permito examinar algunos de esos aspectos.

Uno de los requisitos indispensables para publicar en la DPI es registrar la obra en el Registro de Propiedad Intelectual, dependencia del Centro Nacional de Registros de El Salvador (CNR). Para los que no están familiarizados con este proceso, el asunto consiste en ir al Registro, presentar copias de tu obra, llenar un formato, hacer una solicitud escrita y recibir un “certificado de depósito de derecho de autor” que acredita la obra presentada. Este registro tiene reconocimiento mundial. Por lo general, la resolución se da de un día para otro.

En ninguna parte del documento que describe las funciones específicas de esta instancia, se aclara si el Registro se toma el trabajo de verificar la originalidad de la obra, cotejándola con el registro mundial, por ejemplo. No sé si técnicamente eso es posible, pero siempre me he preguntado cómo hace el Registro para saber si lo que uno presenta realmente es una obra original. Supongo que el Registro confía en la honorabilidad de quien llega diciendo que la obra que está registrando es de creación propia. O quizás no se considera que eso esté entre sus tareas.

La DPI por su parte, acepta el registro como prueba de propiedad y procede a la publicación, previa firma del contrato legal correspondiente con el autor. Por lo tanto, se parte de que el registro es una prueba de originalidad. No sé si el libro del plagiario pasó todo este proceso, pero supongo que sí, porque es el trámite normal de dicha editorial.

Aclaro que jamás he sido jurado de los Juegos Florales, así es que ignoro qué funciones solicitan los organizadores a los jurados en el momento de comprometerlos en dicha labor. Pero he sido jurado de concursos internacionales y jamás, en las tareas asignadas, me han solicitado verificar si el texto que uno declara finalista o ganador, es original. En muchos concursos, los organizadores mismos hacen una inspección previa de las obras participantes recibidas para constatar que cumplen con los requisitos establecidos en las bases, que en el caso de las obras inéditas incluyen siempre la originalidad del texto.

El simple hecho de participar implica la aceptación de las bases del concurso y cualquier violación de las mismas, en caso de ganar, tiene implicaciones legales y personales serias.

Es cada vez más frecuente que los concursos literarios soliciten una constancia firmada donde el participante da fe de la originalidad de la obra. Esa constancia, firmada de puño y letra, es sobre todo un acto de fe, un voto de confianza en la ética personal de cada quien. No se puede convivir en sociedad si partimos de que todos somos tramposos.

Desde hace pocos años, muchos concursos han comenzado a pedir también un archivo digital de la obra concursante. Esto facilita poder correr esos archivos en programas diseñados para detectar plagios. Aunque el sistema ofrece limitantes y la labor puede resultar larga y tediosa, es una de las mejores maneras hoy en día para detectar delincuentes literarios.

Se sobreentiende que un jurado que sospeche alguna anormalidad deberá hacerlo notar a sus compañeros de equipo y luego a los organizadores del concurso, con una causa bien sustentada y de ser posible, hasta con pruebas.

El caso del plagio ha dejado expuestas las debilidades de la estructura de la administración estatal de cultura, lo fácil que es burlarla y lo urgente que es cambiarla. Lo que se necesita es una evaluación objetiva y honesta sobre el tema. Pero dicha discusión no tendrá ningún sentido si los funcionarios de la Secretaría de Cultura se ponen a la defensiva, tratando de lavar su honra determinando culpables. No se trata de un ataque personal contra nadie sino de buscar mejorar un concurso cuyo formato ya está agotado y que urge de un cambio radical. Por desgracia, los Juegos Florales son los únicos concursos literarios del país. Para muchos escritores, sobre todo para los nuevos, es el único espacio posible para dar a conocer su trabajo. De ahí que darle atención a estos concursos es importante.

Pero este problema no se solucionará agregando algunas cláusulas nuevas a las bases del concurso. Porque el verdadero problema es el mismo de siempre: la ausencia de una política cultural clara y definida, normada por ley, que reconozca la importancia de invertir en cultura y que modernice las estructuras y las leyes vigentes alrededor de su quehacer.

Sería injusto que como consecuencia de esta situación, la sociedad comience a ver con desconfianza a sus escritores, no importa la edad que tengamos. Las prácticas desafortunadas de uno que se cree escritor no son práctica habitual ni de sus compañeros de generación ni de todos los que hemos dedicado la vida entera al oficio.

Que quede claro: No todos los escritores somos tramposos.

6 Comments

  1. Muy interesante su posición y las aclaraciones que se hacen sobre este plagio. De acuerdo, es un delito. El joven escritor se ha excusado diciendo que fue una protesta para evidenciar lo anacrónico del proceso, o algo similar. Pero nadie debe ni puede estar sobre la ley. Algunas veces, en este país, parece que sí. En un país donde el fraude, robo, amaños, mentira, engaño… es el día a día, alguna vez alguien iba a abusar de la buena fe. Lástima que se desprestigie una actividad tan maravillosa como la Literatura.

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  2. Jacinta te felicito por el artículo y te concedo la razón. No sabía que en las bases de los Juegos Florales se estipulara q debías registrar la obra. No todos somos tramposos.

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    • Aclaro Ernesto: en las bases de los Juegos Florales salvadoreños no piden registro de la obra. Lo pide la DPI para publicar todos sus libros. Este libro, como ganador de los premios, debió ser registrado. Pero el registro, en realidad, es un acto de fe. Hasta donde yo sé, nadie verifica realmente la originalidad.
      En varios concursos internacionales literarios sí piden el registro de propiedad intelectual y carta firmada del autor.

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