Hay frases que de tanto ser escuchadas y dichas, van perdiendo la profundidad de sus verdades. Su significado se diluye en la repetición, se aceptan en automático y no profundizamos en la sabiduría que encierran. “Quien no conoce la historia está condenado a repetirla” es una de ellas.
Es una frase cuya verdad está siendo demostrada en diversos lugares del mundo, incluido nuestro país, donde parece que la realidad está dando un giro de retroceso hacia situaciones que ya se creían superadas. Una reacción inmediata puede ser la de rendirse ante la fuerza de los eventos, pensar que toda lucha o esfuerzo por mejorar nuestras sociedades es inútil y vivirlo todo con resignación. Pero es necesario reflexionar e ir más allá de la apariencia de los eventos, para comprender el origen de lo que ocurre hoy en día, porque el manejo de los temas históricos en nuestro país se ha caracterizado por la desmemoria, el silencio y la manipulación tendenciosa de la verdad.
Revisar la historia es más oportuno que nunca, aunque hacerlo no sirve para mucho si no va acompañado de un proceso educativo adecuado. No basta conocer la historia, recordarla, conmemorarla de forma mecánica en las fechas adecuadas u honrar la memoria de gestas y próceres pasados, convertidos ahora en estatuas y placas alusivas. La piedra y el bronce no tienen vida propia para explicarnos dónde equivocamos el camino. Ese análisis nos corresponde a los vivos.
Subestimamos la educación y la pensamos meramente necesaria como un medio que nos brindará las herramientas para incorporarnos al mercado productivo y generar ganancia económica para nuestra sobrevivencia. Nos limitamos a ello, porque vivimos en sociedades donde el sistema educativo no está enfocado en formar ciudadanía crítica ni valores humanos. No está diseñado para que el individuo tenga capacidad de discernimiento para cuestionar la realidad, para emitir y recibir crítica, ni para argumentar opiniones desde puntos de vista equilibrados. No se está formando a las personas para tomar decisiones con la cabeza fría. La ciudadanía continúa votando u opinando desde el resentimiento o dejándose arrastrar por la marejada, sin reflexionar ni tomar en cuenta las consecuencias que dichas decisiones puedan generar, tanto a nivel individual como colectivo.
Otro elemento que hace falta en la formación de ciudadanía crítica es infundir confianza en el entorno, en el sentido de que una opinión fundamentada y analizada es válida y necesaria en el concierto general de una sociedad. Pero externar opinión sólo puede realizarse cuando se vive en un entorno que no amenace la libertad de expresión mediante censura, desacreditación, escarnio público e incluso amenazas físicas o legales, tanto al individuo como a sus familiares.
Las deficiencias educativas de nuestra sociedad también afectan otros aspectos para la formación de una ciudadanía crítica. El desconocimiento absoluto del funcionamiento del Estado, los gobiernos, los derechos constitucionales y la política en general, induce a las personas a tener una percepción visceral de la realidad. Tampoco se valoran otro tipo de atributos necesarios para la convivencia sociopolítica, como la ética. Cuando hablo de ética, me refiero a un conjunto de normas mínimas (como la decencia, la honorabilidad y la honestidad) en la toma de decisiones que afecten al colectivo social. La honestidad, por ejemplo, no sólo implica no robar, sino también tener consciencia de que no se tiene los estudios, la experiencia o las herramientas psicológicas indispensables para ejercer un cargo equis. En dicho caso, decir “no sé” o “no puedo” es un gesto de responsabilidad y no de ignorancia.
El desconocimiento del ejercicio político ha provocado resultados lamentables en El Salvador. El país ha sido tradicionalmente gobernado por personas interesadas en la explotación de las mayorías, con el objetivo de incrementar sus fortunas y de mantener su influencia y poder en la toma de decisiones en torno a dichos beneficios. Esto ha mantenido profundas diferencias sociales y económicas que, en varios momentos de nuestra historia, provocaron explosiones violentas, con los consecuentes muertos y deterioro del sistema democrático y de los derechos humanos. Para no ir demasiado lejos, recordemos la guerra de los 80, con más de 75.000 muertos, cientos de desaparecidos, censura, persecución política, tortura, dolor y desunión interna.
Los tiempos han cambiado profundamente en cuanto al acceso del público a la información. Internet nos bombardea constantemente con imágenes, conceptos e incluso noticias falsas y absurdas. Gran parte de dichos contenidos han sido manipulados para servir intereses políticos, comerciales o individuales, contenidos que son tomados como verdaderos por millones de personas en el mundo, sin verificación ni cuestionamiento alguno, por el simple hecho de aparecer en las redes sociales.
Aquí es donde se comprueba lo que produce la falta de educación analítica. Personas que aceptan todo lo que leen y se les dice, que toman decisiones desde su hígado y no desde el análisis crítico, sin pensar en las consecuencias de sus decisiones. Personas que valoran más lo popular, lo mediático, la imagen, lo bayunco, lo frívolo, la aprobación del “like” pero que no tienen una idea propia de los eventos ni una evaluación personal de la historia y sus actores. Personas con una identidad construida en el “copia y pega” de las actitudes, poses, discursos y lenguaje de los demás, que buscan una aceptación grupal, sin indagar en su propia personalidad ni sus intereses individuales auténticos.
Los resultados de una reforma educativa profunda, reorientada para formar ciudadanos con cualidades técnicas, pero también con valores democráticos y humanos, solamente podrán verse al mediano y largo plazo. Acaso por ello ha sido una tarea despreciada por nuestros gobernantes, porque se limitan a pensar en el rédito político inmediato y no en la huella del trabajo a futuro.
Formar ciudadanía crítica y pensante debería ser una exigencia que provenga de la sociedad misma, con la certeza de que, al superar el infantilismo, el oportunismo y la improvisación política, tendremos mejores posibilidades de enfocarnos, como sociedad, en superar de manera efectiva los problemas que nos aquejan.
(Publicada en La Prensa Gráfica, sección de opinión, domingo 6 de junio, 2021. Foto de congerdesign en Pixabay).