En marzo de este año se dio el fallo del Premio Literario Nikkei Hoshi Shinichi en Japón. Pero la novela que se alzó como noticia no fue la ganadora del primer premio, sino la que ganó el segundo lugar, una obra llamada El día en que una computadora escribe una novela.
La obra fue enviada al concurso por un grupo de investigadores de la Universidad del Futuro de Hakodate. Fue escrita por una máquina con inteligencia artificial que había sido programada con diferentes parámetros previamente definidos, como argumento, personajes y trama. Lo que hizo la máquina fue redactar la novela a partir de esa información.
De las 1.450 novelas participantes en el concurso mencionado, 11 fueron escritas por inteligencia artificial. Eso está permitido porque cuando se fundó la competencia, quedó especificado que “cualquier no-humano, desde aliens hasta animales” podría concursar, con la única condición de que la obra fuera escrita en japonés.
El novelista de ciencia ficción Satoshi Hase, quien fungió como jurado para este concurso, se confesó sorprendido al saber la noticia. La novela está bien estructurada, según explicó, pero no ganó el primer lugar porque le faltó describir mejor a los personajes. Nada le hizo pensar que la novela pudiera estar escrita por una máquina.
Hace unos días me enteré de la creación de la revista en línea CuratedAI, “una revista literaria escrita por máquinas para personas”, según define su lema. Diferentes máquinas han sido programadas con obras literarias mundiales y elementos técnicos tanto de narrativa como de poesía. Algunas de estas máquinas han sido programadas con un vocabulario de 190.000 palabras, un número extenso si se toma en consideración que el Oxford English Dictionary tiene poco menos que 171.500 palabras.
Los textos resultantes de este proyecto están siendo colgados en la revista mencionada. Entre sus “escritores” se encuentra uno llamado Tosltoyish, descrito como “una red neuronal recurrente entrenada en la obra de León Tolstoi”. También existe una autora llama jNN Austen, entrenada en la obra de Jane Austen. Los “autores” de poesía están entrenados en la poesía de dominio público o en tweets al azar.
La inspiración de estas inteligencias se activa al programar en la máquina una palabra, una pregunta o una frase, que servirá después como título del texto resultante. Entre los escritores robóticos, estos detonantes producen un poema o un texto en prosa. La revista está abierta a recibir colaboraciones de otros programadores de inteligencia artificial que tengan proyectos similares, animándolos a enviar los textos y a explicar sus parámetros de programación.
Es creciente además el uso de máquinas inteligentes que redactan algunas notas de prensa cuya información sigue un formato estándar, como los informes de la bolsa o los reportes criminales. En Twitter existen millones de bots que también escriben bajo algoritmos, como el Magic Realism Bot, con casi 39.000 seguidores. Este bot ha sido programado con obras del realismo mágico y emite tweets cada dos horas, emulando dicho estilo literario.
Pero los bots también pueden ser usados, o mejor dicho, programados con intenciones menos nobles que intentar hacer literatura o redactar notas de prensa. Un reportaje de Thomas Baerthlein para la Deutsche Welle analizó el uso de los bots con fines políticos. Miles de cuentas en Twitter están programadas para emitir preguntas u opiniones tendenciosas. Para una ciudadanía indiferente o sin el hábito de analizar por cuenta propia la información, lo emitido por estos bots es tomado como verdad absoluta y aceptado sin cuestionamiento. La táctica de repetir una información de manera constante hace pensar a los lectores de redes sociales que lo leído es veraz e importante.
Estos bots políticos son usados por regímenes autoritarios, con el fin de encauzar la opinión pública local hacia sus propios intereses. Pero también son utilizados por políticos en países democráticos para influenciar opiniones ciudadanas e incluso para intentar cambiar resultados electorales. Muchos de ellos están siendo usados en la actual campaña electoral estadounidense.
A medida que las máquinas sean capaces de asumir tareas más complejas, así también se modificarán varias profesiones y su manera de trabajar. Kaggle, una compañía de San Francisco dedicada a la ciencia de datos, retó a su comunidad a crear un algoritmo que pudiera calificar ensayos escolares. Se calculó que un maestro podría leer 10.000 ensayos en una labor de 40 años. El algoritmo ganador logró leer millones de ensayos en cuestión de minutos y calificarlos con alto nivel de acierto. Algo similar ocurrió cuando la misma compañía creó un algoritmo para detectar la retinopatía diabética con sólo ver imágenes oculares. Los 50.000 ojos que podría examinar un oftalmólogo a lo largo de su carrera se multiplicaron por millones de ojos revisados en minutos, gracias a otro algoritmo.
El desarrollo de diversas formas de inteligencia artificial implicará la desaparición o mutación de una serie de trabajos u oficios. Esta perspectiva no deja de ser inquietante. La actual revolución tecnológica, que ha masificado el acceso a la escritura y la publicación en línea, ya implica un reto. La hasta hace algunos años elusiva figura del escritor se encuentra mutando hacia la de alguien para quien es casi una obligación tener una presencia pública constante y accesible. Triunfa el escritor con más seguidores, con más likes, el más activo en redes y que dialoga con sus lectores, el que muestra sus vivencias personales y se toma selfies sonrientes con quien se lo pida. La obra del escritor pasa a un segundo plano. Ya no se admira su uso del lenguaje, su innovación de la estructura o la originalidad de su historia sino su habilidad para las relaciones públicas.
Quizás en el futuro ya no habrá escritores humanos y el oficio será asumido por androides programados para refritar, en millones de combinaciones posibles, a los autores y libros clásicos. La escritura humana será tan común, que admiraremos a la máquina que pueda escribir novelas a la altura de un Tolstoi o de una Austen.
¿Soñarán entonces los androides con ser escritores famosos?
(Publicado domingo 14 de agosto 2016 en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica. Foto de portadilla por Mirko Tobias Schaeffer, licencia Creative Commons Attribution 2.0 Generic).
En la novela Yo soy la Memoria de Hugo Lindo, el personaje Sálito el Puro -el que se encargaba de conservar y restaurar la salud de La Raza en caso de desequilibrio-, se hacia las siguientes preguntas: …”¿qué es la realidad sino la concreción del sueño, qué es la materia sino la cristalización de las fuerzas que danzaban desordenadas, como burbujas ingobernables, en el mar de la energía?… (Pág. 63 Ed. UCA Ed.) Cuestiones muy a propósito. Fascinante el tema de la automatización en diferentes áreas de la actividad humana. Incontenible e irremisible desde la revolución industrial, viene sustituyendo la fuerza y el hacer humano. Eso así hasta el día de hoy, sin embargo, me resisto a creer que estemos a las puertas de un escritor automatizado por un ordenador procreador de obras literarias con las características clásicas que todos conocemos. La ciencia cibérnetica desde un programa de computadora apunta hacia la perfección de la obra creada, pues precisamente allí reside la razón de mi incredulidad ya que las obras literarias, como usted muy bien lo sabe, nace de todo el contexto o cosmovisión personal del autor: experiencias vitales positivas o negativas, educación y desarrollo cultural, etc. en suma de todo lo que el autor vive. Y en eso creo que el literato de “carne y hueso” siempre le llevará ventaja al androide. Como bien lo dijo Andrew (Robin Williams) personaje androide en la película El Hombre Bicentenario: “Lo creas o no, el secreto de todo esto es la imperfección… lo que nos hace únicos son esas imperfecciones”. ¡Un afectuoso saludo Jacinta!
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Pienso que el papel y la funcionalidad del escritor está variando mucho a propósito de la revolución tecnológica y del acceso masivo a medios de comunicación. Por supuesto que el factor humano solamente puede ser brindado por nosotros, pero eso no quita que habrán intentos por fomentar inteligencias artificiales que emulen la actividad artística del ser humano. Ahora puede que lo veamos raro, o rechacemos la idea pero a futuro, digamos 100 años, quizás nadie quiera “perder el tiempo” sentándose a escribir una novela por simple satisfacción personal, ya que ni económicamente es rentable hacerlo. Es una posibilidad. Saludos Felipe, gracias por comentar.
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