Gabinete Caligari

Autodidactas

Fotograma de una de las famosas escenas filmadas a luz de vela. Barry Lindon (1975) de Stanley Kubrick.

Fotograma de una de las escenas filmadas a luz de vela, película Barry Lyndon (1975) de Stanley Kubrick.

Hace unos días me sorprendí al darme cuenta de que el cineasta alemán Werner Herzog es autodidacta, es decir, alguien que se formó y estudió por cuenta propia. Lo admite con franqueza en la lección inicial de un curso sobre cine que imparte en internet. Herzog vio su primera película a los 11 años. Dice que ni siquiera supo que existía el cine hasta ese momento. Cuando llegó a los 17 estaba claro de que quería ser cineasta y a los 19 ya estaba tocando puertas, buscando financiamiento para hacer su primer proyecto serio.

El autodidactismo es una forma de vida para muchos artistas. Más allá de la educación formal, el desarrollo del trabajo creativo plantea en la práctica retos y preguntas que el artista quiere explorar y conocer. Eso lo lleva a estudiar y buscar información que debe encontrar más allá de su ejercicio empírico. Leer, leer, leer, leer, como recomienda Herzog a todo el que insista en hacer cine y que, por supuesto, es un consejo extensivo a todas las artes.

El ejercicio de la escritura es un ejemplo de ello. Es un oficio que jamás se termina de aprender, de dominar, de conocer. Mientras más se escribe, mientras mejor se comprenden los mecanismos de una historia, más claro le resulta al escritor que su conocimiento del oficio es inasible. Ésa es la gracia de las disciplinas creativas, que siempre enseñan algo nuevo, lo que permite la evolución y el crecimiento de una obra y de su creador. Más que el dominio de una técnica, el arte es muchas veces el resultado de múltiples búsquedas en diferentes momentos de la vida de su autor.

Hoy en día el autodidactismo es un asunto despreciado al que pocos se atreven. La educación formal parece haberse convertido en obsesión, aunque por los motivos equivocados. En realidad, la mayoría de estudiantes no busca obtener conocimiento sino conseguir una validación académica que les permita entrar al mercado laboral. No basta ya con tener una licenciatura o un título técnico; también hay que hacer especializaciones. Másteres, diplomados, doctorados, hasta una segunda carrera de ser posible.

Un alto número de jóvenes se miran presionados a optar por una carrera universitaria, sin una idea clara de lo que les gustaría hacer en la vida. La urgencia por convertirse en “un ser productivo” apresura los procesos de selección sobre estudio y trabajo, obligando muchas veces a estudiar carreras por imposición familiar o porque son profesiones “que dejan dinero”, pero no porque se tiene un gusto o un talento natural hacia ello.

A pesar de los méritos que encierra la práctica del autodidactismo, el conocimiento y la experiencia que adquiere con ello una persona no son reconocidos por la sociedad para certificarlo como apto para obtener un empleo. Si se quiere un trabajo estable con buen sueldo, hay que presentar varios títulos para demostrar la valía del conocimiento de quien solicita el empleo. Aunque, ya se sabe, los títulos no son garantía de nada.

Quizás y precisamente algunos estudiantes no están a la altura de sus títulos académicos porque su objetivo al estudiar no fue la búsqueda de la sabiduría o colmar la realización de una pasión personal. La mayoría estudia para cumplir con un trámite social, imprescindible para la sobrevivencia económica pero no para satisfacer un hambre intelectual o la inquietud tan humana de descubrir para qué somos buenos en la vida y poder dedicarnos a eso.

Ahora tenemos toda la información posible al alcance de nuestras manos, pero eso no nos ha convertido en seres más sabios. Más bien pareciera lo contrario. La certeza de que la información que buscamos está a nuestra disposición, apenas a un clic de distancia, no nos permite tampoco valorar la dimensión de ese auténtico privilegio.

Pero la búsqueda del conocimiento es mucho más que solamente encontrar una respuesta, obtener un dato o construir un producto a partir del acceso a la información. La sabiduría vale sobre todo por el proceso de la búsqueda, por los momentos de prueba y error. La tecnología, que trajo de la mano todo un universo de entretenimiento y distracciones, contribuye también a la obsesión por la urgencia y la satisfacción inmediata. Se esperan resultados rápidos o instantáneos pero no se tiene paciencia para vivir el proceso que lleva hacia esos resultados. Es decir, no se tiene paciencia para aprender.

El autodidacta requiere de disciplina y de un don natural por la organización y la estructura. Estudia por cuenta propia, sin obligación de hacerlo y movido por su curiosidad interior, lo cual es estímulo suficiente para llevar adelante su tarea. El estudio por cuenta propia implica también la posibilidad de trabajar más allá de las casillas mentales tradicionales, llegando a innovar en su área o a realizar grandes descubrimientos.

Pienso en Stanley Kubrick, también autodidacta, que se empeñó en filmar algunas escenas de su película Barry Lyndon (1975) a pura luz de vela. Todos le decían que estaba loco, que era un imposible. Pero Kubrick insistía en que la luz de las velas daba el efecto exacto que necesitaba para la película, como en efecto demostró cuando logró filmar las escenas tal y como él las necesitaba.

Esto no significa que la educación formal deba descartarse o subestimarse. Aunque es evidente que urge una revolución educativa global, porque los procesos educativos actuales están desfasados en relación con los nuevos tipos de inteligencia que están desarrollando los humanos y de las nuevas necesidades y obsolescencias que ello arrastra consigo.

Parte de esa revolución podría transformar el enfoque utilitario que tiene hoy en día la educación y redirigirla hacia la noción de que el estudio y la búsqueda de conocimiento son tareas permanentes para el ser humano, sin importar su oficio. Y que el autodidactismo es un proceso de aprendizaje válido que no debe despreciarse ni subestimarse, sino al contrario, estimularse y valorarse como verdaderamente merece.

Si tiene dudas sobre el valor de los aportes de los autodidactas, vea cualquier película de Herzog o Kubrick y después hablamos.

(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica de El Salvador, domingo 31 de julio, 2016).

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