Cultura, Gabinete Caligari

La economía naranja

Si la “economía naranja” fuera un país, sería la cuarta economía del mundo, tendría el noveno lugar como exportador de bienes y servicios, y representaría la cuarta fuerza laboral del planeta. Eso es lo que sostiene el libro La economía naranja: una oportunidad infinita, escrito por Felipe Buitrago e Iván Duque, y publicado en el 2013 por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

El libro destaca la importancia que tienen las industrias creativas en el desarrollo social y económico, tanto a nivel local como global. Para unificar conceptos, se parte de la definición dada por el autor británico John Howkins, donde la economía creativa comprende los sectores en los que el valor de sus bienes y servicios está basado en la propiedad intelectual: arquitectura, artes visuales y escénicas, artesanías, cine, diseño, editorial, investigación y desarrollo, juegos y juguetes, moda, música, publicidad, software, TV y radio, y videojuegos.

Según el BID, las industrias creativas comprenden los bienes y servicios asociados a las políticas culturales, los servicios creativos y los deportes. Ellas van desde las convencionales y las asociadas a los nuevos medios, como las mencionadas antes, pero incluye también el turismo cultural, el ecoturismo, la gastronomía y la publicidad.

El informe llama a la riqueza producida por la economía creativa, “economía naranja”. Es “economía” porque permite que las ideas se transformen en bienes y servicios culturales, cuyo valor está determinado por su contenido de propiedad intelectual; y es “naranja”, porque este color “se suele asociar con la cultura, la creatividad y la identidad”.

Todas las actividades relacionadas con estas áreas generan riqueza monetaria, material e intangible, pero también contribuciones fiscales, cuya importancia dentro de la economía general ha sido subestimada, incluso por los expertos. En el 2005, lo generado por las industrias creativas o economía naranja, representó el 6.1% de la economía global. Se calcula que, con una tendencia estable, esto se tradujo en 4.3 miles de millones de dólares para el 2011.

Según otros datos, las industrias creativas producen 174.000 millones de dólares al año, y crean 10 millones de empleos, solo en América Latina. Estas cifras pueden parecer pequeñas en comparación con otras regiones, donde la inversión en estas industrias es mayor. Según declaraciones a la BBC de Felipe Buitrago, uno de los autores del informe, en términos de comercialización de cultura somos la región menos integrada del mundo y no somos consumidores de lo que producen nuestros vecinos.

Muchos de los productos culturales producidos en Latinoamérica son pensados para ser vendidos afuera, sobre todo en los Estados Unidos o Europa. Un poco porque todavía se piensa que un producto que triunfa en el extranjero debe ser bueno. Pero enfocar o promover la venta del producto en el extranjero es también una estrategia de sobrevivencia. Mientras más complejo el producto cultural que se intenta vender, mayor la inversión económica que se trata de recuperar. Parte de ello se logra ofreciendo el producto en lugares que cuentan con mejores estrategias de visibilidad o con economías más fuertes, que permiten un acceso amplio al producto y mejor retribución económica del consumo cultural.

El desconocimiento o la falta de visión de lo que puede lograrse al invertir en industrias culturales se convierten en un factor importante. En Latinoamérica y el Caribe, la cifra de los productos culturales que se importan (libros y películas por ejemplo), es mayor a lo que se produce y exporta.

Hay quienes piensan que estas industrias deberían ser subsidiadas por el gobierno, idea que causa rechazo por sectores que prefieren mantenerse alejados de todo financiamiento estatal, para no comprometer sus lealtades creativas o para no ser asociados con “una cultura oficial”.

Mucho depende también del tipo de administración de cultura con que cuenta cada país y de los asocios que se logren establecer con otros sectores sociales y productivos, para que estas inversiones rindan frutos. Esto pasa por la existencia de partidas presupuestarias que permitan canalizar proyectos independientes, becas y cofinanciamientos con instituciones privadas o comerciales, así como la disponibilidad de financiamientos, desde otras áreas del estado, para brindar capital semilla, asesoría técnico administrativa y redes de trabajo con las que se puedan contar.

En el caso de México, por ejemplo, la economía naranja genera 55.000 millones de dólares, que es más del doble que lo que se recibe por las remesas que envían los mexicanos que viven en el exterior. Por su lado, Argentina es líder en el área de la industria editorial y de la producción de cine. Según un dato del 2011 de la UNESCO, Argentina produjo 168 películas ese año. El segundo lugar lo llevó México con 126.

Los cambios necesarios para impulsar la consolidación y expansión de las industrias culturales pasan también por cambiar los paradigmas de cómo se concibe la cultura y el entretenimiento. Se necesita crear áreas de especialización para la formación de profesionales expertos en aspectos de gestión, que a menudo pasan como labores invisibles: curadores de arte, agentes literarios o representantes artísticos, gestores culturales, periodismo y crítica cultural, etc.

Es preciso invertir también en la formación de administradores especializados en temas culturales, que tengan la capacidad de crear herramientas de seguimiento, evaluación y difusión de los productos, tomando en consideración los vaivenes propios de las industrias creativas. No se puede evaluar con la misma herramienta burocrática los avances en la construcción de un edificio, la puesta en escena de una ópera, la filmación de una película, una investigación académica o el mantenimiento de una zona arqueológica.

Es importante tomar en cuenta que cuando se hace una buena inversión en este tipo de industrias, el producto no sólo puede crecer en cuanto a calidad y variedad. También se convierte en una oportunidad de empleo y de producción de bienes y servicios, que inciden de manera positiva en las economías locales y la sociedad en su conjunto.

Ojalá este libro abra una discusión que día a día prueba ser más necesaria: la de reconocer que las industrias creativas son económicamente viables y de que es hora de invertir en ellas.

(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 8 de noviembre de 2015).