En la fotografía se miran dos cuerpos. Están rodeados de escombros. Un hombre tiene el brazo izquierdo alrededor del cuerpo de una mujer. La cabeza del hombre está reclinada sobre el pecho de ella. Los ojos del hombre están cerrados. De su ojo izquierdo sale un hilillo rojo, como si hubiera llorado sangre. Su rostro está blanqueado por el polvo.
La mujer está recostada hacia atrás. El brazo derecho lo tiene algo alzado, como si hubiera quedado paralizado en el momento de intentar ponerlo sobre la cabeza del hombre. En ese brazo hay una delgada pulsera dorada.
Él tiene puesta una camisa celeste. Ella una blusa anaranjada o roja, estampada. Ambos están cubiertos con polvo. La parte inferior de ambos cuerpos desaparece a la vista debajo de bloques de cemento y ladrillo.
En primer plano hay un pedazo de tela celeste. Cerca del cuerpo de la mujer se mira una tela de color rosado y otra anaranjada. Están rodeados de escombros, varillas de hierro, ladrillos, polvo y dos botellas plásticas de agua.
La imagen fue captada por la fotógrafa bangladesí Taslima Akhter en las ruinas del edificio que colapsó en las afueras de Dacca, a finales de abril pasado. Fue publicada en la sección internacional de la revista Time.
Cuenta Akhter que tenía doce horas de estar en el lugar del derrumbe, tomando fotos. Había visto a los rescatistas, a los heridos, otros cadáveres. Había visto el temor y la angustia en los ojos de los familiares que habían acudido para tener noticias.
Akhter estaba agotada, tanto física como mentalmente. A las 2 de la mañana vio los cadáveres del hombre y la mujer abrazados. Conmovida, con la rara sensación de que eran personas cercanas a ella, tomó la foto. Akhter sigue sin saber quiénes eran ni cuál era su relación. Pero considera que su foto sirve para darle un rostro humano a la tragedia.
El edificio derrumbado albergaba cinco diferentes empresas que confeccionaban ropa para marcas conocidas a nivel internacional. Un día antes del colapso aparecieron grandes grietas en el interior del edificio de ocho plantas. El dueño fue avisado pero no hizo nada al respecto. Al contrario, el día del derrumbe obligó a los empleados a entrar a trabajar, según declaraciones de los sobrevivientes. Se estima que adentro estaban por lo menos cuatro mil trabajadores.
Gracias a los bajos costos de producción, Bangladesh se ha convertido en un lugar apetecido por grandes empresas para la producción de ropa. Se estima que hay alrededor de 4,500 fábricas que tienen contratos con varias marcas internacionales. Se calcula además que en algunos años podrá sobrepasar a China como el mayor fabricante de ropa del mundo.
Pero el derrumbe dejó al descubierto no sólo las pésimas condiciones laborales y de seguridad en las que trabajan miles de obreros, sino también la existencia de una red de corrupción entre los dueños de los edificios donde se albergan dichas fábricas y funcionarios públicos que autorizan construcciones en lugares prohibidos o que dan certificados de seguridad de inmuebles sin realmente cumplir con los requisitos para ello.
Algunos de los sueldos de los que trabajan en este tipo de fábricas es de 28 dólares mensuales. A veces la familia entera se dedica a trabajar, incluidos los ancianos y los menores, porque pensar en mandarlos a la escuela es un lujo que no se pueden dar.
Al momento de escribir estas líneas, el número de muertos por el derrumbe asciende a 1,127 personas.
Podría enfocar el resto de este texto en dar números y datos, y en emitir opiniones de indignación sobre las pésimas condiciones laborales, casi de esclavitud, que viven millones de seres humanos en el mundo. Pero mi pensamiento quedó anclado en la foto de la que hablé al inicio.
He tratado de imaginar cómo habría ocurrido el derrumbe. Cómo fueron esos minutos para quienes estaban adentro. Cómo se dieron cuenta los ocupantes del edificio de lo que ocurría. Pienso en sus reacciones, la más lógica, me parece, correr para salvarse.
Nunca sabremos qué pasó con el hombre y la mujer de la foto. Quizás puedan ser reconocidos, el hombre por el rostro, la mujer por la ropa. Quizás en realidad no se abrazaron y el impacto de todo lo que les cayó encima hizo que sus cuerpos quedaran en esa posición. Quizás la mujer estaba herida o nerviosa y el tipo la sujetó para ayudarle a salir. Quizás eran compañeros de trabajo. Quizás eran parientes, amigos, esposos. Quizás ni se conocían. Quizás el abrazo no fue más que un gesto de resignación ante la inminente muerte de ambos. Sujetarse el uno al otro para aferrarse a la vida, para decir adiós, para resistir, para no morir a solas.
Cuando se publican este tipo de fotos siempre surgen comentarios críticos. ¿Debió publicarse o no, sin conocerse antes la identidad de los fallecidos? ¿Debió publicarse con el consentimiento de los familiares? ¿Es una foto demasiado íntima, privada? ¿Tienen privacidad los muertos?
Estos son temas de constante debate en los medios de comunicación y no es algo que pretendo resolver en este breve espacio. En lo personal la foto me parece importante porque, como bien dijo la autora de la misma, nos recuerda que cada uno de los (hasta ahora) 1,127 muertos eran seres humanos. Cada quien con una vida y con una historia que contar.
Por desgracia estamos tan acostumbrados a la violencia, a la muerte, a la tragedia, que necesitamos ver este tipo de imágenes para recordar que los muertos de este (o de cualquier otro hecho), no son sólo un número, una estadística fría, un titular pasajero en los medios.
Revise la etiqueta de la ropa que tiene puesta en este momento. No se sorprenda mucho si está hecha en Bangladesh. Pregúntese si fue hecha en la fábrica derrumbada, por alguno de los más de mil muertos, o por el hombre y la mujer que se abrazaron en la muerte.
(Publicada en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 19 de mayo 2013).
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