El español Javier Ochoa ganó la edición número 22 del concurso Premio de Literatura para Escritores Noveles, organizado por la Diputación de Jaén, en España. Pero nunca llegó a recibir el premio. Después de haberlo ganado, la misma Diputación se lo retiró. ¿Motivos? Que su novela, llamada Nunca te quise tanto como para no matarte, “falta al derecho a la igualdad por razones de sexo en varias ocasiones”. Es decir, la novela “atentaba” contra la igualdad entre hombres y mujeres, y tenía contenidos sexistas, denigrantes de la mujer.
Esto fue determinado por el “Área de Igualdad” de la mencionada Diputación, que fue la encargada de analizar el contenido de la novela premiada, sin entrar en la valoración literaria de la misma.
No conozco al ganador del premio ni sé de qué trata la novela. Pero el hecho de que un libro participando en un concurso literario tenga que pasar por un tamiz de corrección política me parece absurdo.
Que alguien escriba sobre un asesino en serie, por poner un ejemplo, no implica que el escritor sea un asesino real o en potencia, que sea un malvado, que tenga pensamientos oscuros. Que escriba literatura erótica no implica que sea un libertino sexual. Que en una novela un personaje masculino golpee a su esposa no significa que el escritor suele hacer lo mismo en su vida cotidiana, ni que aprueba o promueva ese tipo de conducta.
Escribir implica crear personajes y situaciones que van en contra de lo que el escritor mismo cree. Con eso se logra la tensión dramática. Para presentar una historia balanceada, el escritor debe imaginar y escribir también sobre la maldad, el dolor, la suciedad, los sentimientos más bajos u oscuros del ser humano, aunque el resultado final sea incómodo para los lectores.
El escritor estadounidense Ray Bradbury le daba a la literatura un valor social que iba mucho más allá de lo meramente estético. Él decía que es también “la válvula de seguridad de la civilización”. Según él, los escritores somos “recolectores de tensiones” y la sociedad necesita de artistas y escritores para mostrar a los demás “trozos de la realidad”.
Sobre esto, Bradbury cita a Nietzsche: “El arte existe para que la realidad no nos destruya”. El acto de escribir, e incluso el de leer, son esa válvula de escape necesaria que menciona Bradbury.
Los comisarios de la corrección política, al meter sus narices dentro de la literatura o el arte, terminan utilizando el pretexto de lo “correcto” para censurar lo que no comprenden o lo que no se identifica con sus propias creencias. Por desgracia los intentos por vigilar la moral dentro de la literatura existen desde siempre.
En enero de 1857, Gustave Flaubert fue acusado de obscenidad por su novela Madame Bovary. Siete meses más tarde, el acusado por obscenidad fue Charles Baudelaire por su poemario Las flores del mal. Ambos tuvieron que enfrentar un juicio. También se acusó de obscenidad, en 1957, a Allen Ginsberg por el poema “Howl” (“Aullido”). El poema tenía varias referencias al uso de drogas y a prácticas hetero y homosexuales.
La novela Ulises, del irlandés James Joyce, fue considerada obscena, pornográfica y ofensiva a la religión cuando comenzó a ser publicada por entregas en la revista estadounidense The Little Review, entre 1918 y 1920. El libro se publicó primero en Francia, en 1922. En los Estados Unidos no fue publicado completo hasta 1932.
¿Cómo sería la historia de la literatura si se hubiera aplicado la corrección política a ciertos autores? Quizás hubieran desaparecido la mitad de los libros que conocemos. No hubiéramos leído los Cuentos de Canterbury. Jamás habríamos leído al Marqués de Sade. Ni tampoco a Oscar Wilde, a los poetas beat, a los escritores dadaístas y surrealistas. Ni a Charles Bukowski, Henry Miller o Anaïs Nin. Ni los cuentos de horror de Edgar Allan Poe. No leeríamos jamás a Hunter S. Thompson, James Ellroy ni Chuck Palahniuk.
Más de alguna tragedia de Shakespeare sería quemada. La novela negra no existiría. Ni tampoco la literatura erótica. Se censurarían los libros de Thomas Bernhard o Louise-Ferdinand Céline, por sus frases cínicas y su exacerbada misantropía.
Ningún libro será jamás del gusto de todos. Es imposible complacer a todos los lectores. Por eso, el escritor tiene que enfocarse en escribir la obra tal como la concibe, tal como la quiere contar, aunque para ello tenga que escribir cosas que a algunos pueda ponerle los pelos de punta. El autor debe enfocarse en transmitir su historia con calidad. Y sin auto censurarse ni pensar si su abuelita, su vecino o la sociedad entera van a odiarlo por escribir equis libro.
Me parece que la corrección política no puede ni debe regular la literatura. Hacerlo, además de absurdo, es un atentado contra el espacio de libertad que debe gozar siempre la creación artística y literaria.
Qué texto monótono, plano y sin sustancia sería una novela, por ejemplo, si pasara por el bisturí de la corrección. Si ningún personaje dijera malas palabras, si los personajes pensaran todo el tiempo en el bien, si ninguno tuviera malas intenciones, envidia, crueldad. Si los personajes estuvieran repartidos equitativamente, es decir, que el 50% fueran mujeres (para llenar “las cuotas de participación” necesarias).
Libros que fueron considerados obscenos en su tiempo son hoy piezas fundamentales de la historia universal de la literatura. Muchas veces se dice que los libros no pueden cambiar el mundo. Pero obras como las mencionadas cambiaron la visión de la novela y la poesía. Su influencia persiste hasta hoy. Nadie volvió a escribir igual después de ellos, porque todos querían escribir como aquellos acusados. Los vilipendiados se convirtieron en los maestros de generaciones de escritores por venir.
La corrección política no tiene ninguna cabida dentro de la literatura. O por lo menos, eso espero y deseo. Porque cuando comiencen a exigir corrección en la literatura, ésta se convertirá en un territorio yermo. Ese día, seguro que abandonaré el oficio.
(Publicado domingo 5 de mayo 2013 en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica).
Me parecen muy interesantes los aportes que Jacinta Escudos nos hace en esta ocasión. Comparto sobre lo hermosa que es la libertad literaria, ya que nos ha permitido leer una variedad de puntos de vista sobre diversidad de épocas. Desconozco también sobre la obra citada y su autor, pero escribir es un arte, y el arte no puede ser amordazado pues pierde su esencia, así que me uno al planteamiento hecho. Gracias por informarnos de lo que sucede en el Mundo y ponernos a ejercitar el pensamiento con ello.
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La correcciòn polìtica es una forma de censura. Si la novela se construye por “cuotas” atendiendo cuestiones de “equidad” de sexo (no gènero), etnia, religiòn, etc., lo que estamos haciendo es escribir sobre algo que no existe, una sociedad ideal como podrìa ser en un hipotètico futuro. Se me hace como una nueva censura religiosa. La novela debe reflejar la realidad social que la rodea, ser espejo de una època en la vida de la humanidad, no un libro de buenas intenciones a futuro.
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