La New Economics Foundation (NEF), publicó en junio de este año la tercera edición del Índice del Planeta Feliz, una alternativa al indicador convencional que mide la riqueza de un país, como el Producto Interno Bruto (PIB). Según la NEF, conformada por economistas británicos, los países más ricos y desarrollados no son necesariamente los más felices.
En esta tercera edición, El Salvador calificó como el quinto lugar más feliz del mundo, después de Costa Rica, Vietnam, Colombia y Belice. La noticia fue retomada hace pocas semanas por Smarter Travel y reproducida por Yahoo, recomendando estos cinco países como metas ideales de viaje.
El estudio mide tres factores principales: el bienestar de los habitantes de una nación, su esperanza de vida y la huella ecológica de dicha nación. Los datos y métodos estadísticos son extraídos de otras instituciones como el Informe de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, el Gallup World Poll y el World Values Survey.
La noticia no dejó de sorprenderme y me pregunté en qué parte del país estará toda esa felicidad que yo me estoy perdiendo. Porque siento que vivir en este país es una angustia permanente. Mucho de nuestra realidad causa desánimo y es muy difícil mantener el optimismo en alto. Sólo pueden lograrlo aquellos que viven encerrados en burbujas, desconectados de la realidad cotidiana de la mayoría de la población.
Lo que no me sorprendió fue conocer el dato revelado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que afirma que El Salvador, ese mismo país que dicen es el quinto lugar más feliz del mundo, es también el país donde 6 de cada 10 personas sufren de depresión. Y que es este trastorno mental el que más afecta a sus habitantes.
Por su parte, el Instituto Salvadoreño de Medicina Legal reportó que entre enero y la primera quincena de septiembre del presente año se registraron 365 suicidios. De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), El Salvador ocupa el tercer lugar de la tasa de suicidios de Latinoamérica, con un promedio de 10 suicidios por cada 100 mil habitantes. La tasa de mortalidad a nivel mundial es de 16 por cada 100 mil habitantes.
A estos datos hay que agregar los dados a conocer por el Ministerio de Salud el pasado 9 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental. Los intentos de suicidio en general, exitosos o no, aumentaron en un 40%. En sus datos dicen que hasta agosto de este año hubo 731 intentos de suicidio.
Lo más impresionante para mí en términos de suicidios este año fue conocer el caso de un niño de 8 años que se suicidó en un cantón, ahorcándose de una de las vigas de su casa, luego de que su madre lo regañara por no haber hecho la tarea.
Menciono depresión y suicidio porque están íntimamente relacionadas. Y no hablo de la depresión como un estado pasajero de desánimo. Por desgracia hemos incorporado al lenguaje cotidiano la expresión “estoy deprimido” y la usamos con mucha ligereza y en términos que no corresponden a su significado real.
La depresión es un trastorno del estado de ánimo que puede durar meses y hasta años, y donde uno de los pensamientos frecuentes es el suicidio.
Dadas las condiciones de violencia, inseguridad, desempleo, alto costo de la vida, migración y exclusión, que son difíciles de ser ignoradas, sumadas a otras condiciones personales (no es lo mismo ir al trabajo en una camioneta de lujo con aire acondicionado a ir en 3 buses), los salvadoreños podemos considerarnos bastante vulnerables al stress, la ansiedad, la angustia y la depresión, todos trastornos que deben ser tratados por un profesional.
Desafortunadamente sigue reinando el prejuicio de que este tipo de males son “debilidades” que hay que ocultar. Que hay que hacer de tripas corazón y mostrar siempre un buen rostro ante la adversidad. Que un suicida no es más que un cobarde que no sabe cómo enfrentar la vida y que no vale la pena ni llorar por ellos. Que ir a visitar a un psicólogo o a un psiquiatra sólo lo hacen los verdaderos enfermos mentales, es decir, los locos furiosos. No un triste.
Muchas de esas tristezas inexplicables y no tratadas son, en algunos casos, el pretexto ideal para comenzar con el alcohol o las drogas. Pero en vez de ver a estas personas como enfermos, preferimos condenarlos socialmente y muchas veces abandonarlos a su desgracia.
Volviendo al Índice del Planeta Feliz 2012, se dice que el puntaje de El Salvador, que es de 58.9, refleja “una relativamente alta expectativa de vida (72.2 años), relativamente altos niveles de bienestar y una huella ecológica moderada”. Hay que hacer notar que el puntaje de Costa Rica, que es el país más feliz del mundo, es de 64.0. ¿O sea que de Costa Rica estamos alejados por apenas 5.1 puntos? ¿Así de bien nos va?
Curiosamente el reporte llegó a la conclusión de que no vivimos en un mundo feliz, ya que ninguno de los 151 países analizados logró tener éxito en los tres factores de medición. Los países más desarrollados alcanzaron un puntaje bajo debido a que su huella ecológica es grande, ya que mientras más alto es el consumo, menos recursos se están reservando para las generaciones futuras.
Según el reporte, el índice es “un claro y representativo barómetro de lo bien que anda un país. Éste es su valor clave. Pero aunque mide mucho, no lo mide todo”. Y están conscientes de que países a los que les va bien en el Índice del Planeta Feliz, pueden tener todavía muchos problemas por resolver.
Así estamos: El Salvador ocupa el tercer lugar de la tasa de suicidios de Latinoamérica. Junto con Guatemala y Honduras, es parte de la región más violenta del mundo, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD). Y además es el quinto país más feliz del mundo.
Jodidos pero contentos.
(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 21 de octubre 2012).
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