Cultura

Instantáneas de Chile (y II)

(…) Neruda no se consideraba a sí mismo un coleccionista sino un “cosista”, un acumulador de cosas. Quizás se autodefinió de esa manera porque sus objetos están reunidos, no con la erudición de un coleccionista que tiene un plan trazado para su colección, sino simplemente por el impulso del que encuentra y compra.

Eso puede notarse en los varios objetos del poeta como sus copas de vidrio de colores, sus máscaras africanas, sus cuadros (entre los que hay un par de originales de Diego de Rivera, su gran amigo) y otros pocos objetos que lograron sobrevivir al asalto que sufrió la casa luego del golpe del 11 de septiembre de 1973, cuando los militares, sabiendo que el poeta se encontraba en Isla Negra, irrumpieron en La Chascona y destruyeron su biblioteca de 3 mil volúmenes.

Algunos ejemplares, muy pocos, sobrevivieron a aquel asalto de los militares, así como algunos objetos que luego Matilde recuperó y guardó.

Allí en La Chascona puede verse la medalla que le dieron cuando ganó el Premio Nobel y algunas páginas manuscritas de sus poemas.

6. Compro libros. Busco sobre todo libros que sé no encontraré jamás en El Salvador, porque son de autores o editoriales que no circulan en nuestro país. Logro hacerme de títulos que he buscado desde hace rato, como la trilogía de novelas Circo familiar del serbio Danilo Kiš o una variedad de autores chilenos como Juan Emar, Álvaro Bisama y Alejandro Zambra.

Cuando llego al hotel procedo al ritual de rotularlos con mi nombre y la fecha de compra. Hojeo algunas páginas. El libro de Zambra, una novela llamada Formas de volver a casa me captura de inmediato y me pongo a leerla hasta que es hora de salir a la Feria.

Justamente esa noche habré de conocerlo. Es su turno de hablar en la mesa de Diálogos Narrativos Latinoamericanos junto al boliviano Rodrigo Hasbún y al mexicano Heriberto Yépez.

Los temas de los Diálogos han sido constantes en todas las mesas: ¿por qué no circulan nuestros libros en toda la región? ¿Cómo está nuestra literatura en nuestros respectivos países? ¿Qué nos une? Todos parecemos concordar en que muchas de esas preguntas, sobre todo el por qué la literatura de nuestros países no circula tanto como debiera, no nos corresponde responderla a los escritores, sino más bien a los editores y los libreros, ausentes en estos diálogos. A nosotros, los escritores, nos corresponde escribir.

7. Cuando llego al salón saludo a algunos de los colegas. Uno de ellos, que no conozco y no sé quién es, está afónico. Habla en susurros, apenas se le entiende. Descubro luego que es Alejandro Zambra. Ha estado los últimos días con mucha gripe y la noche anterior había estado con nosotros en un bar llamado The Clinic. Fue de los que amanecieron.

El bar tomó su nombre de la época cuando Pinochet estuvo internado en una clínica privada en Londres. The Clinic, además de ser un bar de varios pisos, ubicado entre las calles Monjitas y Miraflores, imprime un periódico satírico muy popular en Santiago. Y la sátira está impresa también en todo el establecimiento. Frases como “prohibir el matrimonio homosexual es una mariconada” pueden leerse en sus paredes, todas pintadas de negro y con las frases pintadas en blanco. Una pantalla lanza permanentes imágenes de sátira política local. Y el apoyo a la lucha estudiantil actual es obvio. La imagen de Camila Vallejo es una constante.

A pesar de su afonía, Zambra participa en la mesa y logra articular unas cuantas palabras ayudado por un inhalador y por el micrófono, aunque sus intervenciones son bastante breves, a lo que le da la voz. Hasbún es parco. Yépez elocuente. La discusión interesante.

8. Después del Diálogo decidimos ir a cenar al restaurante Liguria. Nos repartimos en varios vehículos. A mí me toca ir con Patricio Pron, Inés Botagaray y Oliverio Coelho en el carro de Alejandro Zambra. Vamos discutiendo sobre la supremacía de los gatos sobre los perros y como los que amamos los gatos somos mayoría, estamos a punto de detener el coche y dejar a pie a los dos que gustan de los perros, cuando Zambra decide poner un CD de Raphael. A todo volumen. Y quiere además hablar en la voz susurrante que le permite la afonía. Yo ya no entiendo nada de lo que dicen ni Zambra ni Pron que van adelante. Sólo entiendo que en algún momento Zambra nos pregunta que si nos gusta Raphael y que el silencio es bastante elocuente y se escucha el susurro de Zambra, entre la pausa de dos canciones: “es que ustedes no han sufrido”. A lo cual yo digo: “es que mi himno favorito del sufrimiento amoroso es ‘El triste’ de José José”, con lo cual siento que me reinvindico un poco.

9. Dio tiempo para pasar por el Starbucks de la esquina del hotel por un buen café antes de salir para Isla Negra aquel domingo. Nos apretujamos en el vehículo y atravesamos algo de Santiago antes de enfilar por la autopista escuchando un CD de Los Prisioneros que escucharíamos en loop durante todo el viaje de casi dos horas.

Me encanta ver los parques de Santiago llenos de árboles y gente tirada en la grama leyendo, conversando, “pololando” como dicen en Chile para decir que están “ennoviados” y que hay sombras en las cuales guarecerse del sol. No como aquella ciudad de la cual yo vengo donde un extraño alcalde ha decidido que los árboles son enemigos de la gente y los ha borrado de los parques…

Cuando nos bajamos ya en la costa, el contraste de olores es penetrante. No es solamente el olor del mar, es también el intenso olor a coníferas, mar y pino, una combinación que nunca he olido en mi vida. Estamos en la costa pero hace fresco y es necesario ponerse una chaqueta pese al sol.

Isla Negra es un balneario. Buena parte de la playa está llena de rocas pero también hay playa de arena dorada. Allá vamos para ver la otra casa de Pablo Neruda. Por el paisaje, uno no puede más que pensar que con razón era poeta el señor.

La casa, al igual que La Chascona, diseñada por él, está construida de manera peculiar, no sólo para sacar ventaja de la vista del mar desde todas las habitaciones sino además para guardar algunas de sus colecciones más notorias como la de mascarones de proa o la de conchas marinas (ésta última, que son cientos, ocupa una habitación entera). También está aquí su colección de 200 botellas de diferentes formas y colores, unas bastante curiosas y otro sinnúmero de objetos coloridos y curiosos, de los que le gustaba coleccionar a Neruda.

También está allí su tumba, frente al mar, junto a la de Matilde.

10. Formas de volver a casa es el libro que llevo como lectura para el vuelo de regreso a El Salvador. Cuando estoy en el avión me doy cuenta de la ironía del título, es el libro que leo en el camino de regreso a mi propia casa.

Una niña, Claudia, le pide a un niño, el narrador, que siga y vigile a su tío Raúl y le cuente todo lo que hace. El niño, medio enamorado de la niña, aunque es 5 años mayor, hace lo que le dice con la idea de que quizás eso pueda acercarlos. Poco a poco la vigilancia ya no se hace necesaria y los niños se distancian. El tiempo pasa. Años después vuelven a reencontrarse, ya adultos. Y quedan claras algunas cosas de aquel pasado.

Alejandro Zambra, el autor, nacido en 1975, plantea en esta novela la necesidad de una “literatura de los hijos”, es decir, que los hijos hablen de lo que fue haber crecido en los años de las guerras o las dictaduras y no sólo que conozcamos la historia escrita por sus protagonistas, o sea, por los padres.

Es una novela de ambiente melancólico. Cuando la termino, en pleno vuelo, no quiero leer nada más, pese a que llevo otros dos libros en el bolso.

11. Ya es de noche cuando el avión va descendiendo sobre Comalapa. Y pienso en las diferentes formas de volver a casa que he realizado tantas veces en mi vida y en el cargamento que llevamos con nosotros siempre: botín, tesoro, lastre, soledad, nostalgia.

(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 11 de diciembre 2011. La primera parte puede leerla aquí).

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