Gabinete Caligari

La importancia del espacio público

Una de las cosas que más me llama la atención cuando tengo la oportunidad de viajar a otros países es la utilización del espacio público por parte de sus ciudadanos. Y quizás no fue sino hasta en mi más reciente viaje que pensé seriamente en cómo los salvadoreños hemos perdido totalmente la noción de su uso y de nuestro derecho a tenerlo.

De las actividades que más emprendí mientras estuve en Alemania fue simple y sencillamente salir a caminar por las ciudades donde me encontraba. Caminar es una actividad sencilla, gratis y muy relajante cuando se puede hacer en una ciudad que cuenta con aceras y zonas de descanso para los paseantes. Y el hecho de sentirse a salvo de los delincuentes es un añadido maravilloso.

Le comentaba a una pareja de amigos que viven allá que caminar o andar en bicicleta es algo que no puede hacerse en San Salvador dadas las condiciones de nuestra ciudad. Y me preguntaban entonces, con asombro: “¿Entonces qué hacen? ¿Cómo viven? ¿Viven encerrados?”. De inmediato recordé nuestras casas todas llenas de rejas en puertas y ventanas y del alambre de navaja que corona muros en todas partes y no pude más que sentir pena.

San Salvador (y creo que en alguna medida, las mayores ciudades del país van por el mismo camino), está construida y organizada sobre todo para favorecer a sus automovilistas, haciéndole la vida muy difícil a los que andamos a pie, pese a que somos mayoría.

La falta de aceras (o donde las hay, pobremente mantenidas), la falta de pasos o puentes para peatones, la falta de parques que sean pequeños pulmones y oasis para refrescarse del calor coronado todo con la inseguridad ciudadana, han convertido a la ciudad capital en un caos invivible.

Es frecuente escuchar que los medios de transporte urbano atropellen a alguien y el conductor culpable huye del lugar o sigue su camino como si nada. Alguien es asaltado y no es auxiliado ni por los demás ni por las autoridades que brillan por su ausencia en el momento en que se les necesita. Cambia la luz del semáforo y si el peatón no está atento, se lo pasan llevando en las esquinas y en las supuestas zonas de seguridad para peatones. Los automovilistas, buseros y camioneros viven con la ley del pito y tienen entrenados los dedos para pitar “la vieja” (*) a la menor provocación posible.

Pero la culpa no es toda de los que andan en vehículos, también los peatones son imprudentes. Por ejemplo, no utilizan las pasarelas para cruzar las calles y prefieren arriesgar la vida cruzando en medio del tráfico. En algunas zonas del centro, caminan en medio de la calle esquivando vendedores ambulantes y tráfico, así como rincones en los que puedan ser asaltados.

Y es precisamente por la criminalidad reinante que hemos reducido los espacios públicos a ser meros elementos circunstanciales para nuestro diario vivir, sin integrarlos a nuestra vida misma. Es decir, los limitamos a un uso inmediato necesario pero no los hemos apropiado como parte de nuestra cotidianidad.

Los parques capitalinos están viviendo transformaciones odiosas en las cuales se retiran los árboles y se cubren de cemento, mármol y placas con nombres de funcionarios, se les ponen verjas a los jardincitos minúsculos que permiten sobrevivir y en más de alguno se retiran hasta las bancas. ¿Qué función tiene un parque en esas condiciones?

Los parques necesitan ser transformados en pulmones llenos de árboles que rompan no sólo con la fea estética urbana a la que nos están condenando los arquitectos actuales, sino que sirvan como espacio de descanso y recreo para los capitalinos.

Los árboles en los parques no solamente son necesarios como espacio de belleza natural sino como protección contra el sol que, en nuestro país y con lo deteriorado que está el clima, resulta abrasador. Los árboles sirven también como rompevientos, como creadores de microclimas agradables y como pantallas protectoras contra la contaminación sonora. ¿Quién va a sentarse a leer un libro o simplemente a conversar en un parque si no hay sombra donde cobijarse o césped donde ir a sentarse, ya que las bancas escasean? ¿Quién va a sentarse en un parque lleno de ruido a tragar humo automotor?

El caos vehicular es otro factor que altera el espacio público. Impensable que alguien quiera tomar una bicicleta para transportarse o simplemente para hacer un poco de ejercicio. Puede hacerse en un perímetro limitado, quizás en algunas colonias de poco tráfico todavía, pero nada más. Con los altos costos de la gasolina y el pésimo servicio de transporte urbano, las bicicletas podrían ser alternativa de transporte para algunos pero, por la ausencia total de ciclovías, salir en bicicleta en San Salvador es arriesgar, literalmente, la vida.

Creo que en gran medida perdimos el espacio público cuando la guerra de los 80 y no lo hemos recuperado desde entonces. Ir a un parque no puede ser una actividad relajante si hay que estar pendientes de los asaltantes. Las zonas de seguridad para el cruce de los peatones en varios puntos de la ciudad son inútiles porque ni los peatones saben que allí es donde hay que cruzar ni los automovilistas respetan al peatón que sobre ellas camina. La mutilación de los espacios públicos también aniquila los puntos de reunión para la protesta social, cuando ésta es necesaria.

¿Cuál es la entretención del salvadoreño el fin de semana? Ir a aglomerarse a los centros comerciales que ofrecen por lo menos la ilusión de seguridad, aunque las muchedumbres que se agolpan en esos lugares tengan que soportar música estridente, payasos impertinentes y gente que te empuja y te abruman con su sola presencia.

Es irónico y triste que nosotros, que tenemos el privilegio de contar con un clima tropical que nos permite realizar muchas actividades al aire libre, tengamos que vivir encerrados en nuestras casas o en los centros comerciales por motivos de seguridad.

En muchas ciudades europeas, donde el invierno y el otoño son húmedos y fríos, la gente se abalanza a las calles y los parques cuando llega el verano precisamente a disfrutar del sol y el buen tiempo. Y lo hacen en esos espacios públicos que nosotros hemos cedido a la criminalidad y a administraciones públicas que piensan nada más en renovaciones cosméticas con fines politiqueros, pero no toman en cuenta el urbanismo como un elemento de convivencia humana.

Bien administrados, con una concepción humana, los espacios públicos pueden dar a sus habitantes una experiencia menos agresiva que los vincule a su ciudad y les de un sentimiento de pertenencia y no un sentimiento de ser meros “peatones que la atraviesan”. ¿Cómo amar y sentirse integrado a una ciudad que no se deja querer?

Al final del día, ningún intento por hacer del espacio público un espacio agradable y de convivencia para los capitalinos servirá si no se toman en cuenta dos factores: la seguridad y la educación.

Primero, aunque pretendan hacernos creer que la criminalidad está siendo controlada, la verdad es que la sensación de inseguridad persiste y estamos, por lo demás, lejos de llegar a márgenes aceptables que modifiquen nuestra percepción de desprotección y vulnerabilidad. Lejos de ello, sobre nuestras cabezas amenaza el péndulo cortante del crimen organizado, como una forma de rebote y expansión del crimen del narcotráfico.

Segundo, la cultura general de nuestros habitantes no es una de convivencia y buena educación sino que se ha moldeado y deformado, acaso por esa misma criminalidad, en una que genera conductas de desconfianza y tensión permanentes, que se manifiestan en agresiones de todo tipo, desde esa constante pitadera ofensiva de “la vieja” hasta los gritos e incluso las amenazas con pistola que algunos automovilistas emprenden contra aquel osado infeliz que se le atraviese al nervioso conductor.

Recuperar el espacio urbano no es algo que pase estrictamente por el embellecimiento físico sino algo que tiene que ir acompañado de una campaña de preservación y aprecio por lo que se tiene. En gustos estéticos no concuerdo con lo que se está haciendo en muchos parques y plazas de la ciudad, sobre todo porque me parece que los resultados sirven más para espantar a la gente que para atraerla a la convivencia.

El espacio público de toda ciudad es precisamente el punto de convivencia de sus habitantes. Por ello es indispensable que los planes de recuperación y mantenimiento de dichos espacios respondan a un plan integral de bienestar ciudadano e integren a los habitantes como parte esencial del mismo.

Lejos de ser considerados nada más como un elemento accesorio, los espacios públicos deben tener un espacio protagónico en la vida urbana y en su constante transformación. Convertirse en un espacio de convivencia y no de exclusión.

(*) “La vieja” es un sonido de tres tonos equivalente a una “mala palabra”, utilizado en El Salvador (difícil definirlo y explicarlo si no se escucha y se tiene el contexto salvadoreño).

(Publicada en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, 26 de junio 2011).

3 Comments

  1. Jorge Mario says

    me gusta,siempre me ha gustado desde que comenzó a escribir en La prensa.

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