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El hombre de terciopelo

El 1 de julio de 1925, a las 8 de la noche, fallecía el compositor francés Erik Satie, de 59 años, en el hospital Saint-Joseph, en las afueras de París. Satie había estado ingresado desde hacía cinco meses antes a causa de una cirrosis de hígado y de pleuresía, resultado de décadas de fuerte consumo de alcohol. Su entierro tuvo lugar el 6 de julio en el cementerio de Arcueil, donde aún descansan sus restos. Después del funeral, su hermano Conrad, junto con tres amigos, se dirigieron al lugar donde el difunto había vivido desde 1898. Era un departamento de dos cuartos en el segundo piso de un edificio situado en el no. 22 de la rue Cauchy de Arcueil (Val-de-Marne), pequeña comuna a diez kilómetros de París. Valga decir que Erik Satie no permitía que nadie lo visitara. Nadie, ni siquiera su hermano, con quien tenía una relación bastante cercana, habían entrado jamás a aquel apartamento. Por ello, cuando acudieron para disponer de sus pertenencias y desalojar el inmueble, la sorpresa de lo que …

Es sólo rock and roll

La muerte de Charlie Watts, el baterista de The Rolling Stones, me dejó pensando en fragmentos de mi vida, repasando canciones favoritas y sintiéndome los ojos aguados de lágrimas. Más de alguna vez me pregunté qué pasaría cuando se muriera uno de los Stones. Ahora lo sé. Los Rolling han sido parte fundamental de mi vida, desde que tengo memoria. Desde que era niña, sonaban en radio y televisión sus canciones. Se pasaban los clips de presentaciones del grupo, cantando con playback, como era lo normal en aquellos años. Siempre sonaba algo de ellos. O de Led Zeppelin, Jimi Hendrix, Janis Joplin, The Doors, The Who, The Cream y también The Beatles, aunque estos me gustaban menos. De hecho, los Rolling fueron concebidos como su antítesis, y aunque The Beatles también eran “peludos”, según el concepto conservador de la época, podían considerarse un cuarteto de niños decentes si se les comparaba con “sus satánicas majestades”, como fueron conocidos en algún momento los Stones.

Cuando mueren los cantantes

Me causa fascinación el sentimiento colectivo de tristeza que surge cuando muere un cantante famoso. Siempre me pregunto por qué lloramos por alguien a quien no conocimos en persona, alguien que no era nuestro amigo, alguien con quien nunca convivimos en ninguna parte. Pero de inmediato me digo también que los cantantes son parte de nuestras vidas a través de su música, aunque nunca hayamos tenido ni la oportunidad de verlos en concierto. David Bowie, por ejemplo. Era un cantante de mi infancia. Era lo que sonaba en la radio y se miraba en la televisión. Pero era también alguien con quien me identificaba en aspectos que iban más allá de lo musical. Pienso en la primera canción que escuché de él, “Space Oddity”, en esa compleja mezcla de melancolía y angustia que me despertó, en plena época de la euforia espacial de los años 70. Es una canción que siempre que la escucho me deja húmedos los ojos, porque me conmueve la idea de un hombre flotando en el espacio hasta su muerte. Imaginemos …

El toque

Nunca voy a olvidar todos aquellos brazos alzados, agitándose al unísono de la música; los ríos de gente vestida de negro que inundaron las calles aledañas al estadio; la camaradería y la amistad durante el par de horas de espera en la cola para entrar a la sección General, cola que abarcaba varias cuadras; las bromas entre todos; los reencuentros entre amigos que tenían tiempo de no verse; la gente que había llegado de Guatemala, Honduras, México y otros países; la ilusión de todos por lograr el sueño de ver a Iron Maiden, con el bonus de también escuchar a Anthrax;