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Un tal Pedro Páramo

En mayo de 1954, un hombre llamado Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno compró un cuaderno escolar sencillo, de esos que van unidos al centro por un par de grapas. En dicho cuaderno este hombre, conocido simplemente como Juan Rulfo, fue anotando el primer capítulo de una novela que le andaba dando vueltas en la cabeza desde hacía varios años. En 1947 se había casado con Clara Angelina Aparicio Reyes. Al poco tiempo, se fueron a vivir al número 84 de la calle Río Tigris, en la colonia Cuauhtémoc de la ciudad de México. Ahí, Rulfo comenzó a trabajar en la idea de una novela cuya redacción no terminaba de aterrizar. En una carta dirigida a Clara, cuando todavía eran novios, le confiesa: “he estado fallando en eso de escribir. No me sale lo que yo quiero. Además, se me van por otro lado las ideas. Y todo, al final, se echa a perder”. Lo único que parecía tener claro era el título de esa novela, Una estrella junto a la luna. Para esa época …

¿El libro o la película?

El próximo estreno de una serie de Netflix, basada en la novela Cien años de soledad, ha causado gran expectativa entre lectores y espectadores. La idea de llevar a la pantalla diversas obras del escritor colombiano Gabriel García Márquez no es nueva. Algunos intentos de hacerlo en el pasado no tuvieron particular éxito. Eso nos lleva a pensar sobre los retos que implica adaptar un libro al lenguaje visual. La tarea no es imposible. Hay incontables ejemplos de novelas cuya versión fílmica ha producido películas de primera calidad. También ha habido fracasos rotundos. El primero que se me viene a la cabeza es la película Seda (2007) de François Girard, basada en la novela homónima del italiano Alessando Baricco. La novela es genial; la película, una decepción absoluta que no supo captar, para nada, el espíritu ni el ambiente que provoca la narración.

Muerte lenta por murmullos

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. La primera vez que leí la frase fue a la luz de un par de quinqués, reunida la familia en la mesa del comedor. Días antes, los empleados de la Compañía de Alumbrado Eléctrico estaban en huelga en demanda de mejoras salariales. Como método de presión, habían comenzado a ejecutar apagones de una a dos horas en toda la capital, particularmente de noche. Era 1977 o 1978, los días en que la violencia política comenzó a superar la censura y el miedo. Íbamos camino a la guerra, sin saberlo. Comenzábamos a tomar conciencia de que esa sería nuestra normalidad durante los años por venir.

Permanencia literaria

Hace pocos años, en uno de mis talleres de narrativa, le di de leer a los participantes algunos cuentos de El llano en llamas, del escritor mexicano Juan Rulfo. Varios son joyas del género y suelo usarlos para ejemplificar la efectividad del uso del diálogo, la descripción y la creación de ambientes mediante la sobriedad del lenguaje. Pero cuando tocó discutir los cuentos, noté que algo pasaba. Pocos habían leído o terminado de leer los cuentos. Por fin, algunos participantes confesaron que les aburrió Rulfo y que querían leer cosas que tuvieran más relación con el tiempo actual. Recordé mis días de colegio. De pronto me sentí como alguno de aquellos profesores que nos obligaron a leer textos que nos aburrían y que para muchos implicó el alejamiento definitivo de la lectura. Muy de vez en cuando, alguna de esas lecturas obligadas me impactaba y pasaba a formar parte de mi canon personal. Pedro Páramo de Juan Rulfo fue una de ellas. Lo leí adolescente, cuando ya escribía cuentos o intentaba hacerlo. Escribía en secreto …