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Sin novedad en el frente

El 9 de mayo de 1933, el día previo a la primera gran quema de libros realizada por el nazismo, se hizo llegar una circular a las sedes de las diferentes asociaciones locales que participarían en el evento. La mayoría de esas asociaciones eran de estudiantes miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, quienes veían la quema de libros como un acto simbólico de purificación y sanación de su país.Al lanzar los libros a la hoguera, deberían leer las llamadas “Proclamas del fuego”, donde se enumeraban los motivos para quemar la obra de varios autores judíos, pero también de autores alemanes que escribían sobre psicoanálisis, marxismo, sexología, pacifismo y antimilitarismo. El séptimo enunciado de aquella proclama decía: “¡Contra la traición literaria a los soldados de la Gran Guerra, por la educación del pueblo entero dentro del espíritu militar! Entrego a las llamas los escritos de Erich Maria Remarque”.

El pálido jinete

Es curioso que la pandemia de gripe de 1918, conocida como la gripe española, tenga tan poca presencia en la literatura o el arte de su tiempo. Se podría pensar que un evento mundial, que produjo más de 50 millones de muertos, tendría una resonancia profunda entre los artistas de aquella época. Es posible que los eventos hayan sido tan abrumadores, que no permitieron el estado de ánimo adecuado para elaborar dichos sucesos a través de la obra artística. Algunas experiencias de la época parecen confirmarlo. El poeta estadounidense William Carlos Williams, quien además era doctor y tuvo que atender enfermos a domicilio durante la crisis, detalló que los médicos debían hacer hasta sesenta visitas diarias. “Varios de nosotros perdimos el conocimiento, uno de los jóvenes murió, otros se contagiaron y no teníamos nada que fuera eficaz para controlar ese potente veneno que se estaba propagando por el mundo”, contó luego en su autobiografía. El poeta francés Guillaume Apollinaire, se contagió de la gripe española en París, mientras seguía convaleciendo de una herida de metralla …

Cita con la muerte

Alfred Perceval Graves y su esposa Amalie recibieron la noticia que toda pareja teme recibir alguna vez. Una carta fechada el 22 de julio de 1916, firmada por el teniente coronel C. Crawshay, oficial al mando del Segundo Batallón de los Reales Fusileros Galeses, les informaba que su hijo Robert había muerto en el campo de batalla. La carta aseguraba que el entonces teniente Graves había muerto a consecuencia de las esquirlas recibidas en la explosión de un obús lanzado por los alemanes, mientras guiaba a sus hombres al ataque en el cementerio de Bazentin-le-Petit. Decía la carta que el teniente había tenido una muerte rápida y sin dolor. Esto habría ocurrido el día 20 de julio, cuatro días antes del cumpleaños 21 de Robert.

Navidad en tierra de nadie

La noche del 24 de diciembre de 1914, las tropas alemanas estacionadas en el Frente Oriental, durante la I Guerra Mundial, cesaron las hostilidades un momento para decorar su trinchera con arbolitos y luces navideñas. La guerra había comenzado a finales de julio. Miles de hombres, de diferentes nacionalidades, marcharon hacia el frente pensando que todo terminaría en unas pocas semanas. Los meses habían pasado, el año estaba por terminar. Pero la guerra, ahora lo sabían, duraría todavía mucho tiempo. Esa era la primera Navidad en el frente. Después de arreglar la trinchera, los alemanes cantaron “Stille Nacht” (“Noche de Paz”). Las tropas británicas, que estaban al otro lado del campo de batalla, escucharon el canto. La noche pasó entre villancicos de uno y otro bando. El día de Navidad, las armas callaron. En la Tierra de Nadie se acercaban los soldados rivales a intercambiar pequeños obsequios. Se rescataron los cuerpos de los caídos, y fueron enterrados con calma y sin sobresaltos. Se intercambiaron prisioneros. Algunos soldados se cortaron el pelo con el peluquero del …