En busca del silencio perdido
Hace casi seis años, cuando me mudé a vivir a la casa desde donde escribo esta columna, me arrepentí casi de inmediato. Ubicada a escasos metros de la Carretera Panamericana, el ruido del tráfico vehicular era intenso, día y noche, siempre. La casa vibraba mucho y el ruido era incesante. Un día la situación me desesperó tanto que me puse a llorar. Pensé que iba a perder la razón escuchando vehículos día y noche, sin descanso. Añoraba unas horas de silencio total, sobre todo en las noches, cuando el ruido me hacía difícil dormir. Sentí nostalgia por el canto de los grillos en la noche y por el canto de los pájaros al amanecer. Después de una semana, recordando que tenía firmado un contrato para un año de alquiler y lo mucho que me había costado encontrar una casa según mis necesidades, asumí que no había nada más que hacer que adaptarse. Cuando llegué a esa conclusión, también se activó algún mecanismo de defensa en mi cuerpo. El ruido vehicular pasó a un segundo plano …
