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El escritor del fracaso

Hay películas que funcionan como puertas que, al ser vistas, abren todo un mundo desconocido. Un mundo que te lleva a más filmografía e, incluso, a la literatura.

Me pasó con El caballo de Turín (2011) de los cineastas húngaros Béla Tarr y Ágnes Hranitzky. Rodada en blanco y negro, la historia gira alrededor de un hombre, su hija y un caballo. Los tres viven en un lugar agreste, árido, alejado de otras personas. Sopla un viento constante e inclemente que arrastra hojas, frío y resequedad. Todos los días, estos tres personajes repiten la misma rutina. Escasos de palabras y afectos, de alegrías y esperanzas, los días transcurren en una pesadez sin sentido.

No debo decir más, para no arruinar el visionado de quien quiera verla a futuro. Nada más diré que cuando terminó, me dejó sin palabras. Lo primero que hice fue buscar al escritor del guion. Aparte de Tarr y Friedrich Nietzsche, estaba László Krasznahorkai. Este nombre me era conocido, aunque nunca había leído sus novelas. Pero la impresión que me causó la película me llevó por dos caminos simultáneos: el de ver más cine de Tarr y el de leer los libros de Krasznahorkai.

La colaboración entre ambos húngaros ha dejado productos extraordinarios. Tarr ha tomado como base algunas novelas de Krasznahorkai y ha sabido retratar a cabalidad el ambiente y los personajes de sus historias. Las armonías de Werckmeister, La condena, El hombre de Londres y la mencionada El caballo de Turín, son algunas de las colaboraciones entre ambos. Pero quizás sea Sátántango el producto excepcional de esta dupla.

Cuando Tarr leyó dicha novela, de unas 300 páginas, buscó a Krasznahorkai para decirle que quería filmarla. El escritor se negó, decía no interesarle el asunto. Tarr insistió. El otro seguía negándose. Tarr le dijo, muy confiado, palabras más, palabras menos: “mirá mis películas y vas a comprender por qué quiero filmarla”. Krasznahorkai así lo hizo. El resultado fue no sólo que se sentó con el director a escribir la adaptación al cine, sino que fue el inicio de su fructífera colaboración.

La película Sátántango (1994) es todo un tour de force. Confieso que no he terminado de verla, no por falta de ganas, sino por falta de tiempo. La cinta dura 7 horas y 19 minutos (sí, leyó bien, siete horas) y quiero dedicarme a verla de un tirón, ojalá algún día de las próximas vacaciones.

El libro fue publicado en 1985 y fue la primera novela escrita por Krasznahorkai, tarea que emprendió cuando trabajaba como vigilante nocturno en una granja lechera. Lo del tango en el título no es casual, ya que su estructura semeja la del género musical, con seis pasos hacia adelante y seis hacia atrás, que en el texto se convierten en capítulos cuyos hechos van hacia adelante y atrás en la trama. Cada capítulo es un largo párrafo sin puntos y aparte, una construcción de lenguaje que es una característica esencial de este escritor.

Sátántango (publicada en español como Tango satánico) presenta también esos contenidos que se ven con frecuencia en su obra, personajes que se reconocen derrotados ante la vida, desolados emocionalmente, sin ningún tipo de esperanza para superar su precariedad humana, habitando espacios y pueblos que reflejan esa misma desolación. En ese sentido, no es de extrañar que Laszlo Krasznahorkai se defina a sí mismo como “el escritor del fracaso”, tomando en cuenta los vaivenes socio históricos de Hungría (un país que sobrevive a la II Guerra Mundial, que forma parte del bloque socialista, que sufre dictaduras y que afronta con carencias el final de la guerra fría, cambios que dejan desposeídos, desgastados y empobrecidos a sus habitantes).

Pero no hay que dejarse engañar por esa auto definición que hace el escritor sobre sí mismo, como tampoco hay que quedarse en la superficie de sus personajes desesperanzados y lugares hostiles. Porque aún dentro de la oscuridad, hay belleza. Krasznahorkai llega hasta el fondo de la condición humana, donde también hay humor y donde la capacidad de encontrar belleza, aún en el más extremo de los escenarios, nos es dada a los lectores a través de un vaivén de palabras y oraciones que nos hacen bailar, junto al autor, sin dejarnos tomar aire, envolviéndonos en la red de los personajes que retrata, para luego dejarnos sin aliento, pensativos, añorando otra vuelta en sus palabras e historias, tejidas con la habilidad de quien sabe observar el alma humana, para luego traducirla en su original construcción de lenguaje.

Para muchos, su obra podrá ser densa y, por lo tanto, les causará rechazo. Con el poco rango de atención que tienen algunos lectores hoy en día, el sumergirse en un libro que no ofrece pausa y que no permite distracciones podrá resultar poco atractivo. Pero para quienes desean una lectura diferente, con sustancia, este escritor no sólo colmará sus expectativas. Podrá servir también como estímulo para atreverse a la lectura de muchos escritores de Europa del este que tienen trabajos valiosos y que, poco a poco (gracias a editoriales independientes como Impedimenta, Acantilado y otras más pequeñas), van sumando traducciones bien trabajadas que nos permiten su acceso. Danilo Kiŝ, Daŝa Drndić, Tatiana Țîbuleac, Magda Szabo, Sasa Stanisic, Milorad Pavić y el inefable Mircea Cartarescu, son algunos autores con los que se puede entrar en ese mundo narrativo.

En el caso de Krasznahorkai, su obra al español está publicada en Acantilado y ha sido traducida de manera estupenda por Adan Kovacsics. Es necesario señalar que su labor no debe haber sido sencilla, debido a esa cadena de frases que se entrelazan y que poco a poco nos van revelando su sentido. Parte del mérito de la visibilidad del escritor húngaro también le corresponde.

A raíz del Premio Nobel de Literatura que se le otorgó a Krasznahorkai en días recientes, algunas personas me han preguntado por dónde comenzar a leerlo. No sé qué recomendar, porque cada libro es algo diferente. Quizás lo lógico es comenzar por Tango satánico, su primera novela, y de ahí derivar a la que muchos consideran su (otra) obra maestra, Melancolía de la resistencia. Por cierto, cuenta el autor en una entrevista que no quedó satisfecho con el inicio del capítulo dos de Sátántango y que comenzó a escribir una especie de corrección del mismo. Ese fue el origen de su segunda novela Melancolía de la resistencia.

También recomiendo Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río. Guerra y guerra es uno que tengo pendiente de lectura, pero que me entusiasma comenzar. Y luego de leerlo, vale la pena adentrarse en las películas de Béla Tarr, con una filmografía impresionante y que, en efecto, ha sabido traducir en imágenes (en ese blanco y negro saturado de sus composiciones) el espíritu de las novelas de Krasznahorkai.

La designación del Premio Nobel de Literatura nunca será de entera satisfacción para todas las personas. Aunque sea considerado el premio cumbre en su ramo, haremos bien en tomarlo como una propuesta para conocer a autores que, de otra manera, quizás no tendríamos oportunidad de leer. A fin de cuentas, el gusto literario es subjetivo y la escritura no es un campeonato para coronarse como “el mejor”.

Con o sin premio, la obra de Laszlo Krasznahorkai es de primera y de lectura imprescindible.

(Publicado en sección de opinión, La Prensa Gráfica, domingo 19 de octubre, 2025. Fotograma de la película Sátántangó de Béla Tarr).

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