Columna de opinión, Libros

Un tal Pedro Páramo

En mayo de 1954, un hombre llamado Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno compró un cuaderno escolar sencillo, de esos que van unidos al centro por un par de grapas. En dicho cuaderno este hombre, conocido simplemente como Juan Rulfo, fue anotando el primer capítulo de una novela que le andaba dando vueltas en la cabeza desde hacía varios años.

En 1947 se había casado con Clara Angelina Aparicio Reyes. Al poco tiempo, se fueron a vivir al número 84 de la calle Río Tigris, en la colonia Cuauhtémoc de la ciudad de México. Ahí, Rulfo comenzó a trabajar en la idea de una novela cuya redacción no terminaba de aterrizar. En una carta dirigida a Clara, cuando todavía eran novios, le confiesa: “he estado fallando en eso de escribir. No me sale lo que yo quiero. Además, se me van por otro lado las ideas. Y todo, al final, se echa a perder”. Lo único que parecía tener claro era el título de esa novela, Una estrella junto a la luna.

Para esa época recién comenzaba a trabajar para la compañía Goodrich-Euzkadi. Era agente viajero. Eso le permitió conocer toda la república mexicana y alimentar una de sus grandes aficiones: la fotografía. Sin embargo, esa misma movilidad le hacía dificultosa la concentración y la disciplina para escribir. Ya había publicado algunos cuentos en suplementos literarios, gracias a la mediación de sus amigos Efrén Hernández, Juan José Arreola y Antonio Alatorre. Pero en su mente iba armando una historia más larga y compleja, que sería su segunda novela (eliminó la primera porque le pareció muy mala).

En 1952, cuando se inauguró la serie “Letras mexicanas” en la editorial del Fondo de Cultura Económica, le pidieron una colección de sus cuentos. Así fue como apareció publicado, al año siguiente, su libro El llano en llamas.

Por esa misma época, la escritora estadounidense Margaret Shedd fundó el Centro Mexicano de Escritores (CME), gracias al apoyo de la Fundación Rockefeller, quien veía en esta iniciativa la oportunidad de mejorar las relaciones entre los Estados Unidos y México. El CME otorgaba becas bajo una serie de cláusulas estrictas en cuanto a tiempos de entrega e informes de avance de las obras. Este programa fue el que le permitió a Rulfo concentrarse y avanzar con su nueva novela.

Cuando compró el cuaderno escolar mencionado al inicio, Rulfo escribió a mano el primer capítulo. Según contó después, sintió que ya había encontrado el tono y la atmósfera que buscaba. Durante el día apuntaba sus ideas en papelitos azules y verdes. Después de su trabajo en la Goodrich, pasaba los apuntes al cuaderno. Le gustaba escribir a mano, con una pluma Schaeffer y con tinta verde. Dejaba párrafos a la mitad, de manera que pudiera retomar el hilo al día siguiente. Luego los fue pasando a máquina y, a medida que avanzaba, destruía las hojas manuscritas. Fue así como en cuatro meses, entre abril y agosto de 1954, Rulfo escribió un primer manuscrito de 300 páginas.

Algunos avances de ese texto fueron publicados en las revistas Las Letras Patrias, Universidad de México y Dintel. Los títulos y algunos detalles de la obra iban variando. En la primera de estas publicaciones, el fragmento se tituló “Un cuento”. Luego se llamó “Los murmullos” y finalmente, se tituló “Comala”, cuando Rulfo decidió cambiar el nombre del lugar donde ocurría la historia, antes llamado Tuxcacuexco.

El manuscrito de 300 páginas fue trabajado de enero a septiembre de 1954 y sufrió no sólo numerosas modificaciones sino, sobre todo, grandes recortes. Rulfo fue implacable consigo mismo. Eliminó cien páginas en la primera sentada. Luego fue eliminando la mayoría de los adjetivos, cuyo uso estaba muy de moda en la escritura de la época. Finalmente, la historia quedó reducida a poco más de cien páginas y fue publicada en marzo de 1955 (aunque en algunas fuentes se cita julio del 55 como fecha de publicación). El título definitivo de esta publicación fue Pedro Páramo y su tiraje constó de dos mil ejemplares.

Las primeras reacciones fueron negativas. Alí Chumacero, amigo de Rulfo y jefe de producción del Fondo, comentó en la Revista de la Universidad que a la novela le faltaba un núcleo al que concurrieran todas las escenas. Para Rulfo, este comentario era incompresible, pues sentía que había trabajado muchísimo la estructura.

La novela apenas se vendió, quizás por los comentarios negativos, quizás porque su estructura planteaba nuevas formas de escritura y retos para su lectura. Pasaron cuatro años para que pudieran venderse 1.500 ejemplares. Los restantes quinientos, fueron regalados por el autor a quien se los pidiera.

Rulfo pasó un par de años en Veracruz, trabajando en la comisión de Papaloapan. La ciudad de México, que era el centro de la actividad literaria y cultural, estaba demasiado lejos y las noticias no volaban rápido. Así es que cuando volvió a la capital, Juan Rulfo se encontró con buenas noticias. Gente como Carlos Fuentes y Octavio Paz habían escrito comentarios muy favorables a la novela. Además, estaba siendo traducida al alemán, inglés, francés y holandés. Poco a poco, Pedro Páramo fue siendo conocida fuera de las fronteras mexicanas. Escritores como Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges no tuvieron más que palabras de admiración por dicha obra.

El reconocimiento trajo consigo múltiples entrevistas, aunque Rulfo, hombre tímido y de muy pocas palabras, prefería rehuirlas. El éxito también traía presiones. Se le vivía preguntando cuándo publicaría más cuentos o una nueva novela. Rulfo se zafaba de las explicaciones diciendo que se le había muerto su tío Celerino, que era quien le contaba las historias. Si este tío era real o ficticio, nunca se supo.

En una entrevista de 1977, concedida a Joaquín Soler Serrano para el programa “A fondo” de la Radiotelevisión Española, Juan Rulfo dijo que Pedro Páramo es una novela difícil de leer, pero que fue escrita con esa intención y que se necesitan, por lo menos, tres lecturas para llegar a comprenderla. La novela rompe las reglas de tiempo y espacio porque todos los personajes están muertos. “Es una novela de fantasmas”, según definió del escritor.

Setenta años después de su publicación, Pedro Páramo se ha convertido en uno de los referentes ineludibles de la novela latinoamericana. Es una lectura obligada para los estudiantes de secundaria en la mayoría de países de Latinoamérica. Ha sido llevada al cine en tres ocasiones: en 1967, dirigida por Carlos Velo; en 1977, dirigida por José Bolaños; y en 2024, bajo la dirección de Rodrigo Prieto.

Al hacer una lectura que trasciende su regionalismo, es fácil darse cuenta de que Pedro Páramo toca temas de preocupación universal como la búsqueda del padre ausente, el duelo y la muerte, así como el amor irrealizable. Además, la idea de una población habitada por fantasmas nos confronta a temas tan actuales como la memoria y los pueblos que van siendo abandonados debido a que sus habitantes parten en busca de mejores oportunidades económicas en los núcleos urbanos.

En ese sentido, la obra de Juan Rulfo sigue siendo leída ya que, gracias a la complejidad de su propuesta, nuevas generaciones de lectores encuentran entre sus líneas las preocupaciones vitales que resuenan en los conflictos humanos actuales. Cada una de esas numerosas lecturas nos seguirá permitiendo descubrir y comprender los múltiples secretos que guarda ese misterioso lugar llamado Comala.

(Publicado en la sección de opinión, La Prensa Gráfica, domingo 27 de julio, 2025. En la foto, mi edición de Pedro Páramo, Fondo de Cultura Económica, 1977. La ando cargando desde mis días de colegio. Foto propia).


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