Columna de opinión, Gabinete Caligari

Corre, Hilda, corre

1.-“Makar, el oso casi humano”, se leía en letras rojas. Ahí estaba la imagen de un oso, con cara de perfecta infelicidad. Sus fauces estaban sujetas por un bozal. Su foto ilustraba el cartel promocional que anunciaba al Circo de Moscú, cuando vino a San Salvador a inicios de este año.

Lo mostró el noticiero realizando su número: Makar, con una toalla blanca enrollada a manera de taparle sus partes pudendas, daba golpecitos con unas ramas a la espalda de su entrenador, acostado bocabajo sobre una banca. El escenario hacía suponer que el oso y el humano estaban en un salón de masajes. Durante buena parte del número, Makar se mantiene erguido sobre sus patas traseras.

2.- Makar es un oso grizzly. Nombre científico: Ursus arctos horribilis.

El grizzly es el tercer oso más grande del mundo, después del oso pardo y del oso polar. En Europa Occidental y en el Sur de Asia está considerado en peligro de extinción.

Los osos tienen un agudo sentido del olfato. Son los carnívoros de mayor tamaño entre los mamíferos, pero también comen hierba, frutos silvestres, raíces, brotes, retoños de arboles jóvenes y miel.

Los lapones veneran al oso y lo llaman el Perro de Dios. Los noruegos dicen que el oso tiene la fuerza de diez hombres y el sentido común de doce. Algunos pueblos de Siberia consideran que el oso es el señor del bosque y que tiene un alma de gran poder.

Para los antiguos pueblos fineses, el oso era considerado como la encarnación de sus antepasados siendo uno de los animales más sagrados. Era conocido como mesikämmen (pata de miel), otso (frente amplia) y kontio (habitante de la tierra).

3.- Ver la planta de la pata de un oso es como ver un mapa oscuro del mundo.

4.- Los espectáculos de circos con animales ocultan la mayoría de las veces historias dramáticas y siniestras de maltrato hacia éstos. El simple hecho de forzarlos a estar parados en dos patas, a saltar entre aros de fuego o a hacer váyase a saber qué trucos, es atentar contra su naturaleza. Ya no se diga el tenerlos prisioneros durante toda su vida natural y explotarlos económicamente.

Muchos de estos circos compran sus animales exóticos a contrabandistas o traficantes. De hecho, el tráfico de animales es el tercero en importancia después del tráfico de drogas y de armas.

Los animales son comprados cuando todavía son cachorros. Desde ese momento comienzan a vivir traumatizados, alejados de los suyos y de su ambiente natural, en un entorno hostil, amenazados, encerrados, encadenados, humillados y sometidos permanentemente a castigos y maltratos físicos, lo cual no sólo acorta su vida biológica, sino que los deprime, los enferma y los hace emprender actos de auténtica locura.

El entrenamiento en todas sus etapas implica una agresión psicológica y física permanente del animal. Para forzarlos a realizar los más estúpidos trucos imaginados para la entretención del ser humano, los animales son inducidos al miedo mediante el uso de varas, estacas con puntas, látigos, cadenas, collares ajustados, bozales, picanas eléctricas y ganchos puntiagudos. También son drogados para hacerlos más dóciles.

A los chimpancés suelen quitárseles los dientes para que no muerdan a sus entrenadores. También se les coloca un collar con el que son asfixiados si se niegan a ejecutar un truco. A los elefantes se les corta sus colmillos, se les inmoviliza con grilletes y se les domina con un instrumento de dos puntas que les clavan detrás de las orejas, en el estómago o en los genitales. A los osos suelen colocarles un aro y una cadena para lo cual les perforan la nariz y el labio.

A veces esos instrumentos son incluso utilizados frente al público de manera disimulada. A los animales no les queda más remedio que repetir por miedo los trucos aprendidos, ante la risa y los aplausos del público.

La misma naturaleza ambulante del circo convierte la vivienda y el transporte del animal, en un problema. Por lo general permanecen amarrados, con un grillete sujetándoles alguna pata, en camiones-jaula de dimensiones minúsculas que apenas les permiten levantarse y dar una vuelta, con mala ventilación, sin luz natural, soportando calor o frío, según la estación, y asfixiándose en el metano de sus propios desperdicios. De hecho, durante los viajes y para “aliviar” un poco esto, muchos circos prefieren no darles mucha agua a los animales, para que orinen menos. No es extraño que más de algún animal muera durante esos viajes.

Aunque muchos dueños de circo y entrenadores juran que los animales son parte de su familia y que son bien tratados, hay demasiados casos que demuestran todo lo contrario. Además, la “relación familiar” termina en el momento en que consideran que un animal está demasiado viejo para seguir en el circo.

Muchos suelen ser abandonados a su suerte en las calles. Otros, lisiados por las brutales técnicas de entrenamiento, son sacrificados. A muchos se les vende para ser destazados o para ser soltados en campos de tiro, donde los cazadores los matan y usan sus cadáveres como trofeos.

5.- Los circos que incluyen números con animales no sólo violan casi todos los 14 artículos de la Declaración Universal de los Derechos del Animal, emitida en septiembre de 1977 en Londres por la UNESCO. También son una muestra más del irrespeto por la vida que tenemos los seres humanos.

Los circos con animales no aportan ningún elemento positivo ni mucho menos educativo o cultural para los menores, por lo que no se puede continuar alentando la presentación de espectáculos que utilicen animales.

 Hay varios circos alrededor del mundo que ya no los utilizan. El más conocido de ellos es, sin duda, el Cirque de Soleil, que basa sus espectáculos en habilidades meramente humanas, utilizando luces, vestuarios, música y escenarios cambiantes y sorprendentes, que brindan una entretención realmente sana y sin necesidad de torturar a ningún animal.

Algunos países europeos como Suecia, Finlandia, Dinamarca y Noruega han prohibido la entrada o el funcionamiento de circos con animales.

6.- A inicios de los años 80 acudí a un circo en Berlín, Alemania, llamado Cirkus Fabrik. La primera parte del espectáculo era lo usual: payasos, malabares, equilibristas, magos. Ninguno de los números incluía animales.

La sorpresa es que antes del intermedio, los artistas llaman a niños voluntarios de entre el público que quieran aprender alguno de los trucos recién vistos, para que los acompañen.

Los adultos salen de la carpa a comer algo y cuando retornan, la segunda parte del espectáculo es ejecutado por los niños del público, que realizan algunos trucos sencillos de equilibrio, están vestidos de payasos o sacan flores de papel de un sombrero.

¿Qué puede resultar más divertido y educativo para un niño? ¿Ver animales tristes simulando ser humanos y haciendo cosas tontas como saltar a través de aros de fuego? ¿O que a un niño se le permita vestir de payaso para hacer un par de malabares o aprender un truco de magia y repetirlo frente al público?

7.- La relación de los humanos y los animales es una historia interminable de explotación y abuso. Nos hemos comido a los animales; los hemos matado por placer o por deporte; los hemos asesinado con crueldad para arrancar su piel, sus colmillos, sus aletas, sus testículos, sus órganos, sus huesos, su carne; los hemos usado como transporte o como instrumentos de carga; los hemos hecho trabajar para nosotros hasta literalmente matarlos de agotamiento; los hemos utilizado también como objetos de entretenimiento y los hemos forzado a hacer cosas que un animal jamás haría porque no está en su naturaleza.

8.- Se llamaba Hilda. Tenía 40 años. Era una elefanta del Circo La Unión de México. La noche del 22 de septiembre del 2008, y después de toda su vida soportando maltratos, Hilda se rebeló. Aprovechó la hora de la comida para correr. Derribó un portón de metal para escapar y no hubo manera de detenerla.

 Corrió durante una hora hasta llegar a la carretera México-Tulpancingo. Allí, el autobús 710, con placas de circulación 788HR8 de la línea de transportes Teotihuacán, atropelló a Hilda. Tomás López Durán, el chofer, murió a los pocos minutos. Hilda también murió.

Su cuerpo de cinco toneladas quedó tirado en el carril de la extrema derecha de la cinta asfáltica.

9.- Pienso en esos 60 minutos en que Hilda corrió, entre edificios, carros, luces, ruidos. Quiero creer que, en esos 60 minutos, aunque confundida y aturdida por la ciudad, mientras corría desesperada y ansiosa buscando las planicies africanas que nunca vio, mientras tomó conciencia de que el circo quedaba atrás y de que ella era por fin libre, Hilda fue por lo menos un poquito feliz.

(Una lectora me pidió que subiera esta antigua columna al blog y la complazco. Dice que tiene el recorte del periódico, pero como ya está algo desteñido, quiere una versión electrónica de dicho artículo. Debo haberla publicado en el 2008, porque el escape de Hilda ocurrió en ese año. Coloqué un enlace a la noticia original. Imagen de Bisakha Datta en Pixabay).

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