A mediados de este mes de agosto, la revista Science Advances publicó un estudio que demuestra que la contaminación por plástico está presente no sólo en el fondo de los mares sino también en los lugares más remotos e inhabitados del planeta.
Entre los años 2015 a 2017, un grupo de investigadores tomó muestras de nieve en tres lugares diferentes de Alemania, en los Alpes suizos y en el Ártico que, tras ser analizadas, mostraron presencia de microplásticos. Debido a su tamaño y ligereza, dichas partículas pueden moverse con facilidad en la atmósfera e incluso viajar y llegar a lugares con escasa presencia humana, como el Ártico.
Los tipos de plástico encontrados en las muestras tenían diferentes orígenes y provienen de objetos como pintura, llantas, mangueras, empaques de hule y otros de uso industrial.
Por su parte, el Servicio Geológico de los Estados Unidos analizó también de forma reciente, muestras de agua de lluvia recolectadas en las Montañas Rocosas del estado de Colorado. Detectaron que el 90 % de las muestras tomadas tenía presencia de microplásticos. El hallazgo fue accidental, ya que lo que se buscaba era estudiar la contaminación por nitrógeno, pero al analizar las muestras, la presencia de fibras y fragmentos multicolores inusuales obligaron a investigar su origen. De la misma manera que con las muestras de nieve, se concluyó que los materiales llegaron a la lluvia porque su tamaño les permitió moverse libremente en la atmósfera.
Este tipo de contaminación, no tan evidente por su tamaño, ha puesto en alerta a la comunidad científica que desconoce los efectos que los microplásticos tendrán en la salud humana, ha medida que dicha contaminación aumente. Debido a que el plástico ya se encuentra como elemento contaminante en los océanos, una persona promedio ingiere ya alrededor de 100 partículas de plástico anuales tan sólo por consumir crustáceos. Pero las investigaciones demuestran que no sólo estamos comiendo plástico y absorbiéndolo a través de la piel debido al uso de numerosos productos, sino que ahora también lo estamos respirando.
Una señal de que estamos siendo abrumados por la presencia del plástico es que las empresas globales que lo producen no han reducido sus porcentajes de producción sino más bien todo lo contrario. Diversas organizaciones estiman que en el 2016 se produjeron 335 millones de toneladas de plástico. Se calcula que para el próximo año 2020, la producción superará los 500 millones de toneladas anuales.
Es necesario mencionar que el plástico es prácticamente eterno y puede tardar cientos y hasta mil años en degradarse total y efectivamente. Como demuestran también los estudios citados al inicio, el plástico se termina fragmentando en partículas micro y nanoscópicas que siguen presentes y propagándose, ahora hasta en la lluvia, la nieve y el aire. También hay que mencionar que el plástico, al ser expuesto a la radiación solar, emite metano y etileno, dos potentes gases que crean el efecto invernadero y que son buena parte de los culpables del actual cambio climático.
Tampoco podemos limitarnos a creer que la solución del problema es el reciclaje. Una investigación realizada por la National Geographic indicó que en los últimos sesenta años se han producido 8.300 millones de toneladas métricas de plástico, la mayoría de ellas de objetos desechables. De esa cifra apenas se ha reciclado el 9 %. El resto va a parar a los rellenos sanitarios o a los océanos, donde la basura acumulada se convierte en islas flotantes o es consumida por los organismos vivos. Recordemos los numerosos casos de ballenas y otros animales muertos que aparecen en las playas con sus estómagos llenos de bolsas y otros objetos.
Por lo general, cuando se difunde este tipo de estudios, las recomendaciones finales insisten en orientarse hacia los consumidores y sugerir cambio en los hábitos de compra y consumo. Pero la verdad es que el entorno no ayuda a efectuar esos cambios de manera que tengan un impacto significativo. Si pensamos que la mayoría de productos vienen empacados, tienen componentes o están hechos totalmente de plástico, los esfuerzos individuales por minimizar su uso son bastante inocuos, sobre todo en países como el nuestro donde no existen normativas ni leyes para regular la producción, disposición y mucho menos el reciclaje de este tipo de material.
Aunque el cambio de hábitos de consumo de las personas es imprescindible para poder reducir de manera significativa este tipo de contaminación, los esfuerzos deben enfocarse también y sobre todo en los negocios, empresas y grandes corporaciones que fabrican y ofrecen sus productos finales empaquetados o producidos con plásticos de diverso tipo. Los gobiernos y políticos también deben ser presionados para implementar medidas, leyes y sobre todo sanciones ejemplarizantes que impidan la creciente contaminación.
Pero dichos cambios tienen que ser, sobre todo, culturales. Es imprescindible cambiar la costumbre de lo desechable, del comprar y botar, del uso único. Se debe pensar en un regreso a otro tipo de materiales cien por ciento biodegradables (como el papel) o reutilizables (como el vidrio y los envases metálicos). La fabricación de plástico, lejos de aumentar cada año, debe disminuir.
Para lograr estos cambios, todos deberemos hacer sacrificios, grandes y pequeños, pero ahí reside buena parte del problema. ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a sacrificar un poco de nuestra pequeña comodidad personal y andar cargando con pajillas de metal, bolsas de tela y otros recipientes cada vez que vayamos a comprar comida? ¿Cuándo se inaugurarán en el país supermercados y almacenes que vendan productos a granel y con cero uso de plástico? ¿Cuántos de esos grandes consorcios y corporaciones están dispuestos a modificar sus ingresos económicos y cesar o reducir al mínimo imprescindible la fabricación de plástico y su utilización como empaque para miles de productos de la vida cotidiana?
No sólo los consumidores debemos cambiar nuestros hábitos. También debe cambiar el diseño de una economía que no es amigable más que para el bolsillo de unos pocos pero que nos está matando lenta y silenciosamente a todos, personas, animales, plantas y hasta al planeta mismo.
(Publicado en revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, El Salvador, domingo 25 de agosto de 2019. Foto de portada: restos de un polluelo de albatros, lleno de plástico. Foto de Chris Jordan, tomada en el Atolón de Midway, Océano Pacífico).