Lo que hasta hace poquísimos años era una amenaza incierta, se ha convertido en nuestra realidad. Estamos en pleno cambio climático y el proceso, según opinan los científicos, es irreversible.
De inmediato pensamos en eventos extremos como sequías y huracanes, el aumento de las temperaturas, el derretimiento de los glaciares y el hundimiento de islas y territorios costeros. Más de alguno piensa que eso del cambio climático es un problema que sólo pueden resolver los gobiernos y que “sólo tiene que ver con la naturaleza”, es decir, que no le impactará de manera directa. Pero limitar el cambio climático a un fenómeno que “nada más” afectará a la naturaleza es quedarse en lo superficial. Porque las afectaciones que implica calarán en la humanidad de manera profunda, incluso en áreas que ni imaginamos.
El patrimonio tangible e intangible de la humanidad es uno de esos aspectos no evidentes que peligra por el cambio climático. En 2008 eran veintiséis los sitios naturales y culturales declarados patrimonio mundial por la UNESCO que estaban amenazados por el cambio climático. En 2014 ese número aumentó a cuarenta. Dichos sitios están amenazados por inundaciones, incendios forestales y otros fenómenos directamente relacionados con el clima. Venecia es el caso más conocido. Tiene años de estarse inundando. Pero también están en peligro Brujas, Nápoles, Estambul y San Petersburgo, así como varias ciudades de China e India. Otros sitios amenazados son el Teatro de la Ópera en Sidney y las barreras de coral en Australia; la Torre de Londres, el Palacio de Westminster y Stonehenge en el Reino Unido; el parque nacional de Huascarán y las zonas arqueológicas de Chan Chan y Chavín en Perú. Y la lista continúa.
Un dato del Consejo de Europa asegura que hay 25 millones de personas que ya están registradas como refugiados climáticos. Comunidades enteras están abandonando sus territorios porque han sido inundados o porque se ha secado la última gota de agua en sus pozos. Su única alternativa es buscar nuevos lugares donde vivir. Estos traslados imponen cambios radicales en una comunidad, desde los hábitos alimenticios hasta el seguimiento de sus tradiciones. Imaginemos el conflicto que supone para una comunidad tener que dejar atrás sus sitios emblema o los lugares donde están enterrados los ancestros. Pensemos en la inversión económica que implica mover a millones de personas y procurarles medios para reiniciar sus vidas.
Por su parte, Centroamérica es considerada el “punto caliente más vulnerable al cambio climático entre las regiones tropicales del mundo”, según una investigación realizada en el 2014 por el Estado de la región, un tanque de pensamiento de Costa Rica conformado por cuatro universidades públicas.
Según la investigación, el cambio climático: “profundiza las amenazas y vulnerabilidades históricas de Centroamérica, generadas por factores como la degradación ambiental, la ausencia de ordenamiento territorial, la exposición y riesgo de desastres para las poblaciones –principalmente las más pobres–, la ineficiencia energética y la dependencia de combustibles fósiles, el mal manejo del agua y las debilidades institucionales para la gestión ambiental”.
Para nuestra región, estos cambios implicarán afectaciones en ambas costas, pacífica y atlántica, a medida que el nivel del mar siga subiendo. Los terrenos para cultivos se verán reducidos con el aumento de la temperatura global, como es el caso del café, uno de los sustentos económicos de la región. El estudio también calcula que para el 2050 cerca de un millón de kilómetros cuadrados de Mesoamérica verá afectada su biodiversidad y sus ecosistemas
Otro estudio realizado por la Universidad de Innsbruck y el Instituto de Investigaciones Climáticas de Potsdam, ambas en Alemania, estima que aunque el cambio climático se detuviera el día de hoy, los procesos de absorción del calor del océano y el derretimiento de los glaciares y hielos continentales continuarán durante muchos años antes de detenerse y comenzar el proceso de recuperación.
Pero la mayoría de gobernantes, sobre todo en los países desarrollados, se lo toman con bastante calma y el discurso que escuchamos es una forma de resignación que se limita a tomar “medidas de adaptación”, sin implementar medidas drásticas tendientes a reducir el impacto, sobre todo a futuro.
El Acuerdo de París, firmado en 2015 como conclusión de la XXI Conferencia sobre Cambio Climático, ha sido un paso importante pero todavía insuficiente en sus propuestas. Pocos quieren ceder ganancias ni ver afectadas sus economías nacionales, como Arabia Saudita, quien opuso tenaz resistencia a las propuestas de los grupos ecologistas y partidos verdes para incluir la neutralidad de carbono y la descarbonización de la economía en el acuerdo, conceptos que no fueron incluidos en el documento final.
Nosotros, el común de los ciudadanos, también nos lo tomamos con mucha calma. Por desgracia en El Salvador, la realidad de violencia, desempleo, sueldos bajos y polarización política que nos abruma a diario, hacen que el factor climático pase a un segundo plano de atención. Pensamos que es algo que pasa lejos, en otra parte, y que aquí no nos afectará, que no cambiará nuestra manera de vivir y que, sea lo que ocurra, no será tan grave. Eso si no es negacionista.
Que 25 millones de personas sean los primeros refugiados climáticos parece exagerado, pero es apenas el comienzo. El 7 % de la población mundial vive en territorios que serán anegados por el derretimiento de los glaciares. Algunas islas del Pacífico Sur ya han sido inundadas por el aumento del nivel del mar. Cuando lleguemos al pico de la crisis, ¿cuántos refugiados más se producirán? ¿A dónde se moverá ese siete por ciento que, según el número actual de habitantes, representa poco más de 520 millones de personas? Existiendo ya sobrepoblación mundial y tensionándose recursos como el agua, ¿cuáles son las perspectivas de futuro?
Las guerras por venir serán por los recursos naturales y la tierra cultivable, según predicen muchos. Ésas serán las guerras que pelearán nuestros hijos y nuestros nietos, porque no somos capaces hoy de enfrentar el cambio climático con la determinación necesaria para reducir el impacto de sus consecuencias, a presente y a futuro.
(Publicado en revista Séptimo sentido, La Prensa Gráfica, domingo 5 de junio 2016. Ilustración: Venecia, Plaza de San Marcos, 1697. Cuadro pintado por Gaspar van Wittel, de dominio público).