Gabinete Caligari

La escritura en tiempos de tecnología

Cada día producimos en escritura el equivalente a millones de libros. Globalmente se envían 154.6 mil millones de correos electrónicos. Se publican más de 400 millones de tweets. En Facebook producimos alrededor de unas 16 mil millones de palabras. Se publican más de un millón de posts en blogs y se escriben alrededor de 2 millones de comentarios a posts. Eso solamente en la plataforma WordPress. Faltaría contabilizar las demás.

Si se junta toda esa escritura, la humanidad compone a diario el equivalente a 36 millones de libros. Para darse una idea: la Librería del Congreso de los Estados Unidos tiene, en su totalidad, 23 millones de libros.

Encontré esta información en un artículo de la revista Wired titulado “Pensando en voz alta. Cómo las redes exitosas nutren las buenas ideas” de Clive Thompson, un periodista canadiense que escribe sobre el impacto social y cultural producido por las tecnologías digitales.

Para Thompson, la tecnología está cambiando los patrones de pensamiento, para bien y para mal. Gracias a la horizontalidad de internet, donde se puede acceder a información y redes de comunicación, todos pueden tener una voz y se puede ser escuchado, visto o por lo menos leído.

Pero cantidad no es sinónimo de calidad. No todo lo que se escribe en la red es de lo mejor. Los números mencionados al inicio sirven para hacernos reflexionar sobre cómo la mayoría de nosotros, quiérase o no, utilizamos recursos que nos obligan a escribir para comunicarnos.

Dice Thompson en su artículo que ahora somos “una cultura global de ávidos escritores, que casi siempre escribe para una audiencia. Cuando se escribe algo en línea –sea una frase, un comentario a una fotografía o un post de mil palabras– se hace con la expectativa de que alguien pueda leerlo, incluso cuando se publica de manera anónima”.

Acaso ese detalle sea el que estimula el apetito por escribir en la red: encontrar un lector, no en el sentido literario de la palabra, sino alguien empático, el que coincide con los sentimientos y opiniones expresadas y que representa un confidente, un amigo o aliado potencial.

El surgimiento del blog permitió que millones de personas en todo el mundo accedieran a un espacio, donde el diario virtual electrónico dominó la web hasta transformarse poco a poco en otro tipo de contenidos, con herramientas y plantillas diversas que incluyen no sólo la escritura de textos, sino también audios, videos y fotografías.

Compartir nuestras ideas, anécdotas, recuerdos, etc. ha ido también cambiando hábitos de conducta: de vivir nuestras rutinas en silencio, ahora tenemos a disposición un espacio donde, si queremos, podemos dejar registro de nuestras actividades y pensamientos. Se ha convertido casi en una compulsión colectiva la de compartir cualquier y todo tipo de información en redes sociales, blogs o mensajes telefónicos. El sentido de la privacidad y de lo que pertenece al ámbito de lo íntimo se ha visto alterado de forma considerable.

Thompson publicó el año pasado el libro Smarter Than You Think, donde plantea que la tecnología está creando nuevas y audaces formas de conocimiento, formas que deberían celebrarse y estudiarse. Algunos aspectos positivos que han nacido a partir de la tecnología, según él, son la formación de redes y el incremento y la velocidad de la comunicación, que eventualmente permite compartir ideas, transformarlas y llevarlas a realización.

Da la impresión que nunca antes el ser humano estuvo tan urgido de expresar su opinión, de contar sus historias, de participar en la conversación global y dejar registrada su existencia en alguna parte.

Al terminar de leer el artículo me pregunté si la tecnología afectará  la escritura literaria y si a futuro, la estructura y la forma de los diferentes géneros literarios se alterarán o si surgirán formas nuevas. Pienso, por ejemplo, en un adolescente contemporáneo (y futuro novelista), cuyo mayor fogueo con la palabra escrita se esté dando ahora mismo en Facebook y Twitter.

Imaginar una novela escrita por alguien que, acostumbrado al formato de los 140 caracteres permitidos por Twitter, construya una historia en frases breves no es descabellado. En México, Estados Unidos y España, ya se han dado casos de personas que han escrito novelas a través de Twitter.

El uso de la tecnología para la escritura ha creado un género curioso en Japón, las “keitai shosetsu”, novelas escritas para ser leídas en teléfonos celulares y cuya demanda es tan grande que varios de sus escritores se han vuelto millonarios.

Para escritores ya establecidos, la tecnología es tomada como herramienta de experimentación e innovación, que permite escribir en cualquier lugar o momento. La reciente novela del escritor mexicano Mario Bellatin, El hombre dinero, fue escrita en un teléfono inteligente, a través de una aplicación que necesita una pluma digital.

Para Bellatin “quien escribe no debe preocuparse sólo por concluir un texto, sino por el proceso detrás de éste”. A Bellatin le pareció fascinante cómo cambian los procesos creativos y la rapidez con la cual la tecnología permite terminar la escritura de un libro. Para el suyo, Bellatin grabó con la cámara del teléfono sus ideas además de escribir en la aplicación que le permitía registrar todo como si estuviera tomando notas en una libreta de papel.

Es arriesgado hacer predicciones sobre lo que ocurrirá con el libro en papel y con lo que consideramos literatura hoy en día. La historia de la literatura es una de cambios y rupturas, de transformación y búsqueda constantes. Pero la literatura es sobre todo una forma fascinante de tener noticias sobre nosotros mismos, porque a fin de cuentas, el alimento del escritor siempre ha sido y continuará siendo el mismo: la materia humana.

Eso continúa inalterable, sin importar que el medio utilizado para escribir sea una tabla de arcilla, rollos de papiro, una pluma de ganso o una tableta electrónica.

(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 5 de enero 2014).

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