(Nota: el jueves 18 de abril por la tarde se anunció la suspensión del juicio en cuestión, cuando ya la edición de la revista y por tanto, de esta columna, estaban en cierre).
He estado siguiendo por internet, casi a diario desde que comenzó en marzo, el juicio por genocidio que se lleva a cabo en Guatemala contra los ex generales Efraín Ríos Montt y José Mauricio Rodríguez Sánchez, éste último ex jefe de inteligencia militar durante el gobierno del primero. Ambos están siendo acusados de genocidio, por la muerte de 1,771 indígenas de la etnia maya ixil ocurrida entre marzo de 1982 y agosto de 1983 en aquel país.
Cada una de las sesiones del proceso son verdaderas cátedras de aprendizaje en diversos temas. Los testimonios, tanto de los sobrevivientes como de los peritos, han contribuido no solamente a documentar uno de los múltiples episodios que ocurrieron dentro de lo que llaman “el conflicto armado interno” en Guatemala, sino que también ponen a reflexionar a los pueblos centroamericanos sobre un pasado reciente y común.
Muchas tardes terminé con el corazón pesado luego de escuchar los testimonios de los testigos ixiles que han descrito, con gran dignidad, su versión de lo acontecido en las masacres. Otras tardes, los aportes de los peritos han servido para comprender el contexto en el que ocurrieron los hechos. Cuando se escucha a los peritos explicar los aspectos culturales de los ixiles (su relación con la tierra, sus ritos fúnebres, el rol de las mujeres dentro de la comunidad, entre varios aspectos más), se comprende que la agresión sufrida por estas comunidades va más allá del asesinato común.
Sobre este juicio hay muchas cosas qué decir. Se imponen reflexiones sobre temas tan diversos como la influencia del pasado en los hechos del presente, las guerras en Centroamérica, la impunidad, la memoria, el racismo, la discriminación, la visión de mundo de los pueblos indígenas mayas, la necesidad de las víctimas de contar su historia, el dolor que sigue estando tan fresco.
Cada uno de los días del proceso daría para una discusión, para una columna diferente. Encima de eso, mi instinto de novelista también se activa: veo contenidas dentro de la sala de audiencias diversas situaciones que podrían terminar convertidas en novela. Ojalá alguno de los escritores guatemaltecos pueda, dentro de algunos años, ofrecernos un libro basado en estos sucesos.
Desafortunadamente tengo la impresión de que el juicio por genocidio es un evento al que nosotros, como centroamericanos, no le hemos dado la importancia que merece, que es inmensa. Este juicio es el primero de su clase en el continente y con ello se establece un precedente importante.
Los guatemaltecos están escribiendo un capítulo importante de su historia, del cual otros países y sociedades deberíamos tomar ejemplo. El proceso, su desarrollo y los testimonios de los sobrevivientes ixiles, están narrando partes de la historia de Guatemala que no se encuentran escritas en ningún libro y que por fin pueden ser dadas a conocer a la sociedad y al público en general.
Los salvadoreños no deberíamos mantenernos indiferentes ante este juicio, porque nos concierne muy de cerca. Me pregunté, por ejemplo, ¿qué hubieran contado los sobrevivientes salvadoreños de la matanza indígena de 1932, si hubieran tenido una oportunidad como esta? Pero ni siquiera fueron escuchados en su momento, viéndose más bien obligados a callar y a invisibilizarse con tal de salvar la vida. Sus testimonios apenas comenzaron a reunirse en años recientes, cuando muchos de ellos ya habían fallecido. Con su muerte se perdieron para siempre algunas páginas de nuestra historia nacional.
Por desgracia a los salvadoreños no nos preocupa que nuestra historia esté incompleta o parcializada, así como muy poco nos preocupa rescatar la memoria de nadie. Lo demostramos en nuestra práctica diaria, con un desprecio expreso a revisar la historia para comprender los problemas del presente. Con la parcializada enseñanza de la historia nacional en los centros educativos. Con la falta de mecanismos efectivos que permitan la conservación y protección de documentos, objetos y sitios históricos. Con la casi inexistente capacidad de recoger y salvaguardar los testimonios orales de nuestros mayores, que podrían ayudarnos a reconstruir el rompecabezas de nuestro pasado. Con la poca publicación, difusión y circulación de ensayos académicos, históricos o investigativos sobre nuestra historia. Con la escasa existencia de becas o financiamientos para realizar estudios e investigaciones de este tipo.
Vivimos en una permanente actitud de “aquí no ha pasado nada”, que nos hace propensos a cometer los mismos errores una y otra vez. Se han tomado decisiones cuyo acierto ha sido puesto en duda muchas veces. Una de ellas, la amnistía incluida en los Acuerdos de Paz del 92. Una decisión tomada a partir de la errada concepción de que juzgar los crímenes de guerra equivale a buscar venganza.
No puedo imaginarme nada más liberador, para una sociedad, que permitirse un juicio como el que ocurre ahora en Guatemala. Donde al fin una parte de la sociedad, la más discriminada, las más olvidada, ignorada y despreciada, toma el micrófono para contar su verdad. Donde, también, los que justifican la crueldad se dan a conocer tal cual son. Siguen siendo los mismos de siempre.
Muchos testimonios me han impresionado hasta las lágrimas en este juicio. La descripción de cómo mataron a tanta gente, con lujo de barbarie, resulta incomprensible. El sentimiento que esto ha provocado en los sobrevivientes, y cómo han tenido que vivir con ello desde entonces, es duro y traumático. Las secuelas físicas y psicológicas están aún muy frescas, a pesar de que han pasado poco más de 30 años desde los hechos.
La masacre de los ixiles no pasó al otro lado del océano ni en el tiempo de los abuelos. Ocurrió acá, en el país vecino. Ocurrió en nuestro tiempo de vida. Los hechos tienen además una atroz semejanza con eventos ocurridos en El Salvador. Porque por desgracia, también tuvimos conflicto armado. Y también hubo matanzas, con lujo de barbarie, violaciones, destrucción. Todo lo cual sigue impune.
“Hasta que yo me muera, ahí se va a terminar el dolor” dijo uno de los testigos ixiles.
Imaginemos la dimensión de tanto dolor.
(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 21 de abril 2013).
Mis dos abuelos fueron salvadoreños (se expatriaron del Salvador en los años 30) y mi abuelas guatemaltecas…. ambas historias son insostenibles y tristes, sin quitarle la importancia a esta faena de la justicia Guatemalteca, infortunadamente, el juicio de Ríos Mont y Rodríguez Sánchez a terminado en una encrucijada, para encontrar una positiva reconciliación hay que gozar de una verdadera justicia.
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