Se ha convertido en un asunto cíclico que cada tanto tiempo algún hecho criminal indigna al colectivo social, en voces que claman desconcertadas ante la situación de violencia que se vive en el país.
Contrariando las optimistas declaraciones de las autoridades correspondientes, quienes ante la prensa recalcan siempre que la criminalidad está bajando, el ciudadano común siente igual o incrementada su percepción de la criminalidad y sigue sin sentirse seguro.
La verdad es que seguimos sintiéndonos amenazados. Seguimos sintiéndonos en peligro. Y tenemos que seguir tomando todas las providencias personales necesarias para defendernos de amenazas con las que tenemos que convivir, muy para nuestra desgracia. Y es que no sólo son los homicidios, sino que también son las extorsiones, los robos, los asaltos, las violaciones, los “puyones”, y ahora parece que de nuevo, los secuestros. Hoy nada menos, cerca de mi casa, intentaron secuestrar a una muchacha de la UCA. No se la llevaron porque tuvo suerte.
Pero la percepción de seguridad cambia de acuerdo al status social. No es lo mismo viajar en carro en esta ciudad que andar en bus y a pie. Lo dice alguien que no tiene vehículo. Muchos de mis mandados tengo que hacerlos a pie. Y sé que en cada salida me la juego porque me puede pasar cualquier cosa. Desde que me asalten y me agredan físicamente (cosa que ya ha ocurrido cuatro veces), hasta que me caiga una bala perdida. En este país todo puede pasar. O mejor dicho, todo puede pasarle a cualquiera. ¿A cualquiera?
Creo que eso fue lo que más pasmó a los salvadoreños con el caso de la señorita Arias. Porque a una muchacha que estudia en una universidad privada no debería de pasarle algo así. Ese fue más o menos el argumento usado por la mayoría de gente que comentaba en las redes sociales y en las páginas de los periódicos sobre este crimen.
Yo pregunto: ¿y cómo es? ¿Y a los otros salvadoreños sí les puede pasar? ¿Al que anda a pie, al que no estudia, al que trabaja en el centro, al que estudia en un instituto, al que está desempleado, a los pobres, al campesino? ¿A ellos sí les puede pasar? ¿Por ellos no hay que indignarse? ¿Por ellos no hay que alzar la voz? ¿Por ellos no hay que decir nada?
Con absolutamente todo el respeto que me merece la familia de la señorita Arias pero ¿en este país hay muertos más importantes que otros? ¿Por qué? ¿Quiénes son? ¿Y cuándo y quiénes decidieron que eran más importantes? ¿Hay algo en la categoría del crimen que hace a un muerto mejor que a otro?
Tan brutal me parece un martillazo en la cara como varias puñaladas en el estómago como un montón de balazos como las mutilaciones y las decapitaciones. En todos ellos, el impulso asesino es igual de violento, de frío, de inhumano. Solamente cambia el método.
Por supuesto que el crimen cometido contra la joven Arias debe investigarse, juzgarse y condenarse. Pero así también deben investigarse, juzgarse y condenarse todos los crímenes y los homicidios que se cometen en este país. Que no son pocos y que ahora dicen que son menos pero con uno que fuera, sería demasiado.
Porque los salvadoreños ya estamos HARTOS de tanta muerte. Nos hemos visto obligados a convivir con ella, muchos de nosotros durante toda una vida. Nos hemos pasado la guerra en esto. Y ahora seguimos en lo mismo. ¿Cuándo habrá un respiro para este pobre país?
Pero parte del problema es también cosas como las que estoy señalando. Observémonos: ¿por qué discriminamos a los muertos? ¿Por qué nos importan unos más que otros? ¿No importan también los cinco muertos que hubo en Panchimalco alrededor de los mismos días del crimen de Helene? De ellos casi no se habló. Por ellos nadie se indignó. ¿Y los cinco homicidios diarios? De ésos ni nos preocupamos.
¡Es el país completo el que se está desangrando, no sólo un pedazo! Aquí o nos salvamos todos o nos hundimos todos y en ese sentido deberíamos estar trabajando. Para salvar a este país y sacarlo adelante. Sin importar la ideología política, la creencia religiosa, el nivel educativo o el status social.
No podemos solucionar el problema de la violencia mientras nosotros mismos la reproducimos en nuestras actitudes. Si alzamos la voz nada más de vez en cuando. Y luego volvemos a callar y volvemos a vivir nuestras vidas masticando en silencio nuestra rabia y nuestra frustración por un país que “jamás se compone”.
Así como nos indignó la quema del autobús en Mejicanos, la masacre de los 72 migrantes en Tamaulipas o el secuestro y el asesinato de Helene Arias, así debe de indignarnos cada salvadoreño asesinado en este país. Cada uno de ellos tenía una historia particular de vida. Si la conociéramos, encontraríamos elementos que igualmente nos conmoverían y nos harían lamentar su fin.
Impacta igualmente leer en las redes sociales o en las páginas electrónicas de los periódicos, los comentarios que escribe la gente ante sucesos como el de la joven Arias. Podría decirse que el 90% de dichos comentarios son tan violentos y ofensivos como lo que se está informando. Palabras soeces, pena de muerte, linchamiento, tirarle gasolina y lanzarles un fósforo a los hechores, la silla eléctrica, muestras de xenofobia (“todos los guatemaltecos son malos”) y un sinnúmero de improperios espeluznantes, son escritos sin vergüenza alguna como si con ello fuera a remediarse el problema o como si las autoridades fueran a tomar en cuenta sus descabelladas propuestas.
Leo esos comentarios para saber un poco qué piensa la gente y para medir de alguna manera el pulso de la sociedad. Pero al hacerlo me pregunto, incrédula y con un escalofrío recorriéndome la espalda: ¿En qué país vivimos? ¿Qué nos pasa? ¿Cómo, cuándo, por qué llegamos a esto? Y lo más importante ¿cuándo y cómo vamos a solucionar esta situación?
(Publicado domingo 18 de noviembre 2012, revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica).
Apreciada Jacinta,
Efectivamente esta amenaza prevalece en muchos países vecinos al Salvador, esta situación no se debe a leyes de la naturaleza o a leyes económicas o a otras fuerzas impersonales, sino son el resultado de específicas estructuras históricas que la han favorecido. Esto continuará, a no ser que estas las decisiones y planes se reviertan mediante acción y movilizaciones populares con compromisos dedicados a programas educativos y económicos que abarquen desde remedios factibles a corto plazo hasta otras propuestas a más largo plazo que cuestionen la autoridad ilegítima y las instituciones opresivas entre las que reside el poder y valores. Es importante, un proyecto de sociedad hacia donde queremos movilizarnos, de lo que queremos legar a las próximas generaciones y por lo tanto, acentuar que hay alternativas y propuestas y aún mejor acciones a medio largo plazo…. ¿Es que esto es soñar en colores? o ¿es que la realidad no puede ser transformable? O son una ilustración inspiradora que muestra qué es lo que puede y debe hacerse para no continuar la marcha que nos está llevando a un abismo, a un mundo que debería horrorizar a todas las personas decentes, que será incluso más opresivo que la realidad existente hoy en día.
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Porque no se puede imponer “la pena de muerte”???que le pasa a El Salvador que se quieren igualar a los Estados Unidos en tecnologia y hasta hablando ingles,y sus gobiernos no son capases de para la violencia??Felicitaciones a Jacinta Escudos por su columna..esto hara reaccionar a todas las personas salvadorenas…
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