A fines de agosto pasado se anunció que La Luna Casa y Arte será cerrado durante este mes de septiembre. En realidad, en el comunicado donde se dio la noticia se negaron a hablar de cierre sino que prefirieron hablar de un “final feliz”. Se extendía la invitación para participar en las actividades de este mes que culminarán con una gran fiesta el día 29 para despedir este “fin de ciclo”.
En la nota que publicó este periódico al respecto, me llamaron la atención las declaraciones de Beatriz Alcaine, directora del lugar. Aclaraba que el concepto con el que nació La Luna, como área cultural independiente, ya no podía ser autosostenible por razones económicas, pero sobretodo, afirmó, “por la falta de políticas que promuevan las expresiones culturales entre el público”.
“Desde que abrimos sabíamos que no tendríamos apoyo de las instituciones gubernamentales, ni de las grandes marcas, porque no había una visión clara de la importancia que tienen las áreas culturales en el país. Veinte años después, no hay políticas culturales, no hay una ley que la defienda. Si hubiera ese tipo de políticas todo el mundo ayudaría a que este tipo de lugares no desaparezca, como ocurre en otros partes del mundo”, puntualizó Alcaine en la nota de prensa.
La Luna fue fundada en 1992 y desde entonces se convirtió en el escenario y la plataforma de lanzamiento para docenas de artistas de diferentes disciplinas. Llenó un vacío en la raquítica escena cultural salvadoreña de finales de la guerra y comienzos de la posguerra, y supo aprovechar la efervescencia de los años posteriores al 92, cuando el cese al fuego había provocado mucha ilusión y ganas de hacer las cosas bien en este país.
Frases como las de Alcaine nos recuerdan el estado de cosas del antes y el ahora. Veinte años después, la situación sigue igual. No existen políticas culturales que promuevan y protejan los espacios culturales de este país. Veinte años. No le hagan caso a Gardel cuando canta que “veinte años no es nada”. Gardel miente.
No puedo hacer un recuento de la situación de la cultura en los últimos veinte años, porque parte de ese tiempo no estuve en el país. Y por lo tanto sería una osadía de mi parte decir si estamos mejor o peor en el aspecto cultural, si hemos avanzado, nos estancamos o estamos peor que nunca. Lo que sé es que la cultura sigue siendo la Cenicienta nacional y que entre los que trabajamos en este campo la sensación es que los espacios se cierran y se estrechan cada día más. Que la cultura está en la última escala de prioridades de las campañas políticas y los planes de gobierno y que sigue siendo el asunto ninguneado de la sociedad.
Pero quiero ser optimista. Quizás eso comience a cambiar. Aunque tardará todavía algunos años más. Se están discutiendo no una, sino dos propuestas para Ley Nacional de Cultura en la actualidad. Una, de la que ya hablé la semana pasada, presentada por la Secretaría de Cultura de la Presidencia. La otra, una propuesta de la Secretaría Nacional de Arte y Cultura del FMLN.
Es una contradicción que entre la entidad de gobierno dedicada a la cultura y el mismo partido en gobierno no haya la comunicación debida como para saber que ya estaba en proceso la elaboración de dicho proyecto. Me parece una dispersión de esfuerzos de parte de quienes se suponen están parados “del mismo lado”.
Esperemos que, por su parte, todos los sectores convocados se movilicen y participen en las debidas discusiones. Es con el aporte ciudadano de todos los que estamos involucrados en el quehacer cultural que podemos aspirar a trabajar hacia un cambio en este triste paradigma. Es mejor que no hacer nada y sólo quejarse.
Las discusiones serán largas, difíciles y complejas. Y como dije, será un trabajo que rendirá frutos a un mediano plazo.
Pero por otro lado resulta emocionante pensar que por lo menos estamos saliendo de ese silencio y estamos, por fin, poniendo sobre la mesa de discusión las mejoras culturales que consideramos necesarias. Mientras tanto, en otros países cuyo quehacer cultural siempre hemos envidiado, la realidad de la crisis económica impacta de tal manera que lo único que se prevé son alzas y recortes.
España, por ejemplo, se convirtió, a partir de este mes, en el país de la zona euro con el IVA cultural más alto. Un 21% frente al 5.5% de Francia, el 7% de Alemania, el 10% de Italia y el 13% de Grecia y Portugal. El sector cultural supone medio millón de empleos y el 4% del PIB español, cifras que con toda seguridad se verán reducidas, tal y como ha pasado en países vecinos sujetos a incrementos del IVA.
Los periódicos y revistas, álbumes de fotos, partituras, mapas, cuadernos de dibujo y los libros permanecerán con el IVA super reducido del 4%. Pero el libro electrónico, considerado un servicio por la Unión Europea, tendrá el aumento como casi todo lo demás, del 18% al 21%. Este incremento choca con los esfuerzos del sector editorial por igualar los precios de los soportes digitales con los de papel. Esa meta tardará todavía mucho en alcanzarse.
La perspectiva para las instituciones y agencias dedicadas al quehacer cultural en los Estados Unidos, si el candidato republicano Mitt Romney gana las elecciones, no parece ser mejor. En una entrevista concedida a la revista Fortune, Romney declaró que uno de los enfoques de su administración sería cortar todo el financiamiento federal al National Endowment for the Arts (Dotación Nacional para las Artes), la Public Broadcasting System, PBS (Sistema Público de Transmisión de Televisión) y la National Public Radio, NPR (Radio Pública Nacional).
El presupuesto federal del 2012 del Endowment for the Arts es de 146 millones de dólares, aunque también recibe importantes donaciones privadas. Dicha institución está dedicada sobre todo a otorgar becas para artistas y a la difusión del arte. Las becas han favorecido durante años a miles de artistas que pueden dedicarse a un proyecto creativo durante algún tiempo. Recibir una de estas becas es, además de obtener un significativo aporte financiero, un espaldarazo que abre el camino a otras becas y oportunidades.
Según Romney, aunque aprecia el trabajo de estas instituciones, piensa que deben ser autosuficientes. Y piensa que con ahorrarse algunos millones en instituciones dedicadas a la difusión cultural contribuye a la recuperación económica. Lo que quizás Romney ignora es que las artes sin fines de lucro y las industrias culturales de los Estados Unidos generan 135.2 mil millones de dólares en actividad económica y que emplearon a casi 4 millones de personas a tiempo completo durante el 2010 (según datos del informe “Arts & Economic Prosperity” compilado por la organización Americans for the Arts).
En El Salvador, el sector cultural aporta un valor agregado que asciende al 1.4% del PIB y da empleo al 1% de la población ocupada, según datos calculados a partir de los VII Censos económicos 2005 y publicados en el Cuaderno sobre Desarrollo Humano No. 9, Desarrollo humano y dinámicas económicas locales: contribución de la economía de la cultura, publicado por el PNUD de El Salvador a finales del 2009.
Si bien es cierto ese 1% de la población es un porcentaje todavía bajo, imaginemos lo que ocurriría si en este país existieran políticas públicas que consideraran el presupuesto en cultura como una inversión y no como un gasto. Una inversión destinada a promover, estimular, difundir, proteger y apostar por la creatividad nacional, generando empleos y una vida digna para un sector despreciado de nuestra sociedad.
Las políticas culturales adecuadas posibilitarían que espacios culturales independientes como La Luna no se cerraran sino que se abrieran y que pudieran trabajar con estabilidad y dignidad. Que la actividad cultural, en sus diversas manifestaciones, tuviera el espacio y el respeto que se merece en los medios de comunicación. Que la creatividad fuera promovida y sus resultados difundidos, convirtiendo sus productos no sólo en parte del patrimonio de la nación, sino también del orgullo y la identidad nacional.
Sin embargo, la realidad es otra. Es ésta que vivimos y que ustedes ya conocen. No tengo por qué repetirla. ¿Pasarán otros veinte años sin que se definan políticas culturales en este país? ¿Recordaremos dentro de veinte años este momento y concluiremos que todo sigue igual? ¿Habremos cambiado algo, por fin?
(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, 16 de septiembre 2012).