El Clärchens Ballhaus es uno de los salones de baile más antiguos que existen en la ciudad de Berlín, Alemania. Fue fundado en 1913. A pesar de haber pasado por dos guerras mundiales y de haber sido fuertemente afectada durante la Segunda Guerra, logró salir adelante y mantenerse en un lugar especial del corazón de los berlineses.
Durante los años de la República Democrática de Alemania, cuando Berlín estaba dividida por el muro, el Clärchens Ballhaus quedó en la parte este. Eso no impedía que los ciudadanos del oeste la visitaran. Cuando les era permitido viajar, los occidentales terminaban dando algunos pasos de baile o tomándose algunas copas en el inmenso local de techos muy altos.
Esa circunstancia lo hizo punto de encuentro conocido entre gente de ambas partes de la ciudad. Las mujeres orientales iban allí a ver si podían conquistar a algún tipo de la parte occidental para que se las llevaran “al otro lado”. Este excepcional roce lo convertía también en lugar obligatorio para los agentes de la STASI (la policía secreta de la RDA) y de los cuerpos de inteligencia occidentales y aliados. El lugar tenía, pues, ese ambiente de espías que caracterizó los tiempos de la Guerra Fría. O por lo menos eso fue lo que me contaron después de visitarlo.
Estuve cenando allí una noche de julio de este año. Por ser un día de verano con buen tiempo, nos sentamos en la parte frontal del edificio, un gran jardín lleno de mesas y sillas. El lugar estaba a reventar. Los visitantes aprovechaban el clima cálido y el sol del atardecer luego de un verano que se ha parecido demasiado al otoño. Cosas del cambio climático, suponen. Pero la verdad es que Berlín nunca ha destacado por su buen clima. Y puede ser que este año nada más les haya tocado un mal verano.
Aquella noche… es extraño hablar de noche cuando son las 8 o las 9 p.m. y todavía hay luz de día. Parecían las 5 y media de las tardes de mi triste país y en realidad ya eran las 8 de la noche. Era noche de tangos. Y mientras en el jardín docenas de personas cenaban, en el piso central del salón de baile, varias parejas se dejaban llevar por la música. Unos lo hacían mejor que otros, pero eso no desanimaba a nadie. Hasta los había atrevidos que se metían a bailar sin saber cómo va aquello. Pero había un par de instructores que se les acercaban y les enseñaban los movimientos.
No sé cuántas veces he ido a Berlín. He perdido la cuenta. Quizás podría hacer el ejercicio de acordarme, pero cuando ya se llega al punto en que se hace algo tantas veces que se pierde la cuenta, ya no vale la pena. Aquello ya es parte de tu vida y es algo que sabes harás por siempre.
La vida me ha ido llevando a Berlín en incontables ocasiones. Por eso no me siento como turista cuando voy. Incluso viví allá algunos años. Eran los años del muro, de la guerra salvadoreña. De tanto ir y venir he tenido el privilegio de ver transformarse a una ciudad no sólo en su aspecto urbanístico sino también en cuanto a su composición cultural.
Arquitectónicamente la ciudad ha ido creciendo y sofisticándose no sólo con la construcción de modernos y preciosos edificios sino también con la recuperación y remodelación de los edificios antiguos y particularmente de los que se encontraban en la zona oriental de la ciudad.
Eso ha logrado que cada una de mis visitas, desde la caída del muro, se convirtiera en un obligatorio paso por los edificios nuevos. Mientras el U-Bahn (el metro berlinés) recorría algunos de los tramos abiertos, podían verse a lo lejos algunas grúas de construcción trabajando afanosamente en algún punto de la ciudad. Siempre se está construyendo y renovando algo en Berlín. Parece que nunca va a terminar la labor de embellecerla, pero los resultados son evidentes. Y debo decir que espectaculares.
Berlín se ha convertido en una ciudad vibrante, animada, con rincones melancólicos (como la Isla de los Museos) o edificios cuya línea estética emociona la vista (como la Postdamer Platz). Precisamente la Postdamer Platz me hace pensar en la ciudad de la película Metrópolis de Fritz Lang.
Berlín es también un hervidero de culturas diversas que le da a este lugar un encanto particular. Turcos, libaneses, indios, vietnamitas, españoles y demás. Los acentos de las lenguas más extrañas son escuchados acá. Pero a diferencia de los años 80 siento que el tiempo también ha contribuido para cambiar la actitud de los berlineses hacia los extranjeros, que ya son mucho más tolerantes y permisivos que como lo eran cuando yo viví allá.
Gran influencia en esto tienen sin duda los hijos de los migrantes, la generación que nació, creció y se educó en Alemania y que hablan un alemán impecable, aunque su aspecto y muchas de sus tradiciones sigan ligados al país originario de sus padres.
Pero también está la sombra de la guerra. Una espina punzante que debe doler de vez en cuando para no olvidar el pasado y evitar que vuelva a ocurrir. La exposición permanente “Topografía del terror” muestra en paneles al aire libre la historia del ascenso del Nacional Socialismo y Adolfo Hitler al poder, de una manera breve pero informativa y bastante completa. La exposición al aire libre está en el lugar donde se encontraban las oficinas de la Gestapo y que terminó siendo destruido durante los bombardeos a Berlín. Además, existe allí ahora un centro de documentación con acceso al público para quien quiera investigar temas relacionados con el nazismo y la persecución a judíos, gitanos, homosexuales y comunistas durante la II Guerra Mundial.
Es difícil no pensar en la guerra cuando se está frente al edificio del Reichstag o la Puerta de Brandemburgo. Muy difícil. O quizás es nada más una manía que tengo. Imaginarme a Berlín bombardeada hasta los escombros, imaginar el caos de ese momento que ya no es guerra pero que todavía no es paz, cuando los rusos entran en Berlín. Difícil no tratar de adivinar el punto exacto desde donde aquel soldado ruso izó la bandera roja.
Más difícil imaginar los escombros de la guerra cuando desde la parte más alta de la cúpula del Reichstag, diseñada por Norman Foster, puede apreciarse todo el perfil de la ciudad a 360°. Lo que vi una noche de julio fue una ciudad reconstruida, llena de luz y color pero también llena de energía y tenacidad.
Quizás los cambios de esta ciudad, y el animal hermoso en que se ha convertido, los percibe mejor alguien que viene de vez en cuando que alguien que viva allá. No lo sé. Para los berlineses, por ejemplo, puede ser normal tener más de 150 museos funcionando en su ciudad, pero para mí eso es un lujo inestimable y emocionante. Siempre he visto exposiciones maravillosas en Berlín. Este año me tocó una exposición con 200 fotos de Diane Arbus en el Museo Martin Gropius Bau.
La transformación que ha pasado Berlín desde la caída del muro me parece simplemente fascinante. Y he sido un testigo privilegiado de ese cambio gradual. He visto a la parte oriental de la ciudad, que antes era gris y silenciosa, integrarse al bullicio y la efervescencia que siempre tenía la parte occidental. Y aquella sensación se ha expandido por la ciudad.
Eran las 4:45 de la mañana de un sábado, cuando esperaba el taxi que me llevaría al aeropuerto de Tegel. Sonó una sirena de ambulancia. Luego que el aullido se dispersó, escuché el canto de los pájaros. La luz era opaca todavía, pero ya podía verse bien. En la cercana estación del U-Bahn de Schlessiches Tor se miraba gente entrar y salir como si fuera mediodía. Los que se habían ido de juerga el viernes por la noche apenas retornaban a sus apartamentos.
Supongo que será la última vez que me toque ir a Tegel. Se espera que ya pronto el nuevo aeropuerto de Berlín Brandenburg, bautizado “Willy Brandt”, estará en funciones, luego de muchos retrasos en sus obras.
Me escribieron después que llovió muchísimo el día que me fui de Berlín. Mientras llovía, yo dormía metida en un avión, arriba de las nubes, soñando con una ciudad que no terminaba nunca.
(Publicada en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 5 de agosto 2012).
La he estado leyendo desde hace algunos años en la prensa grafica, y siempre me llamo la atencion de su Heimweh por El Salvador cuando estuvo fuera, ya que yo llegue a amar Alemania por mi permanencia alla, y como vivi la guerra en El Salvador, no me faltaba para nada. Estuve leyendo su articulo sobre Berlin, y queria opinar que muy bien haria usted en enseñarle a los salvadoreños mas sobre alemania, ya que es el pais que debieramos tener de ejemplo en vez de mexico o colombia: recuperarcion despues de una guerra, trabajadores dedicados e inteligentes, economia sana y ahorrativa, limpieza y buenas costumbres, intereses ecologicos, dispuestos a buscar soluciones. Ya los tuvimos como ejemplos un tiempo, como capacitadores del ejercito despues de la primera guerra mundial, y como compradores de productos durante la segunda. Antes El Salvador veia mas hacia Europa y menos hacia USA, lo cual le trajo muchos mas beneficios que ahora.
La felicito por su columna, siga escribiendo y espero poder seguir disfrutando de sus ejemplos de alemania, mi esposa añora visitar Alemania, tanto le he hablado de ella, y asi se la puedo presentar mientras no la lleve.
Saludos.
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Gracias por su comentario Salvador.
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