A propósito de la edición salvadoreña de la novela El perro en la niebla de Róger Lindo, me parece oportuno volver a compartir el comentario que publiqué el 1 de febrero del 2007 en la versión anterior de este blog, cuando la novela fue publicada en la editorial Verbigracia de España y su autor tuvo la gentileza de hacérmela llegar. Recuerdo que recibí el paquete, vi el libro sin intención de leerlo, sólo de ver las primeras páginas, porque en aquellos momentos estaba en otras lecturas, y leí el primer párrafo. Era un sábado. Quedé enganchada hasta terminar de leer el libro. De hecho, me medí y dejé un poco para terminarla el siguiente día, porque era tan buena que no quería que se me terminara tan rápido. Pero fue un libro que una vez comenzado ya no pude soltar.
Cuatro años después sigo teniendo la misma buena impresión de su lectura y lo recomiendo con entusiasmo. Sigo pensando que, de todo lo que se ha escrito sobre la guerra, es lo mejor que he leído, lo más ordenado, limpio, sobrio, trabajado y coherente, lo menos pretencioso, lo más puntual, lo menos estridente, lo nada panfletario. A continuación aquel comentario, casi idéntico, con algunos pocos agregados y correcciones para mejorarlo:
Parece ser una tarea pendiente para los escritores salvadoreños escribir “la novela de la guerra”. Por lo menos, así lo insinúan diversas discusiones que de pronto surgen en torno al tema. Me parece que, en cierto sentido, es más una tarea impuesta por un distorsionado sentido del “deber” que a veces se les atribuye a los escritores, sobre todo a los de nuestras latitudes donde, en algún momento de su historia, la literatura fue usada con fines políticos (como propaganda, como manifiesto, como barrera para romper la censura de los gobiernos militares, como denuncia…).
Sin embargo, creo que hay también en muchos sentidos una necesidad emocional de conformar esa novelística de la guerra. Necesidad, por un lado, de contar lo que nos pasó, lo que les pasó a otros, lo que hicimos, lo que perdimos, lo que dejamos de hacer, lo que nos hicieron, lo que debimos hacer. Pero necesidad también cuando se toma en consideración la escandalosa ignorancia del adolescente salvadoreño contemporáneo que no cree, no sabe, no le interesa saber lo que fue la guerra.
Ya lo he dicho antes: la idea de recordar ese pasado no es para aferrarnos al rencor o a la venganza, sino para aprender de nuestros errores y evitar que vuelvan a ocurrir las circunstancias que nos llevaron al conflicto. El perro en la niebla del salvadoreño Róger Lindo, es una novela enmarcada en los años previos a la guerra y abarca prácticamente todo el conflicto hasta poco tiempo después de la firma de los así llamados Acuerdos de Paz de 1992.
El narrador, Guille, un muchacho de clase media, comienza a involucrarse con el movimiento sindical de la capital, donde conoce a Ana Gladys, con quien sostendrá un romance. Po Poco a poco la actividad de Guille lo llevará a involucrarse cada vez más y más en la organización en la que milita. Será trasladado de la acción sindical a la acción militar, primero en la ciudad y posteriormente en el campo. El giro de su vida lo obliga a separarse de su familia, de su entorno y hasta de Ana Gladys, quien es trasladada primero a Bolivia y luego a Nicaragua.
El narrador, en primera persona, relata de manera muy fría y puntual los hechos, preocupaciones y sentimientos que lo habitan. Pero hay algo en su manera de contar que resulta muy efectivo y es la ausencia total del discurso ideológico. Guille no trata de explicarnos por qué se convierte en militante ni convencernos de que lo que hace es lo correcto o de que “su lado” de las cosas es el bueno. Así mismo, se evita mencionar nombres de organizaciones o personajes existentes en aquel tiempo. Con algunas señas, cualquiera que vivió en El Salvador aquel tiempo podría identificar las circunstancias. Y para el que no lo vivió, pues no importa mucho. Lo que importa es el hecho, la acción, la anécdota, la esencia misma de las personas. Así no se mira prejuiciada la lectura con el conocimiento de un grupo o de otro, de un dirigente guerrillero amado u odiado.
El paso en el tiempo de la guerra ocurre a vuelo de pájaro. A pesar de ello, las circunstancias de vida de Guille (cuyo nom de guerre luego es Pablo), permiten muy bien hacerse una idea de los primeros años del conflicto, del accionar urbano y luego, del accionar rural de la guerrilla hasta la firma de los acuerdos del 92.
La narración engancha de inmediato, acaso por el tono en apariencia impersonal pero que no oculta una agridulce melancolía. La novela conforma un pieza compacta, que fluye y que finalmente no deja de provocar en el lector una sensación de desesperanza, de ilusiones perdidas, de esfuerzo inútil. Como si los años de la guerra no hubieran sido finalmente más que un paréntesis o una escuela para enseñarnos a mal vivir y a no creer en utopías nunca más.El libro de Róger Lindo es uno de los esfuerzos más serios y coherentes que he leído de hablar del proceso de la guerra civil en el país. Un libro que no busca polemizar ni testimoniar ni acusar ni encontrar culpables, sino simplemente contar una historia que les pasó a muchos, que nos pasó a todos.
Ojalá este libro, publicado en España, pueda circular en El Salvador, donde su lectura es urgente y donde podrá constituir una de las primeras piedras de lo que eventualmente podrá ser el cuerpo de la novelística de la guerra.
Es de celebrar, pues, que este libro pueda por fin leerse aquí en el país. No sólo porque su historia involucra hechos nacionales, sino y sobre todo, porque es una obra muy bien realizada. Puede acceder a las primeras páginas de la novela en este enlace.
Debido a su favorable comentario, y dado que la respeto y admiro mucho, comprare el libro para leerlo. Gracias Jacinta.
LikeLike
Pingback: Bitacoras.com