La muchacha que me atiende (cliente #115 favor pasar a la ventanilla 7), se llama Michelle Rodríguez. Igual que la actriz.
Michelle es cordial y me atiende muy bien. Michelle me pide que me siente. Michelle me dice que esto va a tardar. Michelle me ofrece algo qué beber. Si le hubiese pedido una copa de champán estoy segura que me la hubiera llevado (y a temperatura perfecta). Fui algo más sencilla y pedí agua. Ella me pidió un montón de información.
Me preguntó si tenía tiempo para esperar. Tengo un libro, le contesté. Me senté a leer.
El libro que llevaba era Pájaros en la boca de Samanta Schweblin.
“Mariposas” es un cuento que tiene apenas dos páginas y media. Comienza con la cotidiana y rutinaria traída de los niños a la escuela y va transformándose de manera calladita (diría yo / es decir, sin estridencia constructiva alguna, sin hacerle trampa ni meterle zancadilla al lector), en lo que termina transformándose al final que pasa tan así, que te saca de onda. O bueno, me sacó a mí y tuve que releer, algo así como para recuperar el aliento. Nadie te explica nada. Me gusta cuando en los cuentos nadie te explica nada y vos tenés que preguntarte días, meses, años qué habrá sido lo que pasó.
Después de recuperarme del desconcierto que me había dejado el cuento, leí “Conservas”. Igual, una historia común, un embarazo, tiene un giro y un final que no se puede develar porque se arruina todo. Uno sabe que algo va a pasar pero qué exactamente, es lo que te empuja a seguir leyendo.
A Samanta casi la conocí en Quito en la Feria del Libro del año pasado. Pero ella llegaba creo que el día después de mi partida. Así es que no nos vimos. Hoy la leí en un caluroso San Salvador. Pensé en Quito, tan gris, frío y lluvioso. Y en el soroche que me dio. Y en el árbol bajo el cual está enterrado Guayasamín.
Seguiré picoteando dentro de este libro y les cuento más. Me gusta.