Según la empresa estadounidense Amazon, su lector electrónico de libros Kindle es el objeto más vendido de toda su historia, superando incluso los libros de Harry Potter. Y ya eso es decir demasiado.
A pesar de que la empresa no ha dado a conocer cifras oficiales del número de Kindles vendidos, algunos analistas estiman que pueden ser alrededor de 8 millones. Con la puesta en venta, hace poco más de un año, de un modelo que puede usarse fuera de los Estados Unidos, Amazon se convirtió además en el pionero del mercado internacional con este tipo de lectores y por primera vez pueden comprarse y utilizarse libremente en países que cuentan con la tecnología 3G o Edge (que es la misma que utilizan los teléfonos celulares), así como con las redes de Wifi de internet.
Yo misma compré un Kindle y tengo poco menos de un mes de estarlo usando. Me decidí a comprar uno por varios motivos. Primero, por el escaso número de librerías de nuestro país y por su pobre y desactualizado surtido. Segundo, por la posibilidad que el Kindle me ofrece de acceder a libros en inglés y poder leer a ciertos autores en su idioma original, libros que aquí jamás podría encontrar. Tercero, por los precios de los libros electrónicos, por lo general menores que los de un libro en papel.
Debo decir que la experiencia de leer en uno de estos aparatos es diferente. Ni mejor ni peor que leer en papel, simplemente diferente. El Kindle ofrece una serie de posibilidades como la de cargar, en un solo aparato, varios libros (hasta 3,500 según dice el fabricante). Su peso es ligero y es fácilmente manipulable con una mano. Su diseño es agradable. Puede aumentarse el tamaño de la letra según antojo. Pueden hacerse subrayados y tomarse notas y, si uno así lo desea, pueden compartirse en la red social de nuestra preferencia. El sistema de compra de libros es sencillo y rapidísimo. Pero quizás lo más importante: la tecnología de su pantalla es muy diferente a la de una computadora. No tiene brillo alguno, lo cual significa que la vista no se cansa tan rápido.
Una de las bondades más exaltadas sobre los lectores electrónicos es que existe un sinnúmero de obras gratis disponibles en la red, pero esto tiene sus bemoles. Bajé la obra completa de Edgar Allan Poe en inglés, pero los poemas no venían cortados en verso, sino de corrido, como si fueran prosa. Muchos de estos libros gratis han sido escaneados a través de programas que transforman texto en imagen. Lo cual implica que puede uno estar leyendo y de pronto toparse con palabras mezcladas con números (porque el scanner no las leyó bien). O con los encabezados o números de página sembrados en medio del texto.
Cuesta un poco readecuar ciertas manías personales de lectura. A mí me gusta, por ejemplo, hojear páginas hacia adelante para ver cuánto me falta por terminar un capítulo, porque no me gusta dejar mi lectura cortada a la mitad de uno. U hojear hacia atrás para verificar algo leído con anterioridad. Se puede hacer con el Kindle, aunque es un proceso algo tedioso pues debe apretarse un botón para ir página por página hasta la parte deseada.
Todos los libros tienen el mismo formato, es decir, no están distinguidos, como los editados en papel, por las características específicas de cada editorial, incluyendo portadas y solapas. Se pierde toda la experiencia sensorial de la lectura: el olor del papel y la tinta, el sonido de la hoja que voltea, el peso del libro en las manos, los marcalibros especiales que usamos para recordar dónde dejamos la lectura, la siesta con el libro tapándonos la cara, la metamorfosis del color y la textura del papel con el correr del tiempo, la leve alergia que nos provoca el polvillo al abrir un libro viejo, el libro que al abrirlo se desbarata en las manos como una flor vieja que va perdiendo sus pétalos.
Pero el aparatito tiene sin duda sus ventajas. Para viajar, el Kindle me supondrá un gran provecho. Primero, el bolso pesará menos. Luego, demasiadas veces me ha pasado llevar un libro y ni tocarlo en un viaje, simplemente porque al momento de estar metida en una terminal o en un avión, ya no ando con el antojo de leer el libro que llevé. Ahora podré llevar un variedad de títulos y leer algo de acuerdo al ánimo en que me envuelva el trayecto.
Ya no me pasará que voy a una librería, veo un libro, no lo compro y cuando me decido a hacerlo y vuelvo por él, ya el libro no está. Tengo un respaldo electrónico no sólo de mis libros descargados sino también de mis apuntes y subrayados, lo cual implica que todo eso nunca se pierde, a menos que colapse el servidor de Amazon (toco madera). Puedo bajar muestras gratis de los libros antes de decidirme a comprarlos. Y también puedo leer mis documentos en Word y pdf, ya que enviándolos a una dirección de correo especial asignada para ello, Amazon me los convierte gratis al formato del lector.
La oferta de libros, sobre todo en español, sigue siendo muy limitada. Muchas editoriales todavía están aferradas a un modelo de negocios que les supone buenas ganancias y que piensan se verá afectado a nivel económico debido al menor costo de los libros electrónicos. Una suposición distorsionada, ya que Amazon también ha dado a conocer que vende más libros en formato electrónico que en papel. Y la importancia que está adquiriendo este nuevo formato es tal que el New York Times presentará a partir de este mes, como parte de su ya famosa lista semanal de bestsellers, un apartado especial para listar los más vendidos también en formato electrónico.
En resumen, me parece que todo aquello que nos estimule a leer, hay que aprovecharlo. Y el lector electrónico de libros, en cualquiera de sus marcas, ofrece ventajas para los que somos lectores obsesivos. Pero también para otras cosas.
La organización Worldreader.org está impulsando un proyecto piloto en seis escuelas de Ghana, África, donde se les ha dado a 500 alumnos un Kindle a cada uno. Aprovechando la red tecnológica de comunicación celular que está metida en prácticamente todas partes y los cientos de libros clásicos disponibles gratis o a muy bajo costo en la red, los alumnos tienen acceso a la lectura de libros que, de otra manera, se les haría demasiado costosa o complicada.
La ambiciosa meta de este organismo es aprovechar la tecnología disponible para que cada familia tenga una biblioteca electrónica y así promover no solamente el hábito de la lectura sino el acceso al conocimiento y a la cultura. Como muchos de estos lectores tienen una función que permite la conversión del texto en voz, para aquellos que no aprendieron a leer o tienen problemas de visión, no habrá ningún impedimento para acceder a la literatura.
El sólo hecho de poseer uno de estos lectores puede resultar estimulante para que los niños africanos se acerquen a la lectura. Si el programa piloto logra los objetivos establecidos, pretende expandirse al resto de África y de los países en desarrollo.
Ocho millones de lectores electrónicos (más la suma de otros millones que han vendido en conjunto las demás empresas fabricantes de ellos), son más que toda la población de El Salvador, pero sigue sin ser un número significativo de la población mundial. Aunque hay toda una gran variedad de lectores electrónicos de diferentes empresas, todavía no es un objeto lo suficientemente expandido ni accesible al público en general por su costo (aunque un Kindle vale mucho menos que un teléfono Blackberry). Esto impide pensar que sea una seria amenaza para la existencia del libro en papel. Por lo menos no todavía.
Quizás a futuro, digamos en unos 100 o 200 años, la forma de vida del ser humano, si es que logra sobrevivir a sí mismo ante el rápido deterioro y depredación del planeta, será muy diferente a la de hoy en día. Y en ese mundo, quizás sea normal que el libro llegue a manos de la gente a través de un aparato.
La discusión sobre la eventual desaparición del libro de papel ante los lectores electrónicos es una que lleva ya un par de años. El eje central de esa discusión pareciera poner en oposición ambos formatos, cuando la realidad es que pueden y tendrán que convivir el uno con el otro durante algún tiempo más.
¿Y cuáles son los primeros libros que estoy leyendo en mi Kindle? Otros colores, un libro de artículos del Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, y El gran diseño, el último libro de Stephen Hawking, el cual espero comentar pronto en este mismo espacio.
(Publicado en la revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, domingo 9 de enero 2011).
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