Cine, Columna de opinión

El Conde

A mediados de este mes de septiembre se estrenó El Conde, la más reciente película del director chileno, Pablo Larraín. Definida como una “comedia negra y de terror”, su protagonista es el general chileno Augusto Pinochet, convertido en un vampiro que ha vivido durante 250 años, pero que tiene muchas ganas de morir.

A nivel técnico, la película tiene una realización impecable. El blanco y negro más la fotografía de Edward Lachman permiten no sólo la construcción de una ambientación oscura y surreal, sino que la convierten en un producto de calidad visual fascinante. A nivel plástico, es genial la imagen de Pinochet volando sobre la ciudad de Santiago, utilizando su abrigo como instrumento propulsor de su vuelo, que alude a las capas de los super héroes o a las de los vampiros clásicos, como el interpretado por Bela Lugosi.

Las actuaciones son otro logro. Para muchos, el gran descubrimiento es Paula Luchsinger, quien encarna a una monja (que también es contadora), enviada al lugar donde se encuentra Pinochet, para aclarar la ubicación de los millones robados por el general.

A pesar de que ganó el premio a mejor guion en el reciente Festival Internacional de Cine de Venecia, la historia tiene algunas situaciones que parecen improvisadas, sobre todo durante la media hora final. No entraré en detalles para no arruinar la película a quienes no la hayan visto. Pero las vueltas y revueltas que tiene la historia me hicieron preguntarme si la película se hubiera podido sostener sin la belleza de la factura visual, que es para mí el mayor logro de El Conde.

 El atrevimiento de retratar a Pinochet como un vampiro, cuya sombra sigue presente y volando sobre Chile, bebiendo sangre y arrancando corazones, no deja de ser una metáfora poco sutil de su dictadura. Esto ha causado polémicas entre los mismos chilenos, incluso entre detractores del general, quienes consideran que no se puede bromear con un personaje real cuya crueldad ha marcado a varias generaciones de aquel país. El hecho de que la película fuera estrenada a pocos días de conmemorarse el 50 aniversario del golpe contra Allende, con la consecuente ola de represión, asesinatos, desaparecidos, torturados y exiliados, pareció ser un acto poco respetuoso, sobre todo hacia las víctimas y sobrevivientes de aquellos hechos.

Hay que recordar que el horror y el humor pueden ser usados como herramientas efectivas para criticar a la sociedad o a los individuos. La combinación de ambos nos lleva al humor negro, al sarcasmo y a la farsa, espacios de irreverencia desde los cuales la crítica puede ser más accesible y efectiva que desde la solemnidad y la seriedad. El humor puede crear situaciones imaginativas que la rigidez de la realidad histórica no permite reconstruir.

En combinación con el horror, el humor suele imponerse sobre el miedo o la inquietud que nos provoca lo grotesco o lo espeluznante. La burla y la ridiculización de los atributos de alguien considerado monstruoso, lo deja reducido a un nivel de indefensión. Contra la risa no hay escudo de protección alguno (solamente, quizás, lo subjetivo del humor individual, ya que no a todos nos provocan risa los mismos detonantes).

¿Qué ocurre cuando el burlado es un monstruo de la vida real, un personaje siniestro, asesino y cruel, que no ha tenido piedad con sus víctimas ni ha mostrado arrepentimiento alguno sobre sus actos? Para el común de la gente, para quienes viven subyugados por algún personaje siniestro, la degradación de los personajes con poder político o social se convierte en una necesidad emocional y hasta en una herramienta de sobrevivencia psicológica. Degradarlos mediante la humillación de la risa permite vencer el miedo sobre estas figuras. El monstruo deja de ser siniestro y, por lo tanto, se convierte en alguien vulnerable, capaz de ser defenestrado y destruido. Es alguien mortal, cuya aura de maldad se mira diluida.

Hay múltiples ejemplos de esto a lo largo de la historia. Pensemos en los inevitables chistes y caricaturas políticos, que es prácticamente un género de especialidad dentro del amplio mundo de la comicidad. En El Salvador, en los años 70, fueron famosos los desfiles bufos realizados por estudiantes de la Universidad Nacional, desfiles que suscitaban la peor rabia de los militares, quienes las dispersaban a balazos.

Pensemos también en las representaciones de burla en la literatura. En su novela El color del verano, el cubano Reinaldo Arenas ridiculizaba abiertamente las figuras de Fidel y Raúl Castro, mostrándolos como gays enclosetados que, finalmente, se atreven a salir, con plumas, maquillaje y lentejuelas, en humorísticos desfiles públicos.

Tomemos a un personaje como Adolfo Hitler. Su figura física, su pelo, su bigote, su manera de gesticular y hablar, han sido motivo de burla desde las caricaturas de Looney Tunes hasta películas como El gran dictador de Charles Chaplin. En el 2015, David Wnendt dirigió la película Ha vuelto, basada en la novela homónima escrita por Timur Vermes, un polémico bestseller en Alemania.

En Ha vuelto, Hitler ha pasado en hibernación desde 1945 y se despierta en octubre del 2014 en Berlín. Desconcertado por la realidad del mundo en el que se encuentra, y luego de una serie de situaciones ridículas, trata de convencer a todos de que es el verdadero y único Hitler. Pero nadie le cree ni lo toma en serio y termina internado en un hospital psiquiátrico.

“El humor es igual a la tragedia más tiempo”, dijo alguna vez el escritor y humorista estadounidense Mark Twain. Es decir, mientras más distancia hay de ciertos eventos, la posibilidad de reírse de ellos se incrementa. ¿Pero será esto siempre cierto? ¿Hay límites o temas prohibidos que no pueden o no deben ser tratados desde el humor? En nuestro país, ¿seríamos capaces de reírnos de alguna representación de nuestros villanos históricos, como Maximiliano Hernández Martínez, Roberto D’Abuisson o Domingo Monterrosa?

Quizás la risa infinita sea el mejor castigo para los monstruos de la realidad, porque la humillación de la burla es una espada certera para herir sus siempre frágiles vanidades.

(Publicado en la sección de opinión, La Prensa Gráfica de El Salvador, domingo 24 de septiembre, 2023. Foto: escena de la película).