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Bisagra del tiempo

Los fines de año parecen siempre obligar a un repaso general del periodo que termina. También se impone como costumbre planificar e imaginar hacia adelante, hacia el futuro. Es un impulso natural en el ser humano sentir que, cuando hay un final, es eminente hacer un recuento a partir del cual, se puede ver hacia adelante. Será por eso que los romanos adoraron a Jano, dios de las puertas, los comienzos y los finales. Estaba representado por una imagen que tenía dos rostros, cada uno mirando en dirección opuesta. En relación al tiempo, Jano podía ver tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Se le invocaba en el primer día del año. Por su capacidad de ver las dos caras del tiempo, su nombre (en latín Ianuarius) sirvió para bautizar el primer mes del año.

La última y nos vamos

La última columna del año siempre me era la más difícil de escribir. La gente anda con la atención en otra parte y no quiere saber de problemas ni de temas muy duros. Pero la de este año trae un doble nivel de dificultad. Es la última columna de un año en pandemia, y también la última columna de una revista que hoy cierra sus páginas. Nunca me ha gustado repetir las frases comunes, frases repetidas infinidad de veces, por obligación o formalismo, que casi han perdido su sentido. En la temporada de fin de año, prefiero hacer notar que no todos son felices en esta época.

Domingos

Durante muchos años de mi vida, odié los días domingo. Me parecían días muertos, aburridos, sin sentido. La laxitud, el silencio, las obligaciones familiares, una pereza resultante del agotamiento acumulado de la semana y una abrumadora sensación de soledad, moldearon las más de las veces esos días en los que no sabía ni qué hacer. Durante algún tiempo, intenté borrar el extraño sabor de los domingos probando diversas estrategias. Leía, escribía, escuchaba música. Eso me distraía del mal ánimo que me provocaba ese día, pero no del todo. Años después, durante un tiempo demasiado breve, los domingos fueron como una pequeña e íntima fiesta semanal que celebrábamos con Alguien, domingos en los que yo era terriblemente feliz. Cuando era niña, los domingos familiares tenían rutinas bastante inalterables. Después del desayuno, mi padre iba a una finquita que teníamos cerca de Panchimalco. Muchas veces lo acompañaba, con tal de eludir la otra rutina casera. Ese día no se hacía limpieza, pero sí se cocinaba algo especial. Por lo general hacíamos una barbacoa. Era el almuerzo familiar …