Hace poco, gracias a una noticia de la Deutsche Welle, recordé una iniciativa peculiar. En algunos vecindarios de Berlín, Alemania, se construyeron pequeñas casetas, o se aprovecharon antiguas cabinas telefónicas, para adaptar en su interior un par de estantes con libros.
La idea es que los vecinos depositen ahí libros que les hayan gustado para que la gente pueda llevárselos, a cambio de dejar otro libro en el lugar o de devolverlo cuando se haya leído. Los mismos vecinos se encargan de mantener limpias y ordenadas las casetas.
En el breve reportaje, es interesante ver cómo adultos y adolescentes se involucran con el proyecto. Los adultos enseñan a los menores, mediante la práctica, a compartir sus lecturas favoritas. Otra cosa, que también aprenden, es la importancia que tienen los proyectos comunitarios, así como el acto de compartir y ser generosos con las personas con quienes convivimos en un entorno cercano.
Esta iniciativa no es nueva. Se ha realizado desde hace décadas en varios países del mundo. Las mini bibliotecas comunitarias pueden encontrarse en pueblos y ciudades, en cafés, hoteles, vecindarios, centros comerciales y culturales. También hay iniciativas bajo el nombre de booksharing o bookcrossing, que designan días y lugares específicos para dejar un libro en una banca o lugar público, de manera que algún extraño lo recoja, a cambio de otro.
En El Salvador también se realizaron algunas actividades de booksharing y subsiste una que otra estantería, en algunos lugares públicos, destinadas al intercambio de libros. Pero sea aquí o en otros lugares, estos proyectos sufren problemas comunes.
Uno de ellos, quizás el principal, es que la gente considera que puede aprovechar estos espacios para ir a abandonar libros viejos o dañados, con el beneficio añadido de conseguir un libro nuevo gratis. Revistas viejas, diccionarios partidos por la mitad, libros de materias escolares subrayados y con los ejercicios respondidos o best sellers manoseados por algún turista que no consideró el libro lo suficientemente bueno como para llevárselo, son parte del material que, por desgracia, se llega a encontrar en esas estanterías.
En algunos países, donde gente dejó libros nuevos y colecciones literarias valiosas, se observó que algunos abusivos se llevaron los ejemplares, sin dejar nada a cambio, para venderlos y quedarse con la ganancia.
Es decepcionante que una actividad, que nace de la mejor de las intenciones, sea desaprovechada. Para quienes gustamos de la lectura, ver una estantería de intercambio resulta emocionante hasta que nos topamos con un montón de basura y ejemplares inutilizables, cuyo destino ideal sería una planta de reciclaje.
Se pierde de vista la intención original de compartir lecturas que nos han gustado y que queremos que otros conozcan. Al dejar uno de nuestros ejemplares físicos, rogamos que el libro llegue a las manos (y la mente) de alguien que sabrá apreciar y paladear dicha lectura al igual que lo hicimos nosotros.
Quizás algunas personas se abstienen de intercambiar libros de esta manera porque éstos son objetos de alto valor económico, sobre todo en países como el nuestro. Pero eso no justifica deshacernos de nuestra basura personal y pensar que hacemos una labor positiva. Abandonar libros y revistas viejas en estos proyectos es como regalar ropa agujereada a gente necesitada después de una tragedia colectiva.
El libro es el vehículo para compartir una historia, así como las emociones y reflexiones que nos provoca su lectura. También es una manera de compartir una actividad que genera entretenimiento, que nos ayuda a construir ideas y opiniones propias, que nos permite conocer mejor la naturaleza humana, así como encontrar una forma de compañía mental en un mundo saturado de ruido, odio y egoísmo.
El entusiasmo que nos deja una buena lectura suele generar, como un saludable efecto en cadena, el deseo de compartirla con amigos y extraños. Pensemos en ello la próxima vez que nos animemos a intercambiar libros.
(Publicado domingo 12 de enero, 2025, sección de opinión, La Prensa Gráfica. Foto: una antigua caseta telefónica convertida en biblioteca de intercambio en Hansastr., Berlín. Tomada de la página Berliner Woche).
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