Cada vez que se acerca un periodo vacacional, me pasa lo mismo: hago una lista de cosas que digo que voy a hacer durante ese tiempo, pero no logro hacer ni la mitad.
Como soy la chica de las listas, no sólo lo apunto todo, sino que planifico, con horarios y fechas. Todo queda fríamente calculado y anotado para poder aprovechar, de la mejor manera posible, el tiempo libre. La lista incluye asuntos meramente domésticos (como hacer arreglos u orden en la casa) pasando por los mandados pendientes que he ido dejando de hacer por falta de tiempo y que implican salir a la calle. También incluyo tiempo para comenzar a escribir un par de cuentos o una nueva novela. Mi lista termina con una serie de libros y películas que quiero ver y leer.
Desde el momento en que hago esa planificación comprendo que mi lista no es objetiva, porque incluyo más de lo que me sería posible abarcar, como si la vacación fuera a durar un par de meses y no una semana o menos. Además, dejo por fuera lo más importante, lo que se supone debe uno hacer en una vacación: descansar. Así es que comienzo a priorizar los pendientes y a dejar algunos para después de vacaciones, para que la semana no esté tan cargada de tareas.
Trabajo por cuenta propia en casa, así es que debo balancear el tiempo de los múltiples oficios que hago para generar ingresos económicos con las tareas domésticas cotidianas. A pesar de todas mis rutinas y organización, siento que la parte doméstica se come buena parte de mis días y mi energía, porque no termino de realizar mi doble jornada sino hasta las 8 u 8:30 de la noche.
Por mucha planificación que haga, la realidad siempre se impone sobre la ficción que es mi lista vacacional. Lo primero que ocurre en los días de descanso es que me olvido del reloj, es decir, no estoy pendiente de la hora y ése es, quizás, mi mayor disfrute. Me levanto cuando termino de dormir, lo cual dicho por alguien que sufre de insomnio y que duerme como venado, es mucho. Aprovecho para reponer sueño y levantarme tarde si he tenido una noche de mal dormir. Los desayunos son lentos, sobre todo a la hora de tomar el café, que bebo sorbo a sorbo, disfrutándolo sin prisa y sin enumerar, en mi cabeza, los pendientes del día.
Hay elementos que pueden boicotear la ejecución de mi lista, como el mal clima o la falta de agua, que inciden en no poder lavar y colgar ropa o limpiar a conciencia algún rincón de la casa. También puede ser que amanezca con migraña, lo cual destruye cualquier plan.
Pero en general, el principal obstáculo para realizar mis pendientes es mi propia pereza. Quizás no deba llamarlo pereza, sino más bien, la autorización que nos damos a nosotros mismos, en los días de vacación, para no estar apurados, no ser productivos, no hacer multitasking y no auto presionarnos para hacer cosas útiles todo el tiempo. Es, quizás, el único tiempo en que, si alguien nos reclama por no hacer nada o por dejar pasar el tiempo, podemos usar como justificación el hecho de estar en vacaciones.
Estamos convencidos de que es trascendental para la humanidad que nadie pierda el tiempo nunca y de que siempre debemos estar haciendo cosas útiles, pero sobre todo productivas, incluso en nuestros momentos libres. No hacerlo nos convierte de inmediato en seres inútiles, despreciables, vagos, perezosos, sin oficio ni beneficio. Eso le impide a muchas personas saber cuándo descansar o tomarse el tiempo para no hacer nada, sin sentir complejo de culpa.
Toda esta obsesión con la productividad y el ser útiles todo el tiempo, tiene que ver también con la transformación del concepto de trabajo que se nos ha ido imponiendo en los últimos años, un concepto que nos demanda estar disponibles 24/7 y que nos chantajea con la idea de que, si no se está dispuesto a soportar todo tipo de sacrificios y exigencias para trabajar, no somos merecedores de nada.
Esa obsesión con la productividad ha reducido nuestro tiempo libre a los fines de semana y, muchas veces, ni a eso. Algunos tenemos que trabajar el sábado, así es que el fin de semana se reduce al domingo o a unas horas del mismo. Los fines de semana suele ocuparse para hacer las cosas personales para las cuales no tenemos tiempo debido a las obligaciones del trabajo. Lo que llega a sobrar es nada más para dormir y reponer energías físicas, y así perpetuar el ciclo cotidiano.
Como muchas personas, espero con ansiedad el fin de semana, o mejor dicho, el domingo. Ya sé que la mañana voy a ocuparla para hacer una o dos tareas y que el momento verdaderamente libre, comienza después de mi almuerzo. Ese tiempo que sobra son horas de libertad, de hacer lo que mi ánimo dicta, de dormir toda la tarde si lo necesito o de ver película tras película o de leer o de sentarme en el patiecito y pensar mientras veo las plantas y los gatos, sin recordar compromisos, pendientes, problemas y obligaciones. El mundo y sus problemas pueden esperar.
Cuando ya están por terminar las vacaciones, reviso la lista que hice un par de semanas antes y me río de mi misma. Siempre me pregunto para qué la hago, si sé de antemano que varias de las tareas quedarán pendientes para otro día o para el siguiente período vacacional.
Entonces me da esa misma melancolía que sentimos los domingos en la noche, cuando sabemos que el día libre se termina y que, al día siguiente, volveremos a los horarios y las prisas, a los problemas y las obligaciones.
No queda más que seguir esperando los domingos y sobre todo, el siguiente periodo vacacional en el que, de seguro, volveré a hacer una lista de pendientes que no terminaré de cumplir.
(Publicado en sección de opinión, La Prensa Gráfica, domingo 11 de agosto, 2024. Foto ilustrativa de Steve Bidmead en Pixabay).
