Columna de opinión, Libros

Releer

Uno de los escritores que más admiro es Vladimir Nabokov. Nacido en la Rusia imperial, en 1899, escribió y publicó sus primeras nueve novelas en ruso.

Debido a diversas circunstancias personales, Nabokov vivió en varias ciudades europeas. Estudió en la Universidad de Cambridge donde terminó de profundizar su conocimiento del inglés, idioma que ya había aprendido en su tierra natal. Llegó a dominarlo de tal manera que escribió sus futuros libros en ese idioma. Su novela más conocida, Lolita, publicada en 1955, es sin duda una de las obras donde la belleza del lenguaje tiene un rol estelar. 

En 1940, mientras estaba en París y ante los avances de las tropas alemanas durante la II Guerra Mundial, Nabokov y su esposa, Vera, partieron rumbo a los Estados Unidos. Allí, Nabokov dio clases de literatura rusa y europea durante muchos años, en la Universidad de Cornell, Nueva York. Muchas de sus conferencias han sido reunidas en libros que recomiendo leer.

En algunas de dichas conferencias, Nabokov habla sobre la importancia de los procesos de lectura tanto para el lector común como para aquellas personas que aspiran a ser escritores o para quienes ya lo son. La lectura es un pilar fundamental del oficio literario. Señalaba Nabokov que para ser un buen lector, se debe tener cuatro características: Imaginación, memoria, sentido artístico y un buen diccionario. A esto sumó la relectura de libros.

Explicaba que los libros son obras de arte y como tal, son una obra más compleja que, digamos, una pintura. Un libro encierra ideas, diálogos y estímulos verbales en varias páginas, que comprometen el uso de los ojos para descifrar los códigos escritos, pero también de la mente, que debe ir interpretando y analizando la lectura. De ahí lo imprescindible de tener imaginación y memoria. Además, siempre se encontrarán palabras nuevas, que comprenderemos en su pleno significado a través de un diccionario. El sentido artístico lo aplicaremos en la apreciación estética de elementos como el ritmo, lenguaje y metáforas, algo que a veces sólo se llega a detectar mejor en una relectura.

Nabokov menciona que un libro debería releerse tres o cuatro veces para comprender el texto en toda su complejidad. La plena valoración de un libro a través de las relecturas, aplica tanto a obras de ficción como a libros científicos o de otras disciplinas.

Este planteamiento de Nabokov sobre las relecturas me dejó pensando en el tema. Casi podría decirse que, para Nabokov, leer era una forma de estudiar.

Debido a mis talleres literarios, he adquirido la costumbre de releer algunos cuentos y libros que suelo citar como ejemplos para demostrar algunos temas. Este año decidí releer Frankenstein de Mary Shelley y La metamorfosis de Franz Kafka, porque quería refrescar los detalles de ambas novelas. La experiencia fue muy enriquecedora porque, aunque conocía las historias, releerlas me hizo verlas con nuevos ojos.

Al releer un libro, como bien dice Nabokov, captamos detalles y sutilezas que no atrapamos en una primera lectura, impresionados como estamos por la novedad. Muchas veces establecemos algún tipo de vínculo emocional con el libro, sea porque nos recuerda a algún evento o persona de nuestra realidad, porque leemos el libro en un momento complicado de nuestras vidas o porque toca alguno de nuestros temores o expectativas más profundos.

La apreciación de un libro en una segunda o tercera lectura puede deberse también a que, al tener otras lecturas acumuladas, aumentamos nuestros conocimientos sobre el contexto de las obras y sobre las técnicas narrativas utilizadas por los autores. El nivel de madurez personal al momento de leer una obra también contribuye a darnos otra impresión del libro.

Para los escritores, las relecturas son valiosos espacios de aprendizaje. Pueden ayudarnos a descifrar cómo un autor diseñó la estructura de su historia; cómo el lenguaje juega un rol importante en la construcción de los ambientes; cómo la dosificación de la información agiliza la trama o la hace más lenta.

Hay un par de libros que, religiosamente, releo cada cierto tiempo: El extranjero de Albert Camus y El amante de Marguerite Duras. Ambas novelas han sido primordiales en mi formación como escritora y siempre que vuelvo sobre ellas, descubro detalles que me llevan a nuevas reflexiones. Son mis libros inagotables. Esos son los textos cuya relectura más disfruto, los que me hacen descubrir al mismo autor como si fuera la primera vez, como me suele pasar con los cuentos de Jorge Luis Borges.

Quizás, de forma muy primaria, buscamos releer algún libro o texto porque queremos revivir la emoción o el asombro que nos causó originalmente. Pero esto implica un riesgo. Las decepciones al releer también ocurren. En esos casos, es mejor quedarnos con el buen recuerdo de su primera y única lectura.

Me pasa otra cosa extraña con las relecturas. A veces, buscando algún libro en mi biblioteca, encuentro algún título que ni recordaba tener. Al abrirlo, me doy cuenta que lo leí hace años, porque encuentro los subrayados o anotaciones que suelo hacer al margen de las páginas o las fechas de lectura que siempre anoto al principio y al final del libro, pero no recuerdo absolutamente nada de su contenido. En esos casos, releer ese libro es también como leerlo por primera vez.

Me pasó con Diario de la guerra del cerdo de Adolfo Bioy Casares. Supongo que la primera vez que lo leí no me causó ninguna impresión; pero la segunda vez, que fue durante el encierro de la pandemia, el contexto que se vivía sirvió para que la novela resonara con algunos aspectos de la realidad de ese entonces, fijando su trama en mi memoria.

Todos estos son argumentos válidos para volver a leer un libro. Alguien se preguntará: ¿Para qué volver sobre un libro cuyo contenido ya se conoce? Aquí pregunto yo: ¿acaso no podemos volver a admirar un cuadro, escuchar una sinfonía o repetir una película que ya vimos? ¿Acaso el disfrute estético no puede o no debe repetirse?

Y ustedes, ¿cuál es el libro que más han releído?

(Publicada en la sección de opinión, La Prensa Gráfica, domingo 30 de junio, 2024. Foto propia).


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