Cualquiera que pase una noche teniendo sueños agitados, despertando a cada rato y sufriendo un dormir ligero (donde no se sabe si se está dormido o si los sueños son una continuidad del monólogo interno), se levantará a la mañana siguiente con la sensación de ser un insecto, arrastrándose con torpeza por el día, con el cuerpo pesado y con la lucidez anulada debido a la falta de descanso.
Quizás La metamorfosis, novela del escritor checo Franz Kafka, nació de una situación similar. La figura del insecto es, entonces, una metáfora del peso de la vida y del absurdo en que se transforma la existencia, cuando lo único que se hace es repetir un patrón cotidiano que drena y anula la vitalidad interior.
Es muy conocida la petición que Kafka le hizo a su amigo Max Brod cuando sabía que la vida ya no iba a durarle tanto. Kafka contrajo tuberculosis en 1917, cuando tenía 34 años, una enfermedad que le causaría numerosos problemas de salud y que terminaría llevándolo a la tumba el 3 de junio de 1924, a los 41 años. Ante el empeoramiento de su salud, Kafka le pidió a Brod que destruyera todos sus manuscritos, sin excepción.
Quien haya leído sus cartas y diarios sabrá que Kafka no era un vanidoso que aspiraba a la inmortalidad literaria. Para él, la escritura era necesaria para no perder la cordura en medio de la monotonía de su vida y del destino que la sociedad y sus instituciones nos asignan: nacer, crecer, tener un trabajo remunerado, casarse, reproducirse. Entonces viene el destino inevitable, morir, lo cual corona con la certeza de lo absurdo todos esos esfuerzos y preocupaciones banales de la existencia. La muerte está ahí, detrás del rostro de algún desconocido que guarda un puñal en el bolsillo; detrás de las eventualidades que llevan al momento de un accidente; debajo y adentro de tu propio cuerpo, en la tos o en la punzada de dolor que te manda algún órgano. Todo nos recuerda a nuestro destino fatal.
Para un oficinista como Kafka, esta perspectiva era una gris y cruel realidad. Un destino inescapable, acaso por lo opresivo de su familia, algo que conocimos muy bien en su Carta al padre, donde el autoritarismo de su progenitor lo incapacitó para eludir la esclavitud de la monotonía y del deber social. A esto se sumó su propio carácter, donde no tenía cabida la osadía de rebelarse y optar por una vida diferente. Franz Kafka nunca se casó ni tuvo muchos amigos, y se resignó a continuar en trabajos que también eran opresivos, rutinarios y nada creativos.
Este ciclo estéril y rígido, que no contempla la felicidad individual de las personas como meta, es para muchos una trampa inescapable. Sin embargo, Kafka encontró una pequeña forma de insubordinación, una forma de esperanza para no terminar de volverse loco ni de convertirse en una cucaracha disecada: la escritura.
Todo el tiempo libre que le quedaba por las noches, después de su trabajo, era invertido en escribir. Cuentos, cartas, diarios, novelas, aforismos, toda forma de palabra fue aprovechada por el checo para desahogar y decir lo que su personalidad introvertida y su precaria salud le impedían. Ese tiempo dedicado a la escritura, el ejercicio de desahogar en palabras los delirios alimentados por sus depresiones, su poco y mal dormir, y sus fantasías (que, según algunos estudiosos, revelaban una personalidad esquizoide), conformaron un universo que para Kafka se convirtió en algo trascendental. “Escribir es una forma de oración”, le diría alguna vez a su amigo Brod.
Aunque Kafka publicó algunos cuentos y La metamorfosis cuando aún estaba vivo, su obra pasó prácticamente desapercibida. Acaso fuera ése el motivo que lo impulsó a pedirle a Brod la destrucción de todos sus manuscritos. Pero Brod, que conoció mejor que nadie a Kafka, que sabía de las oscilaciones de su carácter y también del empeño de perfección que tuvo en su escritura, desobedeció al amigo, para inmensa fortuna de la literatura universal.
A Franz Kafka le debemos un retrato opresivo de la vida y su absurdidad, pero a Max Brod le debemos el que nos haya permitido acceder a ese mundo y que haya tenido la certeza de que aquellos escritos que estaban destinados al fuego merecían nuestra lectura.
Para Brod, el trabajo de publicar la obra de Kafka no fue sencillo. Había muchos manuscritos, versiones, contradicciones e historias incompletas, por lo que a veces (sobre todo cuando se leen sus obras completas), puede quedar la sensación de estar ante textos inacabados o escenas que se repiten. Eso no reduce el mérito de su obra, que tuvo la habilidad de retratar las gradaciones de la angustia, de utilizar el humor y la sátira para criticar cuestiones como la burocracia administrativa, la persecución y la vigilancia estatal que, para el ciudadano común, terminan convertidos en paranoia.
En su novela El proceso, por ejemplo, un hombre es arrestado y condenado por un crimen que jamás se le especifica. Por desgracia, lo que podría limitarse a ser una historia tan disparatada que sería improbable de ocurrir, es una situación de la que tenemos constante noticia y que ocurre más de lo que nos imaginamos.
Es posible que solamente alguien con una vida como la de Kafka, pudiera plasmar esas situaciones ilógicas con la lucidez y la inquietud con que lo hizo. Cien años después de su muerte, no sólo continuamos leyendo sus novelas y cuentos, sus diarios y cartas, sino que encontramos en sus ficciones un reflejo aterradoramente actual de nuestras realidades.
Las diversas situaciones que plasma en su obra son tan concretas, tan posibles, que su apellido ha derivado en adjetivo, trascendiendo el mundo de la ficción y ayudándonos a reconocer que la vida tiene situaciones que sólo podemos definir como kafkianas. Mal dormir y sentirse como un torpe insecto al día siguiente es, sin duda, una de ellas.
Por eso es que, cien años después de su muerte, seguimos leyendo a Kafka y asumiendo sus tribulaciones como propias.
(Publicado en la sección de opinión de La Prensa Gráfica, domingo 2 de junio 2024. Última foto conocida de Franz Kafka, tomada entre 1923 y 1924. Autor desconocido. Tomada de Wikimedia Commons).
Descubre más desde Jacinta Escudos
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
