Columna de opinión

Nuestra salud mental a la deriva

Hay muchas cosas que reflexionar y decir sobre el reciente suicidio en una concurrida calle de San Salvador, un hecho que conmocionó a muchos, por diferentes motivos.

La noticia fue viral ya que se reprodujo una y otra vez la imagen del fallecido, incluso en varios medios de comunicación, a pesar de existir lineamientos en los manuales de estilo periodístico que orientan sobre el tratamiento adecuado de dicho tipo de noticias. El objetivo principal es evitar el sensacionalismo y el morbo. Es, además, una forma de respeto a los familiares y amigos del fallecido y evita lo que los psicólogos llaman “el estímulo de imitación”.

Un detalle vergonzoso fueron los comentarios de la gente ante la noticia. Al inicio, cuando no se tenía la identificación del fallecido, algunos dijeron que era “un indigente”, como si dicha descripción social le restara importancia al asunto. No faltaron aquellos que se mostraron indignados por el tráfico provocado ante el cierre de la calle donde ocurrió el hecho y donde miembros de los cuerpos de seguridad y rescate se encargaban de identificar y retirar el cuerpo.

Lo más terrible fueron los interminables comentarios que dejaron en evidencia que, como sociedad, estamos profundamente enfermos. Hubo falta de empatía, de sensibilidad y del más básico y elemental respeto. Muchos hicieron gala de sus prejuicios y de su indiferencia. Muchos más fueron crueles al emitir juicios morales y religiosos. No faltaron las teorías conspirativas. Una vez que se identificó a la persona en cuestión, salieron historias de su pasado y más de alguno intentó politizar el asunto. No quiero ni pensar cómo se habrán sentido los familiares si leyeron alguno de esos comentarios.

Cuando una persona se suicida, sobre todo cuando lo hace en un lugar público, no cabe duda de que quiere dejarnos un mensaje. Quiere darnos una bofetada bien fuerte en la cara. Quiere impactarnos para que despertemos, para no ignorar algo que estamos evadiendo. Quiere impresionarnos, pero no para causar sensacionalismo, sino para hacernos reflexionar sobre algo en específico.

Cuando alguien se suicida, el problema no es nada más de quien toma dicha decisión; sus consecuencias no las sufren solamente su familia y allegados. Es un problema que nos incumbe a todos, como sociedad, nos guste o no. Es una falla grave de todos, como comunidad.

El suicida no encuentra esperanza en nada ni en nadie y recurre a un acto extremo del cual no hay vuelta atrás. Así de grande y profunda es su tribulación. Lejos de preocuparnos por el tráfico, hacer burlas, emitir juicios morales o reaccionar con indiferencia, lo que deberíamos de pensar es cómo y dónde está fallando este lugar en el que vivimos, que está provocando un aumento de suicidios año con año.

Es tan fuerte el tabú sobre el suicidio en El Salvador, que resulta difícil obtener datos actualizados y confiables. Según el psiquiatra Carlos Héctor Acevedo, representante para C.A. de la Red Mundial de Suicidología, en nuestro país, y en toda la región centroamericana, hay un subregistro de muertes por suicidio, ya que los pocos datos que las instituciones estatales hacen públicos, no reflejan la realidad.

Durante el 2021, el Instituto de Medicina Legal (IML) reportó 517 suicidios, cifra superior a la de 2020, cuando hubo 446. Los departamentos que registran mayor número de suicidios son San Salvador, Santa Ana, La Libertad y San Miguel. Los datos muestran que los hombres entre 20 y 60 años son quienes más se suicidan. Los métodos más usados son ahorcamiento, envenenamiento y arma de fuego o arma blanca. Las mujeres también lo intentan, pero un alto porcentaje suele sobrevivir.

Uno de los más graves problemas que tenemos en el país en cuanto a nuestra salud mental es la falta de profesionales e instituciones disponibles. Según datos del ISSS, existen 55 psiquiatras y 50 psicólogos activos para atender a los derechohabientes a nivel nacional, siendo San Salvador el departamento con más personal. Seis departamentos del país cuentan con apenas un psicólogo y un psiquiatra para los asegurados. Pero en La Unión, la Unidad Médica del ISSS no cuenta con ningún profesional de este tipo y los pacientes que desean atender su salud mental deben viajar hasta San Miguel para hacerlo.

Para quien no está afiliado al ISSS, quedan disponibles las consultas privadas, aunque hay algunas clínicas o instituciones con apoyo no gubernamental que brindan atención a costos simbólicos. Sin embargo, la limitación en la cantidad de profesionales y la falta de recursos financieros adecuados, hacen que estos servicios también estén tensionados y limitados.

El caso en cuestión ocurrió justo al terminar septiembre, mes de la prevención del suicidio. Pero no basta tener un mes al año para publicar estadísticas y dar conferencias sobre el tema. Es importante fortalecer el sistema de salud público y privado con más especialistas y lograr que dichos servicios sean de acceso universal. También es trascendental implementar programas educativos que derriben, de una vez por todas, los prejuicios que tenemos sobre la salud mental, la depresión, la bipolaridad, el suicidio y muchas otras dolencias que numerosos individuos y familias tienen que vivir en secreto, como si fuera una vergüenza.

El Salvador es un país con características particulares, con elementos de presión y tensión cotidianos e históricos, que ejercen una influencia negativa en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Esa presión parece haber llegado a su punto límite, algo que se refleja, no solamente en el aumento de suicidios y en la necesidad de la población a acceder a servicios de salud mental, sino también en la falta de sensibilidad y compasión que demostramos, día a día, con comentarios crueles y hasta agresiones ante situaciones de vulnerabilidad y dolor ajeno.

Los prejuicios y agresividad colectivos obligan a muchos a encerrarse y callar sus dolores, por temor a la burla y a la incomprensión. Eso es como vivir en una olla de presión, una olla que tarde o temprano reventará y nos quemará a todos.

(Publicado en sección de opinion, La Prensa Gráfica, domingo 8 de octubre 2023. Ilustración de Gordon Johnson en Pixabay).