Gabinete Caligari, Música

El toque

Nunca voy a olvidar todos aquellos brazos alzados, agitándose al unísono de la música; los ríos de gente vestida de negro que inundaron las calles aledañas al estadio; la camaradería y la amistad durante el par de horas de espera en la cola para entrar a la sección General, cola que abarcaba varias cuadras; las bromas entre todos; los reencuentros entre amigos que tenían tiempo de no verse; la gente que había llegado de Guatemala, Honduras, México y otros países; la ilusión de todos por lograr el sueño de ver a Iron Maiden, con el bonus de también escuchar a Anthrax; los abrazos de emoción entre los cheros cuando se escuchaban los primeros acordes de alguna canción favorita; el headbanging de hombres y mujeres con largas melenas; el mosh que se improvisó en la sección General donde estábamos Alguien y yo; la visión de los espectadores en la zona de grama cada vez que eran iluminados por los juegos de luces y donde también hubo mosh pits; el borracho que pasó dormido durante el toque de Anthrax y que por fin, ya como a la tercera canción de Maiden, se despertó y se levantó para pasar el resto del concierto agitando una bandera de Honduras, al punto de taparse la cara y ver la bandera y no a la banda; el chero que sacaba un encendedor y lo alzaba en una mano mientras con la otra se tomaba fotos y cantaba emocionado, a grito partido; el mismo chero del encendedor que de pronto se le acercó a Alguien, lo abrazó como si fueran amigos de toda la vida y se pusieron a cantar juntos; las luces de los celulares que encendían la negrura del estadio como luces de Navidad; la gente brincando, bailando, colgándose de la valla metálica que divide las gradas del campo; la emoción de Alguien; ver hombres sin camisa, con el torso tatuado, y recordar que tener tatuajes no es sinónimo de ser marero; las expresiones relajadas y felices en los rostros de los extraños; los que bailaban solos, los que llevaban el ritmo con la cabeza, los que permanecían sentados sin mover un músculo.

Mientras miraba el concierto, yo misma bailando, gritando y aplaudiendo como si fuera una fan de hueso colorado; dejándome tomar fotos y videos con extraños, porque cerca de nosotros había un tipo que ponía el celular para tomar a la gente y todos nos arrimábamos para la foto, como que éramos un grupo de grandes amigos, yo sacando la lengua y haciendo la mano cornuta; mientras se me aguaron los ojos de la emoción cuando comenzó “Fear of the Dark”, porque lo último que imaginé aquella mañana al levantarme era que iba a terminar el día escuchando a Maiden cantarla en vivo; mientras recordaba a la tipa que nos abrió la puerta del taxi en Multiplaza y que, al vernos vestidos de negro, nos dijo “que disfruten del concierto”, con una sonrisa cómplice, luego de que Alguien y yo fuimos a comprar mi boleto a última hora; mientras alzaba la cabeza al cielo para ver las nubes y las estrellas; y mientras la bajé para ver de nuevo el escenario, me descubrí a mí misma con una inmensa sonrisa.

Vi a toda esa gente y pensé que por lo menos, durante algunas horas, algunos miles de salvadoreños fuimos felices. Pensé que ahí adentro, en un concierto de metal, la gente se quitó el miedo y la tensión de encima. Fuimos capaces de sonreírnos, de abrazarnos, de bailar como se nos roncara la gana, de tomarnos fotos con extraños, de corear canciones a grito partido, de comportarnos de manera natural, relajada y libre, algo que en la calle ni se nos ocurriría hacer porque siempre tenemos que cuidarnos las espaldas y sospechar de cada prójimo. Éramos un montón de gente disfrutando de buenas bandas, en un concierto que pasará a la historia de este país por la calidad de los músicos, por la buena organización del evento, pero también por la buena onda del público. Cero incidentes, cero amenazas, cero violencia, cero tensión, ni antes ni durante ni después del concierto.

Pensé también que un grupo de música había logrado lo que no logran hacer nuestros políticos ni instituciones: nos unió y nos hizo olvidar las diferencias y los miedos. Nos comprobó que la música, y el arte en general, son mucho más que sólo una forma de entretenimiento y que son imprescindibles para formar una sociedad sana. Nos comprobó que los salvadoreños necesitamos con urgencia de más actividades y espacios culturales de primera calidad como estos, donde podamos congregarnos en un entorno seguro y hacer una pausa de la agobiante realidad nacional.

Cuando terminó el toque y salimos a la calle, los ríos de gente vestida de negro comenzamos a fluir en diferentes direcciones para irnos. Pero muchos teníamos hambre y comenzamos la peregrinación para la búsqueda de comida, en una ciudad que dormía la primera hora de un lunes.

Íbamos una muchedumbre caminando a media calle, tomados ambos carriles, sobre el puente de la Roosevelt hacia el Boulevard de los Héroes. Parecíamos una manifestación. Le digo a Alguien que me parece genial estar caminando por esas calles, a medianoche, sin sentir nada de miedo. Alguien se ríe. Entonces sentimos las primeras gotas de lluvia.

Nos metimos debajo de un alero a esperar que pasara el agua. Pero lejos de parar, arreció. Éramos como diez apretujados debajo de aquel alerito. Muchos siguieron caminando, mojándose. Otros buscaban cobijo donde se pudiera. Se arrimaron dos tipos, uno de pelo corto y el otro con largas rastas. Estuvieron allí un rato. El de rastas dijo que deberíamos cantar algo, mientras esperábamos que pasara el agua. Nadie le hizo caso. El otro lo animaba a caminar, pero eso implicaba mojarse. Entonces el de rastas dijo: “Ya vimos a Iron Maiden. Ya vale verga todo”. Y se fueron caminando bajo la lluvia.

Al día siguiente amanecí ronca de tanto gritar.

(Publicada en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 13 de marzo 2016. Foto cortesía de R.E.P.)

4 Comments

  1. Zae Cortez says

    Excelente apreciación del evento, yo me sentí igual. Gracias por este articulo, Siempre estoy pendiente de sus publicaiones, saludos.

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