Gabinete Caligari

La más cruel de las bestias

                                                     Satao. (Foto de Richard Moller, Tsavo Trust).

El elefante más grande del mundo ha muerto. Se llamaba Satao, tenía 50 años y vivía en el Parque Nacional Tsavo East de Kenia. Era lo que se conoce como un “elefante toro”, los raros portadores de un gen que los hace crecer colmillos tan largos que llegan hasta el suelo. Los kenianos estaban muy orgullosos de Satao. Era un símbolo de su país.

Eso no sirvió para protegerlo de los cazadores ilegales que lo perseguían con teléfonos móviles y sistemas de rastreo GPS. Dicen los cuidadores del parque que Satao era tan inteligente que sabía que sus colmillos eran ansiados. Eso lo hizo desarrollar un mecanismo de defensa: siempre se paraba de manera que ocultaba sus larguísimos colmillos entre los matorrales.

Ya una vez antes habían atacado a Satao. Lo hirieron con flechas. No pudieron matarlo pero le provocaron dos heridas muy grandes que por la intervención de los veterinarios del parque, lograron sanar. Pero a fines de mayo, los cazadores lo atacaron de nuevo, esta vez con balas y flechas envenenadas. Satao no sobrevivió. Su cuerpo fue encontrado el 2 de junio con el rostro mutilado, sin la trompa y sin sus colmillos.

Su muerte ocurre pocas semanas después de la muerte de otro elefante famoso de Kenia, Mountain Bull, un paquidermo de 46 años, que tenía un temperamento particular: tenía por costumbre derribar las vallas eléctricas que limitan el parque. Las vallas eran un obstáculo en las rutas migratorias de su especie. Aunque los cuidadores entrenan a los elefantes para cambiar sus rutas y limitarse al entorno de las reservaciones, Mountain Bull nunca lo aceptó. Él insistía en utilizar los caminos que había aprendido de sus ancestros y derribaba las cercas que obstaculizaban lo que él consideraba su territorio. Enrollaba la totalidad de su trompa hasta su boca y botaba las cercas con sus colmillos. Podía hacerlo sin electrocutarse ya que el marfil no conduce la electricidad.

Mountain Bull también había sido atacado antes. Le dispararon. Pero sobrevivió y vivía con ocho balas metidas en el cuerpo. Preocupados por el peligro que corría, los cuidadores decidieron cortar un tercio de sus colmillos para que resultara menos atractivo para los cazadores. No sirvió de nada.

Los cazadores clandestinos encontraron a Mountain Bull. El animal montó pelea. Pero lograron darle varios hachazos en la cabeza. Con eso lo rindieron y serrucharon sus colmillos. Como suele suceder, en la prisa por no ser descubiertos, ni siquiera esperaron a que el animal muriera. Los elefantes víctimas de estos cazadores sufren siempre una muerte lenta y dolorosa.

Las muertes de Satao y Mountain Bull me hicieron recordar otra noticia. El personal del Centro para Especies en Peligro Hoedspruit de Sudáfrica, encontró a un rinoceronte bebé, de tres meses, llorando desconsolado junto al cadáver de su madre, que había sido asesinada para arrancarle el cuerno. El bebé no quería separarse de su madre muerta. Cuentan los que lo vieron que era desgarrador ver el llanto del animalito. Tuvieron que sedarlo para poder llevárselo.

Esa primera noche en el refugio, el bebé rinoceronte durmió acompañado de un par de cuidadores y de una oveja que funciona en el albergue como mamá sustituta para los animales huérfanos. Desde entonces, el animalito se niega a dormir solo. Los cuidadores toman turnos para acompañarlo y dormir con él. Cada tres horas lo alimentan con leche, le dan largos baños de lodo (que disfruta como loco) y hace dos caminatas diarias, siempre acompañado. La idea es que cuando pueda valerse por sí mismo, será liberado. Pero aunque parece sobrepuesto del trauma inicial, en las noches se niega a dormir si no es recostando su cabeza sobre las piernas de alguno de los cuidadores, que lo acarician hasta quedar dormido.

Es posible que la nuestra sea la generación que vea el exterminio de varias especies que hasta no hace mucho, ni siquiera figuraban en la lista de especies en peligro. Elefantes, rinocerontes, ballenas, delfines, tigres, leones y un largo etcétera figuran entre ellos. Animales que hemos humillado, sometido, perseguido, explotado y asesinado sin piedad. Seres majestuosos, como elefantes, rinocerontes y tigres, a los que perseguimos por el valor monetario que tienen sus colmillos, sus cuernos o alguno de sus órganos, que son considerados como afrodisíacos. Animales que hemos secuestrado de su entorno para esclavizarlos y hasta explotarlos sexualmente, como ocurre con las orangutanes hembra en los burdeles del sureste asiático.

Todos sucumben ante el mismo depredador. Una bestia brutal, sin compasión, sin sensibilidad ni respeto por la vida en este planeta. Una bestia de muerte, sangre y destrucción. Hablo de nosotros, los humanos.

Hay quienes consideran que la matanza indiscriminada de animales es resultado de los estados de extrema de pobreza que existen en los países donde ocurren estos y otros hechos similares. Pero aunque es cierto que alrededor de la muerte y explotación de estos animales circulan cantidades inimaginables de dinero, también lo es que el ser humano siente un perverso placer al dar muerte y martirio, ya sea a animales o incluso a otros humanos. Pensemos en las corridas de toros y en los safaris de cacería que, por miles de dólares, convierten la persecución y matanza de animales salvajes en un “divertido deporte”.

Quien no tiene compasión por los animales difícilmente la tendrá por los seres humanos. No dudemos que personas así se voltearían contra su prójimo, sin dudas ni remordimientos, si tuvieran la necesidad o la ocasión. Y es precisamente esa falta de compasión la que nos tiene destruyendo la vida en el planeta a una velocidad inusitada.

Por codicia, orgullo e ignorancia, el ser humano impone su huella de cemento, asfalto, basura y muerte donde quiera que vaya, sin pensar que al hacerlo, acelera su propia extinción.

Quizás eso sea lo mejor, que la humanidad desaparezca. Sólo así la naturaleza se sanará a sí misma y prevalecerá la vida y la belleza de toda la creación. El mundo sabrá estar mejor sin nosotros.

(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 22 de junio 2014).

1 Comment

Comments are closed.