Con regularidad se me acercan personas a contarme los casos de su desventura en algún hospital del Seguro Social de este país.
El rango de lo que le puede ocurrir a cualquier cotizante del Seguro va desde desórdenes meramente administrativos hasta diagnósticos errados y mal praxis médica. Casos como no aparecer registrado, recibir una cita para consulta o cirugías “urgentes” para meses o incluso un año después, no recibir un diagnóstico claro de lo que se sufre, no tener en el país los medicamentos que se necesitan para las enfermedades que se registran o peor aún, recibir diagnósticos errados, ser amputado de un miembro sano, o ser diagnosticado y enviado a casa a morir con una bolsa de analgésicos y un “lo sentimos mucho”, dicho de manera robótica, deseando librarse de usted que no es más que el número de un caso en un expediente, son algunas de las cosas que me han contado que ocurren.
No he escuchado jamás a ninguna persona decir que en el Seguro se les atendió de manera excelente, ni me han contado de un caso resuelto, de una atención digna del paciente y de su circunstancia. Siempre las palabras y las historias son de rabia, impotencia, frustración, escándalo e indignación. Puede ser porque últimamente tendemos mucho a la queja que nos olvidemos de reconocer las cosas buenas y que por eso nadie se toma la tarea de contar los aspectos positivos del Seguro Social salvadoreño, que supongo tiene, pero que me son desconocidos.
Uno de los gremios más vulnerables en cuanto a la falta de protección social en este país es el de los escritores. Por la misma naturaleza de nuestro oficio, muchos artistas (quien esto escribe incluida), hemos vivido durante años de trabajos de medio tiempo o de oficios ocasionales no relacionados con nuestras disciplinas, con el objetivo de tener tiempo libre para nuestros afanes creativos.
Esto es algo que quizás resulta difícil de entender para quienes piensan que lo principal en la vida es el dinero. En el caso de los escritores lo principal para nosotros es tener tiempo para la literatura, para escribir nuestros libros. Pero lo realista es que además hay que comer, pagar alquiler, sustentar a la familia y a nosotros mismos. Y eso nos obliga a buscar el trabajo remunerado, como cualquiera.
Se dirá que podríamos pagar un seguro privado. Pero éstos son caros y el trabajo artístico da apenas para lo justo, pues todavía es un trabajo no valorado en relación a su inversión de tiempo y esfuerzo intelectual.
Muy pocos de nosotros logran trabajos estables. Algunos han logrado colocarse en puestos administrativos dentro de la gestión cultural del Estado. Es el caso del escritor Rafael Menjívar Ochoa, quien fungiera durante años en CONCULTURA como Coordinar de Letras, luego como Director de la Casa del Escritor y en la actual administración, en la Secretaría de Cultura, como asesor de la Dirección de Publicaciones e Impresos.
Menjívar Ochoa, destacado narrador, poeta y ensayista, viene batallando contra el cáncer desde mediados del 2009 y la enfermedad se le ha complicando no sólo por un par de severas infecciones sino también por los vaivenes de los tratamientos médicos que ha recibido en el Seguro Social.
Y es que da la impresión de que en El Salvador, recibir un diagnóstico de cáncer es recibir una condena de muerte por la indiferencia, la lentitud o la tranquilidad con la que se es atendido. Por la falta de medicamentos. Por la falta de información. Por la contradicción de la información.
Aclaro que no soy una amiga íntima de la familia y que hay muchos datos específicos del caso que no conozco ni comprendo. Pero hace poco me reuní con Krisma Mancía, pareja de Menjívar Ochoa, para discutir sobre otros asuntos. Y toda la situación que me describió, más lo que he venido sabiendo desde una visita que les hice en diciembre a su casa en San Jacinto, me dejó pensando en lo frágil que nos tornamos cuando nos enfermamos y estamos a merced de terceros. Sobre todo cuando esos terceros son los servicios hospitalarios públicos nacionales.
Lo que parece se les olvida, tanto a cotizantes como administrativos y personal médico del Seguro Social, es que la diferencia sustancial entre un hospital público como el Rosales y los servicios del Seguro Social, es que éstos últimos son un servicio pagado. Un servicio pre-pagado, mejor dicho, que no se utiliza de manera constante.
Por lo tanto, cuando al fin se requiere del mismo, se espera atención y calidad en concordancia. No se le está haciendo un favor al paciente. Se le está dando el servicio por el cual ya pagó de antemano. Y también se espera una actualización no solamente en tratamientos para enfermedades como el cáncer, sino en todo tipo de enfermedades. ¡Para eso se cotiza al Seguro, por Dios, para ser asistido en necesidad!
No les vaya a pasar como le pasó a otro de nuestros escritores, Heriberto Montano. El Seguro Social le diagnosticó una esclerosis lateral amiotrófica, conocida también como Enfermedad de Lou Gehrig, un mal neuronal que se le desató luego de que lo atropellara un microbús.
¿Y cuál fue el tratamiento que le recetó el Seguro? Le dijeron el nombre de su enfermedad, que en El Salvador no había manera de tratar su dolencia, de que arreglara sus papeles pendientes y de que se fuera a su casa “a esperar”, que fue el término diplomático y políticamente correcto que encontraron para decirle: “váyase a su casa a morir”.
Si bien es cierto esta enfermedad no tiene cura, en otros países se administran medicamentos para tratar los diferentes síntomas que acompañan a la enfermedad. Muchos pacientes logran vivir una media de 3 a 4 años, otros llegan a vivir de 6 a 10 años. Y ahí tenemos a un caso realmente excepcional, el de Stephen Hawking, quien sufre de esta enfermedad desde hace 48 años.
Heriberto Montano falleció en año y medio a pesar de los esfuerzos de sus amigos, animados precisamente por Menjívar Ochoa al frente de la Casa del Escritor, para traerle medicamento de los Estados Unidos y ayudarle un poco.
Yo no sé a ustedes, pero a mí estas cosas me indignan. Me indignan porque, como he dicho en más de alguna ocasión, me parece que la atención de la salud debería ser gratis y que, no por serlo, el paciente debería de ser humillado, maltratado y ninguneado. Y no me refiero a maltratos del personal, que eso sería para otra columna. Hablo de instalaciones físicas, hablo de falta de medicamentos, hablo de abolir los laberintos administrativos y de enfermedades para las que en este país no hay tratamiento, como si las enfermedades se dieran por catálogo y uno las seleccionara (“sorry, de este modelo no hay tratamiento en mi país, de esta enfermedad no me puede dar”).
Volviendo al caso de Rafael Menjívar Ochoa, su familia está insatisfecha con el tratamiento que ha venido recibiendo en el Seguro Social. Sienten que pierden a su ser querido y que la suya es una lucha contra el tiempo. Y que es una lucha de sordos donde nadie parece querer escuchar.
Si el sistema no funciona, ¿por qué seguimos perpetuándolo? Si el sistema no funciona, ¿por qué seguimos callándolo? Si usted paga su Seguro Social, ¿por qué no reclama que le den el servicio por el que usted está pagando? Usted no tiene derecho a un favor: usted tiene derecho al servicio por el cual está pagando.
Le llamará la atención que he hablado de “ustedes”. Y es que yo no soy cotizante del Seguro Social ni de ningún seguro privado. Estoy, como quien dice, a la buena de Dios. Cuando me toque, tendré que ir a morir al Rosales. Así es que ojalá que lo mío sea rápido, porque si no…
Decía arriba que nos tornamos vulnerables cuando enfermamos. Y deberíamos tomarnos muy en serio eso de practicar la medicina preventiva. Pero también deberíamos de tomarnos en serio la práctica del respeto a los demás.
Respetar al enfermo en lo más profundo de su dignidad. Y si tan sólo nos imagináramos un momento estar no sólo en los zapatos del enfermo, sino en el de la posible viuda, de los huérfanos, de los padres, de los amigos, de los hermanos, del perro, del gato del enfermo, de todos los que aman a esa persona que va a partir, si imaginamos nuestra propia muerte y todo lo amado que quedará atrás, para siempre, con lo fatal y definitivo que es ese “para siempre”, quizás nos trataríamos mejor los unos a los otros.
Y quizás comprenderíamos que necesitamos conservar nuestra dignidad al morir, porque esa dignidad es lo único que nos llevamos al partir.
Hola Jacinta. Gracias por tus palabras de indignación, porque nos recuerda a los demás que también debemos indignarnos. Creo que, como decís en tu artículo el “respeto” es la clave. Si solo respetáramos al otro, a la otra, las cosas podrían corregirse sin tanta dificultad. No respetarle porque está enfermo, hay que respetarle porque es persona, y darle la atención necesaria para que supere su enferdad, ése es el trabajo de estos funcionarios del Seguro Social. ¿No sentirían satisfacción del trabajo bien hecho si logran aliviar la dolencia de un paciente? Hasta ellos ganarían, porque no puedo imaginar cómo se soportan al llegar la noche y hacer el recuento de su día.
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Es que yo creo que el problema que tienen es que el personal médico crea mecanismos de auto-defensa en el sentido de insensibilizarse ante tanto caso cotidiano que mira y ya les resbala el dolor de los demás, no sólo de los pacientes, sino también el de los familiares y amigos. Eso lo justifica cualquier médico y te dice que es porque si no, no puede ser “objetivo” en su trabajo y que no podrían soportar tanto drama humano; pero creo que se van a un extremo tal que se les olvida precisamente que lidian con seres humanos, no hay un equilibrio en lo que están haciendo, y por lo tanto se dan casos de descuido y negligencia que, para el que está por ejemplo con un cáncer o con dolores gravísimos, se torna en auténtica crueldad, porque su problema no está siendo resuelto, se prolonga su agonía y no está recibiendo ni tratamiento adecuado y muchas veces ni siquiera la información o el diagnóstico acertado a su dolencia. Indignante, no puedo parar de decirlo.
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El Seguro Social es un hospital privado… privado de medicinas, de sensibilidad, de consciencia, de amabilidad y de muchas cosas más. Pero, sobre todo, lo más triste es que está privado de profesionales. Perder una biopsia, como ha pasado en el caso de mi esposa, es tan grave como decirle: “no sabemos que tenés, allí te avisamos”. ¡Quén corregirá esto!
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A cada caso que conozco, crece mi indignación.
Gracias Rafael por su comentario.
Invito también a los lectores a leer el comentario que dejó alguien en LPG (http://www.laprensagrafica.com/revistas/septimo-sentido/179337-la-seguridad-social-no-es-un-favor.html), alabando el ISSS. Supongo que es del Sindicato o uno de los médicos que allí trabaja, y procede a decir que perdí la objetividad y que me mueve la rabia.
Pues sí, la indignación y la rabia me movieron a escribir la columna, pero creo que en el balance final, el Seguro sale perdiendo y que la injusticia no puede ni debe quedar callada.
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Lo mismo pasa cuando te programan un examen, pasan semanas y cuando llega el momento del examen, lo hacen mal porque a alguien se le olvidó colocar el reactivo adecuado, el líquido de contraste o ubicar al paciente en la postura correcta. Cuando vas a consulta con el médico que pidió el examen, te dice que no sirvió todo el esfuerzo y te vuelve a programar otro (varias semanas después).
Me dicen que el ISSS sirvió durante la guerra como caja chica del gobierno para cuadrar el presupuesto nacional. No sé que tan cierto será. Lo que sí me queda claro es que tienen un sindicato con poder, que tienen licitaciones millonarias que pocas veces son transparentes, que han dejado vencer millones de dólares en medicinas y que no ha habido un director o presidente que se le ocurra arreglar ese desorden.
Perdón por el desahogo, Jacinta, pero como dices, cada quien tiene su propia historia de negligencia con el ISSS, con el cual se llenaría un libro bastante grueso.
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Tranquilo Aldebarán, yo sé que la frustración es general y justificada. Lo único que yo puedo hacer es escribir una humilde columnita y decirlo y como me dijo alguien, servir de canal de desahogo para la frustración de la rabia de miles con casos verdaderamente dramáticos y tristísimos, porque se juega con la dignidad, la salud y la vida de seres humanos y nuestros familiares y seres queridos. No es justo.
Saludos, me alegra tenerlo comentando de nuevo en el blog.
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Es terrible la insensibilidad que pueden generar, con su terrible burocracia y su “amor” por los números, las instituciones públicas de salud a sus empleados. La deshumanización es grande; con sus excepciones por supuesto. Y a esto hay que añadir la poca cantidad de médicos y enfermeras con relación al número de pacientes que se atienden en esas instituciones. Los médicos que trabajamos sólo en lo privado podemos darnos “el lujo” de dedicarle tiempo a nuestros pacientes.
Por otro lado, ya más en específico, me he sentido triste y conmocionado por la noticia de nuestro escritor Rafael Menjívar Ochoa, porque lo conocí en persona y además porque los dos libros que he leído de él han sido una experiencia verdaderamente agradable para mí. Espero sinceramente que Rafael siga luchando y que todo le salga bien.
Gracias por este gran artículo, Jacinta.
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Gracias a usted Óscar por su comentario.
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En estos días a mi papá le están poniendo quimioterapia y hay otro tratamiento que se llama radioterapia que aún no ha recibido, pero imagínese Jacinta, él ha tenido que andar tocando puertas para que le aceleren el tratamiento y todos lo mandan con fulano para que fulano lo mande a zutano y zutano lo mande a mengano y así sigue la lista…la verdad es que da indignación y tristeza ver como el sistema tan burocrático y de paso tan indiferente no hace casi nada por el paciente. Yo estuve ahí por dos semanas mientras mi papá convalecía y pude ver el irrespeto hacia el enfermo. Ojalá que su artículo sirva para despertar la conciencia de muchos. Gracias!
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… como si los doctores no supieran que en el cáncer el tiempo es vital y precioso y que no se puede andar perdiendo en burocracias.
Ojalá, ojalá, Mercy, que mis pocas palabras y esa columna sirvan para algo, aunque lo dudo, pero lo peor es quedarnos callados y conformes, no debemos dejar pasar estas injusticias.
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Muy bien planteado el tema, aunque quizá haya que evitar caer en la tentación de pensar que los servicios médicos que se prestan en el Hospital Rosales u otro establecimiento de salud (público) son servicios “de caridad” porque para eso son los impuestos que pagamos y además la salud pública es responsabilidad del Estado. Por tanto: no son favores…. SON DERECHOS CIUDADANOS. Por lo demás… es una pena que ahora mismo no haya plazas llenas de médicos, enfermeras, pacientes, cotizantes, ciudadanos y ciudadanas exigiendo que en el ISSS y los demás hospitales se cubra las necesidades de medicamentos, porque de nada sirven campañas y campañas (como la “campaña de la sonrisa”) que convirtió en salones para piñatas con gallardetes y colores las unidades de atención del ISSS el pasado viernes si, con una sonrisa, le dijeron a sus pacientes: LA MEDICINA SE LA DEBEMOS…
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Tiene mucha razón Ma. Ofelia, la salud pública es responsabilidad del Estado y nuestros impuestos deberían garantizar un servicio digno y no limosnas ni maltratos. Pero si en el Seguro estamos así ni le cuento en el Rosales…
Es el colmo del cinismo esa campaña de la sonrisa de la cual apenas me enteré el sábado, si no, la hubiera incluido en mi columna. Pero el asunto del Seguro da para un libro completo, por desgracia.
Saludos.
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